Especiales Semana

Las tres cordilleras

Durante siglos, la topografía colombiana ha marcado su historia y su destino. A ella se amarró el desarrollo del país, así como la idiosincrasia de su gente.

Wilfredo Garzón Paipilla *
24 de junio de 2006

En Colombia, las tres cordilleras han condicionado la forma de vivir de su gente: alrededor del 75 por ciento de la población vive en zona montañosa. Ellas han representado un obstáculo para el desarrollo del país, pero, al mismo tiempo, han obligado a crear estrategias en sus habitantes para adaptarse y aprovechar las ventajas de la variedad de pisos climáticos.

Desde el punto de vista geográfico, las cinco regiones naturales, Caribe, Pacífica, Orinoquía, Amazonía y Andina, están limitadas por las cordilleras. Atraviesan el país de suroeste a noreste y son la continuación natural de la cordillera de los Andes. Penetran por Nariño con dos ramales bien delimitados. En la frontera entre los departamentos de Cauca y Huila, en lo que conocemos como el Macizo Colombiano, el ramal oriental se divide en dos y forma las cordilleras Central y Oriental.

Las tres cordilleras están separadas por los valles de los ríos Cauca y Magdalena. A la altura del departamento de Antioquia, las cordilleras Occidental y Central comienzan a perder altura y decrecen hasta desaparecer. Mientras tanto, la cordillera Oriental se bifurca al llegar a la frontera con Venezuela: un brazo se estira dentro del territorio nacional hasta la Serranía de Perijá, y el otro penetra en Venezuela formando el extremo septentrional de la cordillera de los Andes.

Históricamente, culturas como San Agustín y Tierradentro se asentaron en zonas montañosas de lo que hoy corresponde a Huila y Cauca, donde mantuvieron un estrecho vínculo con el entorno. Surcadas por profundos cañones que labran ríos como el Páez o el mismo Magdalena, las montañas condicionaron la vida de estas misteriosas civilizaciones. Parte de su valioso legado se evidencia en gran cantidad de estatuas con asociaciones directas a la naturaleza y tumbas excavadas en el corazón de las montañas.

En el interior del país, los indígenas hicieron ceremonias en las zonas altas. La veneración por las lagunas, y los actos rituales que en ellas llevaron a cabo, hicieron parte de una historia que se convirtió en leyenda y enloqueció a los conquistadores recién llegados. El Dorado despertó la codicia y supuso una búsqueda incansable por todos los rincones de la nación chibcha. Algunos escritos cuentan las penurias que sufrieron los ibéricos al enfrentarse a un enemigo implacable: el relieve. La historia del arribo por diversas rutas a lo que hoy conocemos como Bogotá, puso al descubierto esa tremenda lucha que tuvieron que librar con las montañas.

La campaña de 1819, que nos dio la independencia, necesitó de un esfuerzo sobrehumano por parte de soldados mal preparados para enfrentarse a un primer enemigo implacable: el páramo. La impresionante travesía de Bolívar y el Ejército Libertador en el páramo de Pisba es una gesta comparable con el histórico paso de Aníbal y sus ejércitos por la cadena montañosa de los Alpes.

Antes de la construcción de las carreteras, los caminos reales ya atravesaban las montañas y fueron las únicas vías de comunicación. Cientos de kilómetros de tramos empedrados fueron transitados a lomo de mula hasta bien entrado el siglo XX. Caminos por Santander, Boyacá, Cundinamarca y la zona cafetera aún son recorridos por campesinos y ocasionales caminantes. Varios de estos senderos son restaurados actualmente para ser conservados como patrimonio cultural y como parte de un naciente interés turístico.

Tatamá, Las Orquídeas, Iguaque, Pisba, Las Hermosas, Sumapaz, Cocuy, Munchique, Puracé y Galeras son ejemplo de que gran parte de la riqueza natural del país se encuentra concentrada en las cordilleras. En todas estas áreas, motivo de conservación, está presente un elemento primordial de cara al futuro: el agua. El Magdalena, el Cauca, el Patía, el Caquetá, el Cusiana, el Ariari y el Casanare nacen en cordillera. La protección de bosques es prioridad y motivo de preocupación en el afán de mantener estable el caudal de los ríos. Sin embargo, en Colombia, el ecosistema más importante es el páramo. Al ser una fábrica natural de agua, los procesos especializados que en él se generan garantizan el suministro en las grandes ciudades. Incuestionable es la importancia del Parque de los Nevados, que brinda agua a la zona cafetera y a ciudades tan importantes como Ibagué, Armenia, Manizales y Pereira. Otro ejemplo es el Parque Chingaza, que 'regala' sus aguas a la capital, a pesar de que casi la totalidad de sus ríos corre hacia el oriente haciendo parte de la cuenca del Orinoco.

El futuro de nuestra propia supervivencia dependerá de las relaciones de equilibrio que establezcamos con el medio. Símbolos inequívocos de nuestra identidad, las cordilleras seguirán expectantes, vigilando nuestras acciones y recordándonos, por la boca de sus volcanes, que tienen voz para hacerse sentir en aspectos que abarcan desde la simple orografía hasta la identidad nacional.

* Fundación Patrimonio Común