Especiales Semana

Plata a la lata

Los impuestos que pide el Alcalde no son para tapar un hueco fiscal o cubrir gastos de funcionamiento sino para invertir en grande.

1 de diciembre de 2002

A ojos del bogotano del común el principal rasgo que caracteriza al alcalde Antanas Mockus es la voracidad tributaria. Cuando da declaraciones casi siempre es para pedir nuevos impuestos, adicionales a los que ya le aprobó el Concejo. Siempre anda con una reforma tributaria bajo el brazo y de vez en cuando, para variar, propone tributos estrambóticos como el de los garajes, que nunca prosperó.

A la ciudadanía le cuesta trabajo entender la ansiedad del Alcalde por conseguir más recursos. Más de un bogotano se pregunta si el Distrito está mal de plata. ¿Acaso las finanzas distritales corren el riesgo de colapsar bajo la deuda, como ocurre a nivel nacional?

Nada de esto. Antes, por el contrario, el Distrito tiene unas finanzas robustas y maneja unos niveles de endeudamiento que, por lo bajos, envidiaría el Ministro de Hacienda. El saldo de la deuda equivale al 74 por ciento de los ingresos anuales del Distrito, mientras que a nivel nacional este porcentaje se acerca al 400 por ciento. Este fue uno de los criterios que tuvieron en cuenta hace dos semanas las agencias calificadoras de riesgo para notas favorables a la deuda del Distrito en moneda local.

De manera que el Alcalde no pide plata para tapar un hueco ya existente, como lo hace el gobierno central. La pide para invertir, que es muy distinto. "El problema aquí no es el déficit. Nosotros preferimos hablar de la brecha fiscal. Es decir, los recursos que hacen falta para aumentar las coberturas de los servicios sociales, como educación, salud y otros", explica Israel Fainboim, secretario de Hacienda del Distrito.

En otras palabras, el problema de la administración capitalina no es que gaste más plata de la que recibe sino que quiere invertir más. En vez de hacerlo al debe la administración considera prudente financiar este incremento con fuentes estables de recursos, como los impuestos.

Esta es la principal explicación de la ansiedad tributaria del Alcalde, aunque también hay otra. Bajo la administración Peñalosa el Distrito recibió casi un billón de pesos de la descapitalización de la Empresa de Energía, e invirtió hasta el último centavo. La ciudad dio un salto adelante, evidentemente. El problema es que a cada escuela, biblioteca o ciclorruta nueva que se construye hay que financiarle el funcionamiento y el mantenimiento. Fainboim calcula que cada peso invertido genera, en promedio, necesidades permanentes de gasto de 30 centavos.

Esto no implica que haya que parar la inversión para evitar gastos futuros. Más bien quiere decir que, como Bogotá ha invertido mucho y bien, debe tributar más para preservar lo que ya tiene. Pero, ¿qué tanto más? Con el argumento de ampliar las coberturas sociales y preservar las inversiones ya hechas habría que subir los impuestos constantemente. El bolsillo de los contribuyentes tiene límites. Además hay que tener en cuenta que el gobierno central, con sus reformas tributarias, compite con el Distrito por la plata de los ciudadanos y las empresas.

El Secretario de Hacienda considera, no obstante, que todavía queda un "pequeño espacio" para incrementar la tributación. Pese a la cantidad de proyectos de reforma tributaria presentados al Concejo hasta el momento sólo se ha aprobado uno, que implicó un aumento en la tasa del impuesto de industria y comercio. Esto le generará al Distrito recursos anuales por 208.000 millones de pesos a partir de 2003. Pero la administración considera que caben algunos tributos más y por eso ha insistido ante el Concejo en una nueva reforma para subir el impuesto predial, cobrar el alumbrado público y reducir algunos descuentos tributarios.

Paralelamente la administración ha redoblado sus esfuerzos para combatir la evasión. Esto le significará recursos adicionales por más de 100.000 millones de pesos en 2002. No menos importante ha sido el recorte de gastos de funcionamiento. Con la aplicación de la Ley 617 de ajuste fiscal se suprimieron 5.375 cargos de los 12.886 que había en las entidades distritales. Esta medida generará 148.000 millones de pesos anuales -aunque tuvo un costo social-.

A esto hay que sumar un decreto que expidió hace tres meses el gobierno nacional para el régimen prestacional de los empleados públicos y trabajadores oficiales a nivel territorial. Sólo en Bogotá el ahorro es de 29.000 millones de pesos al año. Por último, no sobra mencionar que si se aprueba la eliminación de contralorías y personerías locales en el referendo el Distrito tendría un ahorro anual de 95.000 millones de pesos.

¿A qué apuntan todos estos ahorros?, En el fondo, a abrirle espacio a la inversión (ver gráfica). Por eso de cada peso que recibe el Distrito casi 50 centavos son para invertir. Es una situación que contrasta con la del gobierno nacional, que en los últimos años ha mantenido la inversión en su mínima expresión, se gasta toda la plata en funcionamiento y no le alcanza.

Gracias a que tiene más recursos para invertir Bogotá podrá crear 57.000 cupos educativos adicionales este año. Pero este es sólo un ejemplo. En general, las coberturas sociales en la ciudad han mejorado pese que se han disparado la migración y la pobreza. Esta es la otra cara de las reformas tributarias, cuando la plata se maneja bien.