Especiales Semana

LAUREANO GOMEZ

HECTOR OSUNA
9 de noviembre de 1998


Nació en Bogotá en 1889, murio en esta ciudad en 1965. Ingeniero de profesión, llegó a la Camara de Representantes a los 22 años. Orador y opositor implacable se le atribuyen las renuncias de Marco Fidel Suarez y Alfonso Lopez.
Goméz gueelegido presidente en 1950 y permaneció en el poder hasta el 5 de noviembre de 1951. Se retiro por motivos de salud y pretendio reasumir el mando en junio de 1953. Fue derrocado por el general Rojas Pinilla.
Laureano Gómez fue, junto con Alberto Lleras, creador del Frente Nacional. A su regreso del exilio ejercio como director del diario El Siglo hasta su muerte.
DE LAUREANO GOmez han hablado y escrito más sus enemigos que sus amigos y es notable su desfiguración histórica.
La facción política que él combatió se impuso cómodamente en el país, porque las corrientes liberales, con su pluralidad de tendencias permisivas, son naturalmente seductoras para la naturaleza humana. Laureano, en cambio, había nacido del lado del rigor y del dique y quiso constituirse él mismo en fuerza de contención a lo largo de su vida. Esto lo convirtió en un opositor y un combatiente civil esforzado. Y también en un gran derrotado, pero así mismo lo condujo, sin halagos, a la grandeza.
Laureano, nacido en 1889, forjó su carácter en el colegio jesuítico de San Bartolomé (el cual, por cierto, restituyó a los Padres de la Compañía siendo presidente de la Republica), y de allí arrancó en sus lides políticas y periodísticas con la hoja de La Unidad, fundada por uno de sus formadores. Sus doctrinas fueron siempre las de la Iglesia y su tesón defenderlas, cuando eran realmente combatidas =y no se olvide, perseguidas= por las facciones opuestas. Para nadie es un secreto que la lucha política nacional, entre fines de siglo y medio siglo XX estuvo determinada por el amor o el desafecto a las doctrinas católicas. Es fácil entender el rigor de aquellas doctrinas, que aún se regían por Trento y el escolasticismo filosófico.
Representante y senador desde la primera juventud, pese a haberse formado como ingeniero en la Universidad Nacional, fue arrastrado a la política por una extraña fuerza del espíritu, aunque muchas veces reconoció no ser un político. "No me sigan, yo no soy un política.. pueden dejarme solo", solía decir, según recuerda Alvaro Gómez, prologando el libro de Emiliani. (1).
¿Qué es principalmente lo que no fue Laureano Gómez? Entre sus descalificaciones, se destaca la de quienes han querido verlo como fascista y pronazi. Sin embargo, el historiador puede exhibir, desde el muy precoz año de 1935, las más contundentes y premonitorias frases sobre la Alemania del Fuhrer: "Hitler no es un grande hombre. Por la puerta del crimen no pasará Alemania al dominio de la humanidad, pues habrán de cerrarle el camino todos los hombres, alemanes o no, que no quieren ser esclavos (...), que amen el derecho por lo que él les da y por lo que representa para la especie humana". (2)
Tenido por muy sectario y para nada conciliador, Laureano sostuvo por años y desde muy fresca juventud una amistad cómplice y una alianza parlamentaria, que tenía su sede en las oficinas de Alfonso López Pumarejo, la gran figura liberal de este siglo. Fue ministro plenipotenciario del gobierno de Olaya en Alemania y siendo luego presidente de un Congreso aún conservador, posesionó al mismo López en la Presidencia de la República. Las represalias que cobró la llamada República Liberal en contra de su partido, traduci das en hechos violentos en Santander y Boyacá, llevaron a Gómez a la más acerba oposición, habiendo sido esta su época de mayor brillo parlamentario y político. Aunque la apodara 'acción intrépida', fue la suya una resistencia civil.
Preciso, documentado y demoledor en la oratoria y gran fiscalizador público, con el respaldo de una integridad reconocida, fue en gran medi- da un conciliador cuando proclamó a un candidato de perfil moderado en 1946 y él mismo invitó a la colaboración liberal al iniciar su gobierno en 1950. Y mucho más lo fue a la hora del Frente Civil.
Perseguido, más que perseguidor, Laureano padeció el destierro político en varias ocasiones. Su residencia fue la primera en ser incendiada en la cruel historia de la violencia partidista y su periódico (El Siglo, fundado en 1936) el primero en ser reducido a escombros. Como presidente constitucional, fue depuesto del mando en junio de 1953 por el comandante militar de más alto rango, el general Rojas Pinilla.
Conoció entonces, sin sorpresa, la mutación de sus amigos y ningún historiador omite la escena del lluvioso 17 de junio, cuando en las escalerillas del avión que lo condujo al exilio en Nueva York, lo cobijó la mano amiga, única y fervorosa de Vicente Casas Castañeda, sosteniendo un paraguas, convertido en símbolo de su soledad, de la lealtad del amigo y del carácter de ambos.
Desde la ciudad de Nueva York, el presidente constitucional depuesto produjo el más impresionante documento, que resume su vida pública y es verdadero testamento, aunque su autor habría de sobrevivir, ya en precaria salud, a la restauración democrática, mediante la fórmula del Frente Civil, luego denominado Frente Nacional, en acuerdo con el ex presidente Alberto Lleras, quien lo encontró propicio en las costas alicantinas.
No puedo omitir algunas frases del documento de Nueva York: "Con la noticia de la conspiración descubierta (Felipe Echavarría encabezó un alocado intento de golpe contra el designado Urdaneta), circuló también la de que al presunto responsable se le había obligado a confesar aplicándole 'ciertos procedimientos' que hicieron necesario que se llevara a una clínica para hacerle curaciones (...). Si (esta infamia) se la toleraba ahora cuando el alto personal del gobierno conocía lo ocurrido, cuantos abusos, delitos y atropellos se habían cometido 'a sus espaldas', recibían una tácita aprobación, comprometiendo su responsabilidad ante los contemporáneos y la historia". (El subrayado no es de Laureano).
Murió Laureano Gómez creyendo en Dios, y tal vez en nadie más, en julio de 1965. Quien esto escribe recorrió su cámara ardiente varias veces, para encontrar en sus facciones, talladas por la muerte, las huellas del carácter.