Especiales Semana

LOS ULTIMOS DIAS DE CALIFORNIA

Temblores recientes y últimas investigaciones parecen confirmar que la costa californiana será sacudida por un terremoto devastador cualquier día de estos

18 de agosto de 1986

Desde mediados de la década pasada cuando la película "Terremoto" rompió récords de taquilla en Estados Unidos y numerosos países del mundo, no se hablaba tanto de la posibilidad de que la ciudad de Los Angeles y buena parte del territorio del estado de California fueran destruidas por un sismo de gigantescas proporciones. En los últimos días, una serie de temblores de gran intensidad, en particular uno que se presentó el 8 de julio y que tuvo como epicentro un lugar cercano a Palm Springs, y algunas publicaciones de prensa aparecidas antes y después de esa fecha, han vuelto a poner el tema sobre el tapete. El sismo de Palm Springs, que con una intensidad de 6 en la escala de Richter y una duración de 30 segundos, es el más fuerte de los últimos 15 años en esa región de los Estados Unidos, sirvió para que una vez más, los científicos que vienen trabajando en el asunto desde hace largo tiempo confirmaran algunas de sus hipótesis, que los han llevado a concluir que existe la certeza de que en cualquier momento a partir de ahora y durante los próximos 50 años, se presentará el temido cataclismo.

UN PUEBLITO LLAMADO PARKFIELD
Caer en la trampa de un terremoto es una experiencia común entre aquellos que se dedican a su estudio, y con frecuencia se compara la labor de investigar los sismos con la de cazar conejos en el desierto: se sabe que están ahí, pero no por ello es fácil capturarlos. Lo máximo a lo que pueden aspirar los científicos es a llegar al escenario después del acontecimiento, apenas a tiempo para medir algunos de sus efectos posteriores.
Sin embargo, un pequeño pueblito llamado Parkfield, 80 millas al sur de Cienaga Road, podría significar el paso de la era de la oscuridad a la de la luz para los sismólogos. Parkfield es el único lugar de los Estados Unidos, y probablemente del mundo, donde estos tienen virtualmente la certidumbre no sólo de que habrá un terremoto, sino de cuándo se producirá y de qué tan grande será. El 5 de abril de 1985, las autoridades federal y estatal aprobaron en forma oficial una predicción que dice que Parkfield sufrirá un temblor de entre 5.5 y 6 en la escala Richter, entre hoy y 1993.
Por consiguiente, los sismólogos más famosos de los Estados Unidos se encuentran desde ya instalados en este pequeño pueblo, con todos sus trastos científicos, y esperan que lo que aprendan con el sismo de Parkfield les otorgue, de una vez por todas, los instrumentos que les permitan conquistar uno de los mayores retos de la humanidad: predecir los movimientos telúricos.
Estos, desde luego, no son nada nuevo en Parkfield. En el último siglo y medio han ocurrido una vez cada 22 años. Pero es que Parkfield tiene la peculiaridad de que prácticamente cabalga sobre la falla de San Andrés, la legendaria rajadura de la Tierra ubicada en el estado de California, que es la que permite predecir que un terremoto de incalculables consecuencias estremecerá a San Francisco y a Los Angeles de aquí al año 2036, aunque nadie sepa exactamente cuándo ni cuál será su nivel de destrucción.
La falla de San Andrés no es difícil de encontrar en un mapa geológico, pero en el campo de la realidad, la falla puede resultar escurridiza. Serpentea centímetros debajo de la superficie a través de 6 séptimos de la longitud del estado de California. Es una grieta de 650 millas de largo en la Tierra, que corta, a veces sin hacerse notar y otras muchas sin que la quieran notar, casi toda la superficie geológica californiana. La falla surge de la plataforma submarina en el Punto Arena, sobre la costa norte y sigue paralela a la costa hasta la península de San Francisco, donde atraviesa diagonalmente y continúa al borde de las montañas. Luego gira al sur sobre los verdes valles de la costa Range, para luego serpentear sobre la llanura de Carrizo. Docenas de fallas menores--la Garlock, la San Jacinto, la Cucamonga--se derivan de ella y aunque no son visibles, tienen sus raíces bajo la ciudad de Los Angeles.
Finalmente hacia el sur, su superficie desaparece paulatinamente en el desierto entre Salton Sea y la frontera con México.

SIGNOS Y PRELUDIOS
Para la época del gran terremoto de San Francisco en 1906, los geólogos tenían apenas un leve conocimiento de los procesos que mueven y estremecen la Tierra. Sí sabían que ese sismo estaba de alguna manera relacionado con la falla de San Andrés.
Los dos grandes bloques de tierra que descansan a ambos lados de la falla habían estado sometidos a una inmensa presión mucho tiempo antes del terremoto, hasta que las dos fuerzas acumuladas cedieron con un quiebre colosal. Los científicos saben ahora que la falla de San Andrés marca la división de dos de las 12 o más placas tectónicas que constituyen la superficie externa de la Tierra. El terreno al occidente de la falla descansa sobre la placa pacífica, la mayoría de la cual se encuentra debajo del océano. El resto de California reposa tranquilamente sobre la placa norteamericana, que conforma la superficie del continente. Ambas placas están ahora en movimiento. Flotan como la espuma que se forma sobre el chocolate batido, sobre el manto caliente y semilíquido del planeta.
La mecánica de un terremoto suena tan intuitivamente lógica, que hay que preguntarse por qué no pudieron predecirse con anterioridad. Pero el hecho es que mientras el aspecto general se ha vuelto cada vez más claro, los aspectos más fundamentales de un sismo--los que determinan su momento y su magnitud--constituyen todavía una incógnita. La magnitud depende de dos cosas: del volumen que alcance a abrirse la grieta y de la fuerza de la tensión acumulada con anterioridad a la ruptura. Entre mayor sea la tensión, mayor será la ruptura y por consiguiente, mayor el terremoto. Sobre el momento, los sismólogos han tratado de armarse de una serie de signos externos, o sea de eventos geológicos que repetidamente se produzcan antes de un terremoto.
Se conocen tres tipos: los preludios a largo plazo, que señalan que el terremoto se encuentra a décadas o centurias de producirselos de mediano plazo, que indican que está a décadas, años o meses de distancia; y los de corto plazo, que indican que está a días u horas de distancia.
Humoristícamente se dice que cuando los sismólogos rezan, probablemente piden: "Un signo, Dios, dános un signo". Y al parecer sus súplicas han sido atendidas, porque la lista de preludios a corto plazo, sin contar con el comportamiento extraño que demuestran los animales antes de los terremotos, incluyen escapes de radón (un gas ligeramente radiactivo), incremento de hidrógeno en la tierra, un leve descenso del terreno cerca a la falla, una disminución en el número de microtemblores o un incremento de ellos, relámpagos de luces en el cielo, parcialmente coloreadas, una disminución de la resistencia de las rocas a los fluidos eléctricos y otros. Para los científicos, el significado de estas señales premonitorias descansa en la posibilidad de entender la mecánica que las desencadena.

SE VINO EL TERREMOTO
Al igual que sucede con los de California, los temblores en México son causados por la fricción de las placas tectónicas. Pero en México, los dos grandes segmentos de la Tierra no se están deslizando uno al lado del otro en un plano vertical, sino que la placa oceánica--la Cocos--se está introduciendo oblicuamente bajo la placa norteamericana. Por este motivo, algunos sismólogos anticipan que por lo menos dos grandes terremotos más azotarán a Mexico durante los próximos 5 años.
Sin embargo, los terremotos que causan el mayor daño son los más difíciles de predecir, puesto que son los más escasos. Anticipar terremotos que se han dado en ciclos repetitivos no es difícil si se cuenta con los registros. En China, la historia sísmica data de 180 años antes de Cristo, lo que permite a los sismólogos calcular el tiempo promedio de repetición de sismos tan gigantes que ocurren solamente una vez cada 300 años. Pero los registros históricos en los Estados Unidos se remontan sólo al siglo XVIII. Apenas hace poco tiempo, los científicos pudieron confirmar la sospecha de que los sismos realmente grandes no ocurren en ninguna región de California con mayor frecuencia que una vez en cada siglo.
Hasta hace pocos años,nada más que eso era posible predecir con respecto al caso californiano. Todo cambió a finales de los setenta, cuando un recién egresado de la Universidad de Stanford, Kerry Sieh, descubrió la manera de documentar terremotos que ocurrieron antes de que hubiera alguien cerca para que escribiera sobre ellos. Con un complicado proceso que incluye la utilización de carbono 14, Sieh ha podido realizar unas inquietantes predicciones: "Los antiguos geólogos decían que entre más lejos se estuviera del último terremoto, más cerca estaba el siguiente", dice Sieh. "A pesar de que eso era cierto
--agrega--no servía mucho como predicción. En la actualidad podemos dar las probabilidades sobre el próximo terremoto que ocurrirá al sur de California". Sieh ha encontrado que una parte de la falla de San Andrés, que recorre el este de Los Angeles, entre San Bernardino y Tejón Pass, se rompe una vez cada siglo y medio, pocas décadas más o menos. La última se rompió hace 129 años, en 1857.
Según eso, existe entre un 3% y un 4% de probabilidades de que se produzca un terremoto de grandes proporciones en el área de Los Angeles este año, y entre un 50% y un 90% de probabilidades de que este se produzca durante los próximos 50 años.
A pesar de que normalmente los californianos han estado vagamente informados acerca del peligro, las predicciones de Sieh--además de los pequeños temblores que se han producido en la zona durante los últimos días--han llevado a que las agencias estatales se preparen para un desastre geológico de gran magnitud.

Durante el gobierno de Jimmy Carter, se publicó un informe oficial sobre el tema, que diseñó escenarios imaginario pero previsibles, para la eventualidad de un sismo en. Los Angeles o San Francisco. Las proyecciones se basaron en lo que se conoce como el terremoto más grande posible, aunque no necesariamente el más probable. Y las conclusiones son preocupantes. Entre 3 mil y 14 mil personas resultarían muertas en Los Angeles. Y entre 12 mil y 55 mil quedarían seriamente heridas y necesitarían rápida hospitalización. Las pérdidas materiales inmediatas ¿Iscenderían a por lo menos 20 mil millones de dólares. Pero aparte del colapso de las estructuras, el mayor peligro provendría de los incendios y los derramamientos químicos. Conductos de gas natural y de petróleo atraviesan la ciudad. Y el agua para combati]r los incendios sería escasa: la mayoría del abastecimiento de la urbe podría quedar suspendido, porque fluye a través de innumerables tuberías que cruzan la falla de San Andrés. Además, permitirían que el Giardia, un parásito intestinal que existe en abundancia en los ríos y las cascadas, penetrara el sistema de acueductos. La mayoría de las líneas telefónicas quedaría inservible y las autopistas se harían intransitables durante varios días. Y aun para los que resultaran ilesos, la falta de abastecimiento eléctrico significaría la parálisis de sus vidas: sin luz, sin televisión, sin radio, sin gasolina, sin refrigeración, etc. La perspectiva para San Francisco no es menos oscura.
Pero si los californianos alguna vez han creído que las modernas construcciones de sus ciudades están a salvo de los desastres, lo sucedido en el terremoto de México los debe obligar a cambiar de idea. Más de 400 edificios supuestamente antisísmicos fueron destruidos, y por lo menos 9 mil personas--y posiblemente hasta 23 mil, de acuerdo con algunas autoridades--perdieron la vida. Aunque los periodistas generalmente concentran sus preguntas en averiguar la intensidad del sismo, la respuesta puede resultar solamente un número.
Lo que importa es cómo responde el terreno a las ondas sísmicas. Los sedimentos, como aquellos sobre los cuales se encuentra el centro de la Ciudad de México, tienen la propiedad de amplificar esas ondas, y en este caso produjeron entre 4 y 5 veces más movimiento que en las áreas periféricas de la ciudad. Este movimiento exagerado fue especialmente dañino para los edificios asimétricos, como aquellos construidos en L, porque la presión se concentró en la unión de ambas alas.
Todos los edificios tienen lo que se conoce como la frecuencia fundamental, una especie de vibración armónica del concreto con el acero. Si se toma una regla metálica por un extremo y se hace temblar el otro, la regla vibrará al ritmo de su frecuencia fundamental. Lo mismo sucede con un edificio. Algunas de las ondas sísmicas en el terremoto de Mexico llegaron con un período de dos segundos, cazando perfectamente con la frecuencia de algunos edificios. Las ondas produjeron una resonancia con la cual los edificios temblaron armónicamente, amplificando el movimiento del terreno otras 4 ó 5 veces y sometiendo a los edificios a una aceleración 6 veces mayor que cualquiera de las registradas en un movimiento telúrico en México. Y como resultado, los edificios se desmoronaron.
Este devastamiento horrorizó a los ingenieros. ¿Qué había pasado? Muchos hablaron de niveles de seguridad inferiores a los requeridos, como producto de la corrupción administrativa en el proceso de construcción. Pero afirmar que allí está toda la explicación, resulta ridículo en opinión de algunos expertos. Porque la verdad es que los sedimentos que conformaban el terreno en el centro de la ciudad, respondieron a las ondas sísmicas con un vigor inesperado. Eso explica muchos de los testimonios recogidos entre los sobrevivientes del terremoto de México, sobre la forma como se movió la tierra (ver SEMANA N°177).
Lo que todo lo anterior significa para California y para cualquier región del mundo con fallas geológicas activas, es que los terremotos son todavía unas peligrosísimas incógnitas.
No sólo son inciertas, sino que el hecho de que una ciudad sea moderna, no significa de manera alguna que no se vaya a derrumbar. Obviamente, las únicas formas de reducir las perdidas de vidas son construir edificios menos vulnerables o aprender a hacer predicciones precisas a corto plazo, de forma tal que la gente pueda escapar a tiempo. O ambas. Pero los científicos dicen que predicciones exactas a corto plazo todavía estan muy lejos.