Especiales Semana

MAMA MIA

15 de diciembre de 1997

Son inconfundibles. La mayoría está por encima de los 50. Son los primeros en llegar. Se disputan a muerte los puestos de primera fila. La pinta los delata: corbata de colores encendidos, vestido de lino blanco o café claro, bigote y barba bien arreglados, pelo engominado o peinado hacia atrás para tapar las huellas que han dejado los años. Por lo general van acompañados de sus señoras, quienes se convierten en sus cómplices y las de sus mejores amigos con los que comparten sus secretos a risotadas. Ellos se vuelven la atracción de los desfiles en Cartagena. A medida que la noche transcurre y los tragos comienzan a hacer su efecto los caballeros de corbata y pinta inmaculada se transforman. Están al borde de un infarto. Sus mejillas se ponen moradas. La corbata baila de un lado para otro y amenaza con convertirse en un lazo que a cualquier momento se hala del nudo para desencadenar un final trágico. El engominado del cabello desaparece, al igual que el saco y algunos botones de la camisa. Sus gritos se convierten en chillidos. Sus ojos hablan de sus sueños eróticos cada vez que una candidata sube a la pasarela con su vestido diminuto. Ellos, a punto de explotar, tienen que conformarse con mirar, repasar, vociferar y gesticular hasta caer desmadejados sobre sus sillas. Pero el ritual vuelve y se repite cuando la animadora de turno anuncia a la siguiente participante. La fiesta ha llegado a su fin. De nuevo guardan cordura. En segundos vuelven a ser los caballeros de primera fila que, cogidos de la mano de sus esposas, llegaron para disfrutar uno de los tantos compromisos que atienden las candidatas que disputan el título de Señorita Colombia.