Especiales Semana

LOS INGLESES EN CARTAGENA

En la Ciudad Heroica se filma la más costosa producción cinematográfica de 1985.

13 de mayo de 1985

En medio de la Plaza de la Aduana, en Cartagena, ya no se levanta la estatua de Cristóbal Colón: en su lugar hay una alta y desgarbada fuente de piedra. Y en un lienzo ciego de las viejas murallas, en donde en el recuerdo no había nada, se abre ahora un arco de medio punto construido en la vieja piedra gris de Cartagena, molida por el tiempo. Los muros de Santo Domingo y de San Pedro Claver, que uno recuerda cegadores de blancura, se ven ahora apagados, casi grisis. Los altares decimonónicos de las viejas iglesias han sido reemplazados por altares jesuíticos del barroco paraguayo, sembrados de piñas y de cabezas de indios. En los portalones del palacio de la Inquisición hay grandes carteles que piden excusas por las molestias y prometen que dentro de un par de meses todo volvera a ser como era antes, y Cartagena estará otra vez en Cartagena. Por ahora, oscurecida, entristecida, Cartagena se ha convertido en la Asunción del Paraguay de hace dos siglos. Y la culpa la tienen los ingleses.
Porque los ingleses -en este caso la productora Goldcrest, es decir, David Puttnam: el mismo que produjo "Ghandi" y "Los gritos del silencio" y "Carros de fuego"- han venido a Cartagena a filmar una película: "La Misión", una aventura histórica situada en la selvas paraguayas a mediados del siglo XVIII, cuando el rey Carlos III de España expulsó de su imperio a los jesuitas y cortó así de un tajo el experimento comunitario -algunos historiadores dicen "comunista"- adelantado por las misiones jesuíticas entre los indios de América del Sur. Y no es cualquier película. Es una superproducción de veinte millones de dólares de presupuesto -cifra que, en estos años de vacas flacas del cine, es colosal: la más alta, hasta ahora, para 1985 en el mundo-. Hace tres o cuatro años se hacían sin pestañar películas de treinta y cinco o cuarenta millones de dólares, pero ante las catástrofes comerciales de producción como Dune o The cotton club la industria se ha apretado el cinturón de los presupuestos galácticos. Asi se lo explicaba a SEMANA Fernando Ghia, su productor italiano: "la película es demasiado grande".
Esto de "productor italiano" requiere una explicación, si la película es inglesa. "No es inglesa, ni italiana, ni norteamericana: es una película" -dice Ghia, que ha sido productor de películas de Federico Fellini, Marco Bellochio, Elio Pietri, Francesca Rossi-. La idea original de la película es suya. Hace ya más de diez años se la propuso a Robert Bolt -el guionista de películas como "Lawrence de Arabia", "La hija de Ryan", "El doctor Shivago" y Becket-. Bolt, entusiasmado, escribió la historia. Una historia sobre la libertad de los hombres y la explotación de una cultura por otra más poderosa (de los indios guaraníes por los conquistadores españoles), y sobre el juego político de las grandes potencias (en ese entonces, España, Portugal, la Santa Sede). Una historia, además, con el trasfondo físico de las selvas de América del Sur -que en opinión de Ghia son el espectáculo más grande del mundo- y teniendo como centro del escenario las imponentes cataratas de Iguazú, en el río Paraná. Una historia, dice Ghia, que filmada en Italia en aquellos años (los sesenta) hubiera resultado inevitablemente demasiado política.
El guión de Bolt se le propuso entonces a la Paramount, que lo aceptó en principio, y no lo produjo nunca. Lo mismo sucedió con United Artists. Y a principios del año pasado, finalmente, Ghia se lo presentó a Puttnam, que acababa de producir "Los gritos del silencio" bajo la dirección de Roland Joffe, y que adoptó el proyecto. Por eso "La Misión" acabó siendo eso que Ghia llama sencillamente "una película": con productores ingleses e italianos. un director inglés, un actor principal norteamericano (Robert De Niro: ver recuadro), un jefe de vestuario italiano (Enrico Sabattini, el de Marco Polo), un tema hispano-guaraní, doscientos cincuenta indios guaunana del río San Juan, en el Chocó, y un escenario colombiano: Cartagena de Indias.
"De la Asunción del siglo XVIII ya no queda nada -explica Ghia a SEMANA- y no era posible reconstruirla, claro está. Me acordé entonces de "Quemada", de Gillio Pontecorvo, y decidi venir a ver si Cartagena servia. Y claro que servia. Y no sólo Cartagena, sino la selva del Caribe colombiano, al norte de Santa Marta mucho más hermosa, más espectacular, y sobre todo más fotogénica que las selvas paraguayas".
David Puttnam, en principio, hubiera preferido filmar la película en México, a causa de la infraestructura cinematográfica que allá existe. Pero se dejó convencer por Cartagena -"por el "sentido" de la ciudad", dice a SEMANA -y también por la capacidad de persuasión del presidente Betancur y de Focine. "El presidente Betancur entiende lo que puede significar, en términos económicos para el país, hacer de Colombia el sitio de moda para filmar películas. Porque la industria cinematográfica se mueve mucho por la moda, aunque sea frivolo decirlo. En Thailandia, por ejemplo, se han filmado ya seis o siete grandes producciones internacionales desde "El francotirador". Se trata de hacer la película que toca en el momento que toca, y la moda está lanzada. Y si resulta, esto puede convertirse para Colombia en un negocio que le deje veinte millones de dólares al año. Quedé impresionado con la manera como entendieron esto el presidente Betancur y Focine. Focine es fantástico: los colombianos tienen suerte de tener un organismo así. Nosotros llevamos décadas tratando de convencer de cosas por el estilo al gobierno británico, y no ha sido posible".
Si Ghia dice que la película es "demasiado grande" es, claro está, por la responsabilidad financiera que una inversión de veinte millones de dólares implica. "Tiene que ser una película comercial -dice a SEMANA- y en mi opinión es mejor que sea así. De lo contrario acabaría siendo demasiado intelectual y demasiado política, y en consecuencia sólo para una minoría. Por eso el guión que escribió Robert Bolt presenta el tema -ese tema amplísimo y eterno de la libertad humana- no desde el punto de vista de las ideas, sino de las personas. Se trataba de lograr un equilibrio perfecto entre el problema filosófico y la emoción, la acción".
David Puttnam es todavía más explícito cuando dice a SEMANA: "Esta película es la versión "clinteastwoodiana" de "Becket". Es un tema intelectual tratado con las tripas". Y para hacerlo y tener éxito con él, los productores no han ahorrado medios. "Tenemos toda una parranda de ganadores de Oscares aquí -dice Puttnam-, el director de fotografía de los "Gritos del silencio", el escenógrafo de "Ghandi" y de "Greystoke" (Tarzán)...". Fernando Ghia confirma: "Tenemos todo lo mejor para hacerlo bien, en todo. La verdad es que si no resulta, no podemos dar ninguna disculpa".
Y tienen, claro está, muchísimo dinero. De los veinte millones de dólares que se invertirán en la película, más de seis (unos setecientos millones de pesos) se quedaran en Colombia durante los dos meses de la filmación, cantidad nada despreciable en esta época de escasez de divisas. Más de trescientas personas, sin incluir los extras ni los doscientos cincuenta indígenas guaunanas que tendrán a su cargo el papel fundamental de la comunidad guaraní, trabajan en Cartagena y Santa Marta para la película: electricistas, albañiles, costureras, choferes sin contar la docena de becarios de Focine que sirven de asistentes de producción. Y, por supuesto, restaurantes, hoteles, taxis, tiendas. Más de un centenar de ingleses y dos docenas de italianos copan ya medio hotel Hilton y una docena de casas en la ciudad vieja. Han construido, ya se dijo antes, murallas, altares, toda una misión jesuítica con sesenta casas y una colosal iglesia barroca en una finca cercana a Cartagena, Canalete sobre la carretera de la Cordialidad que lleva a Barranquilla, y otra misión más pequeña en Santa Marta sobre el río Don Diego, donde se alza además la nueva aldea que durante dos meses alojará a los indígenas guaunana (ver recuadro). Seis millones de dólares en dos meses es, sin duda, una considerable inyección de dinero para una ciudad como Cartagena, especialmente en estas duras épocas de desempleo masivo.
Y eso se nota. Las calles de la ciudad vieja empiezan a cubrirse de tierra roja, como en la Asunción de hace dos siglos. En la iglesia de San Pedro Claver, las rejas de las ventanas han sido reemplazadas por una red de bolillos de madera, artificialmente envejecidos. En todas las esquinas se ven pintores de brocha gorda, supervisados por un director de arte, pintando delicadamente paredes y ventanas para que adquieran la apariencia exacta de la madera desnuda o de la cal envejecida por las intemperies. En los patios sombreados de las viejas iglesias coloniales cuelgan, oreándose al sol y al viénto, banderas y estandartes. En la baranda de un balcón, destiñéndose, pueden verse chalecos de botones colgados, como cuadros de Cárdenas: son algunas de las centenares de piezas de vestuario diseñadas y fabricadas bajo la dirección de Sabattini sobre modelos de la época. En una vieja casona ensartan cúentas de colores para los trajes que llevaran los indígenas. En los patios del palacio de la Inquisición construyen caballerizas falsas, de cartón piedra. En las murallas, un director de arte saca precisos moldes de las piedras en fibra de vidrio para inventar un nuevo muro.
Las murallas de Cartagena se construyeron para mantener a raya a los ingleses, que veinte veces intentaron asaltarlas sin éxito. Pero ahora están ahí.

DE NIRO: MIEDO A LA CAMARA
Robert De Niro no es una estrella extravagante y caprichosa como Marlon Brando, de quien cuenta la leyenda que cuando vino a Cartagena para actuar en "Quemada" se hacía traer a diario helado de vainilla por vía aérea desde el Nepal. De Niro, al contrario, es discreto. Demasiado discreto. Inaccesible. Más que a Brando, recuerda a Greta Garbo, que lleva cuarenta años sin dejarse ver de nadie.
En Cartagena, todo el aparato de producción de Goldcrest protege la intimidad de De Niro como si se tratara de un secreto militar. "Es que es un hombre muy sensible", explican. "Está muy concentrado en su papel" -añaden. ¿Pero dejarse ver por un periodista? Jamás. Fernando Ghia, uno de los productores, se explaya un poco más: "Si usted le dice que es tataranieto de Mendoza, el personaje que interpreta en "La Misión", lo recibirá inmediatamente". Y cuando al periodista se le ilumina la cara, Ghia advierte: Pero De Niro sabe que Mendoza es un personaje de ficción, naturalmente".
A lo mejor también Robert De Niro es un personaje de ficción. No existe. Y sin embargo, hay indicios. Alguien, tal vez De Niro, ocupa la suite:1450 del Hilton de Cartagena. Para alguien, y dicen que es para De Niro, la productora anda buscando una casa en Cartagena y otra en Santa Marta. Roland Joffe, que lo conoce (al fin y al cabo Joffe dirige la película), lo describe como "un gran actor: concienzudo, trabajador, imaginativo, accesible". ¿Accesible? Bueno: Joffe debe saber lo que dice: no en balde es el director. Y hay finalmente una prueba de la existencia de De Niro que parece irrefutable: millones de espectadores lo han visto en el cine. Aunque, la verdad sea dicha, siempre lo han visto diferente: en "El taxista", en "El francotirador", en "Erase una vez en América", en "New York, New York". Tan diferente que podría ser que hubiera no uno, sino muchos De Niros -incluyendo a uno que se llama Al Pacino, con quien muchos espectadores tienden a confundirlo. Es posible inclusive que de todos esos De Niros hayan venido a Cartagena no uno, sino dos. Aunque parezca inverosímil, así estaba previsto: debía venir el Robert De Niro que va a interpretar a Mendoza en "La Misión" y, por añadidura, el Robert De Niro escogido por Francesco Rossi para encarnar a Santiago Nasar en la "Cronica de una muerte anunciada". Pero en fin de cuentas la película de Rossi se pospuso hasta fines del año o comienzos del que viene. Afortunadamente. Porque hubiera sido una tarea verdaderamente sobrehumana para los periodistas perseguir a la vez a dos De Niros invisibles por toda la costa Caribe de Colombia.
De pronto, en un restaurante del casco viejo de Cartagena entra Robert De Niro. Se le acerca una niña sonriente, instamatic en ristre. "¡No, no, no!" -ruega el actor-, y así se desvela el secreto: lo que pasa es que De Niro les tiene pavor a las cámaras. La niña insiste: "una fotico, una sola". "¡No, no!". No es un "no, no" exagerado, claro está: tras la barba y el pelo que se ha dejado crecer para su personaje de Mendoza, De Niro sigue siendo De Niro: intenso, pero controlado. No es un "no, no" histriónico, de comedia a la italiana, sino un "no, no" controlado e intenso, de Actor's Studio. Pero de todos modos es un "no, no". A la vista de la cámara, De Niro ha reaccionado como ante una serpiente.
Debe ser por eso que para convencerlo de que se pusiera delante de las cámaras de Roland Joffe para filmar "La Misión" tuvieron que pagarle, segun se dice, un millón y medio de dólares.

EL DEBUT DE LOS GUAUNANA
"La Misión" se filma en Cartagena, pero Cartagena es una ciudad sin indios: y el tema central de la película es justamente el problema indio, explica Roland Joffe, su director. "Cómo pueden los indios no quedar ni excluidos ni destruidos por la cultura de los blancos. Eso sucedió en el siglo XVI, y siguió sucediendo en el XVIII, que es el momento de la expulsión de las misiones jesuitas del Paraguay que la película retrata, y sigue sucediendo hoy: es un problema viejo y un problema actual".
El problema actual, para la productora Goldcrest, parece ser exactamente el mismo. Doscientos cincuenta indígenas participan en la filmación. Pero, como en Cartagena no los hay, fue necesario traerlos desde el río San Juan, en el Chocó. Son los guaunana. Un centenar de familias (hombres mujeres y niños) contratadas para la película en cuatro aldeas distintas "porque no podíamos -dice Salvo Basile, el asistente del director encargado de los indígenas- dejar cerrado durante dos meses todo un pueblo". Se les ha construido una aldea al norte de Santa Marta, sobre el río Don Diego. Cada dos o tres semanas tres o cuatro de entre ellos viajarán de vuelta a sus comunidades para llevar y traer noticias. Tendrán escuela para los niños, y atención médica mientras dure la filmación (que es mucho más, señala el productor delegado Iain Smith, que lo que actualmente tienen en el Chocó). Recibirán aproximadamente diez millones de pesos por su trabajo (entre 75 y 85.000 dólares), de los cuales un treinta por ciento irá directamente a las comunidades a través de los cabildos para ser invertido en obras comunitarias de salud o infraestructura agrícola. Todo el proceso ha sido supervigilado por el Departamento de Asuntos Indígenas del Ministerio de Gobierno y por el Instituto Colombiano de Antropología.
¿Por qué los guaunanas? David Puttnam, el productor ejecutivo de la película explica que una de las razones por las cuales renunciaron a filmar en el Paraguay, donde tiene lugar la acción, es que los indios guaraníes han sido allá "muy destruidos por la civilización de los blancos" y ese tema de la destrucción, antes de que se consume, es el centro emocional e intelectual de toda la historia que narra "La Misión". El director Joffe dice que los guaunana fueron escogidos por su situación cultural intermedia entre las tribus completamente corrompidas por el poderio superior de los blancos -como los guaraníes del Paraguay- y aquellas que se han conservado intactas. "Haber usado a una tribu totalmente primitiva hubiera sido un desastre antropológico -dice Joffe
Y utilizar extras disfrazados de indios un desastre artístico. Yo he ido varias veces al Chocó a conocer a los guaunana, he estado con ellos, los he visto bailar, vivir: nos conocemos. Hablamos con ellos, trajimos a Cartagena y Santa Marta, donde van a vivir, a sus jefes... No es una cosa paternalista, ni mucho menos: vienen a trabajar, y, por nuestra parte, estaba claro como un principio que sus comunidades debían sacar un beneficio material de que trabajaran con nosotros".
"En todo esto -dice David Puttnam- el trabajo de Salvatore Basile y sus colaboradores ha sido absolutamente milagroso". Basile por su parte -un italiano que vino a Cartagena hace dieciocho años con el equipo de Pontecorvo para filmar "Quemada" y se quedó casado con una cartagenera- explica que de todo lo que han conocido hasta ahora por los guaunana en su abrupto contacto con los productores ingleses sólo les ha impresionado de verdad una cosa: el parque Tairona. "Ni los viajes en avión, ni Cartagena, ni el Caribe, ni los ascensores. Pero ante la maravilla natural del parque Tairona se quedan asombrados".
Desde hace ya varios meses, los guaunana se preparan para su trabajo: aprenden, por ejemplo, a entonar en coro cantos gregorianos, tal como hacian los guaraníes en las misiones de los jesuitas. "Eso les aburre -explica Salvo Basile- porque les suena a la cosa de iglesia que ya conocen. Y en música, ellos prefieren el vallenato" .