Especiales Semana

¡RESULTO PALO!

Sorpresivamente el jurado calificador desbanca a dos favoritas y le da la corona a la Señorita Bolívar, que no figuraba entre las preferidas del público

María Isabel Rueda
10 de diciembre de 1984

La reina resultó palo. Ese fue el comentario generalizado cuando se dió a conocer el nombre de la nueva reina de la belleza colombiana, Sandra Borda Caldas, representante del departamento de Bolívar. En el momento en el que fue incluída en la lista de las cinco finalistas, cuando nadie en ningún momento la había dado por favorita, los expertos comenzaron a pensar que alguna sorpresa final, bien espesita y condimentada, podía producir el jurado y efectivamente se produjo.

También se comentó que la ceremonia de coronación fue demasiado larga. Que le sobró un desfile y le faltó, en cambio, un ligero interrogatorio a las finalistas, pues habría sido agradable escuchar sus voces respondiendo, como sucede en el certamen de Miss Universo, a preguntas intrascendentes, como que actitud tomarían en el caso de que un extraterrestre aterrizara en su jardín.

Pero si alguien esperaba que la coronación de la nueva reina de belleza colombiana careciera de emociones fuertes, se equivocó. Desde que fueron escogidas las cinco finalistas los pronósticos de la gente comenzaron a fallar, y dos favoritas, Nariño y Santander, se vieron desplazadas por nombres que nadie había barajado con anterioridad, como los de las representantes de Bolívar, Atlántico y Cundinamarca.

El castillo de cristal
Si a la una de la mañana del pasado lunes todo comenzaba apenas para la nueva reina de belleza de Colombia, Sandra Borda Caldas, 89-60-90, prima de Susana Caldas Lemaitre y sobrina de otras dos reinas, para mí, 93-70-98, terminaba por fortuna una de las jornadas periodísticas más suigéneris de mi carrera. Durante cinco delirantes días había descansado de trajinar con nombres tan familiares como Belisario, Virgilio, Luis Carlos, Reagan, Mitterrand o la señora Thatcher, para aprender a manejar con insospechada destreza otros menos ortodoxos: Suad, Gehovell, Sonia Luz, Clarena, Karina, Eileen, Herta Ella, todas pertenecientes a una galaxia a la que no es fácil llegar como primipara.

Y si por casualidad yo había llegado a pensar alguna vez en mi vida que mi capacidad de asombro estaba totalmente domesticada, descubrí, con satisfacción, que aún podía quedarme con la boca abierta, virtud que siempre le he envidiado a los niños y a los imbéciles. Debo confesar que esta gigantesca rumba, que tiene la madurez de un certamen electoral gringo y la ingenuidad de una feria artesanal, me conmovió profundamente. Y aunque existen muchos que lo critican por pagano, por superficial, por derrochador o por desacreditar al sexo femenino, el certamen de Cartagena tiene el mejor argumento a su favor. El de que en un país en el cual nada dura ni funciona, exista un evento como éste que puede contar medio siglo de historia prácticamente ininterrumpida, gracias, como todo el mundo lo reconoce, al dinamismo de esa matrona que es doña Tera Pizarro de Angulo. Y es que en el fondo lo único que en realidad pretende el reinado es rendirle un tributo a la belleza, y con este pretexto los cartageneros bailan, beben y se disfrazan durante prácticamente cinco días consecutivos como si una vez cada año, por esta temporada, les estuviera concedido el don de rumbear hasta sacarle una leve ventaja a la muerte.

Llegar al Hotel Hilton durante la semana del Reinado de Belleza es hazaña de corsarios. Hay, definitivamente, que tomárselo por asalto, o hacer algo incluso aún más difícil, que es conseguir una habitación desocupada para portar una credencial de huésped, o acreditarse para portar una de periodista. Adentro, cientos de empleados con sombrerito de convención política caminan velozmente de norte a sur o de oriente a occidente atendiendo con paciencia las inquietudes de los huéspedes que ocupan las habitaciones del Hotel, casi todos miembros de las comitivas reales, que cuando no están vivando a sus candidatas gastan el tiempo solicitando credenciales, alfileres o cocacolas. Representantes de los medios de comunicación montan ansiosamente guardia en los corredores del Hotel, dispuestos a que no se les pase la corrida de un catre o el traspié de una reina. Al circular por escasos minutos en medio de esta barahunda humana, uno se arriesga a salir de allí portando la visera de la señorita Nariño, abanicándose con la foto de la señora Quindio o utilizando una camiseta que lo convierte automáticamente en hincha de la señorita Valle.

Pero si en el lobby del hotel la actividad es intensa, en el piso tercero las medidas de seguridad son tan extremas, que más parecería que en él estuviera alojada alguna delegación de una potencia mundial con primer mandatario a bordo, en lugar de 19 coquetonas señoritas que una semana antes vestían uniformes de colegialas, leían "La María", y daban intensos lambetazos a una deliciosa paleta de limón.

Ajenas al staff de maquilladores, peinadores, modistos y familiares de las reinas, sólo había dos personas que en el piso tercero del Hilton se movían como zarinas. Una de ellas era Gloria Valencia de Castaño y la otra Margot Ricci, a quienes las madres de las candidatas buscaban afanosamente agradar bajo la equivocada idea de que logrando la simpatía de la primera o evitando la antipatía de la segunda, sus hijas se colocaban en la línea de las favoritas.

Incursionar en la intimidad de las habitaciones de las candidatas producía la misma sensación que la de entrar a la cueva de Morgan, aunque en lugar de un pirata, el comité de recepción estaba compuesto por el peinador y la madre de la reina. Y mientras el primero daba afeminados brinquitos alabando las cualidades de su pupila, la segunda ordenaba nerviosamente el próximo atuendo de su hija, al tiempo que explicaba que aquel torbellino de encajes, de tules,lentejuelas y rasos, convertirían en un par de horas a la niña en la versión rubia de Josefine Baker, en la diosa Thais, en Sisi emperatriz o en Scarlet O'Hara.

Entre quince y veinte vestidos e igual número de pares de zapatos conformaban el ajuar de cada candidata. Quien más orgullosamente daba cuenta del guardarropas de su hija era Merceditas Baquero, madre de la señorita Valle, quien diseñó personalmente los vestidos de su hija, aunque admitió que para confeccionarlos se había visto obligada a contratar un equipo de costureras para que en el término de un mes bordaran toda la pedrería y los apliques de los vestidos de Margarita.

Algunas de las candidatas habían contado con el apoyo económico de su departamento, mientras otras se vieron obligadas a recurrir a la "ayuda de papá". Pero sin importar quién hubiera sido el paganini del ajuar, en la indumentaria de ninguna de las 19 candidatas se notaban dificultades económicas, aunque si eran ostensibles las diferencias de gusto, que determinaron que las mejor vestidas del certamen fueran la señorita Valle y la señorita Bolívar.

Para salir de su castillo de cristal y cumplir con los diversos compromisos del reinado --dos cocteles, tres almuerzos, cinco bailes y seis desfiles--, las candidatas utilizaban con frecuencia el ascensor de servicio del Hilton. De esta manera lograban burlar la guardia de los periodistas y la cacería de lagartos y curiosos y llegar puntuales, sorprendentemente puntuales, a ocupar sus lugares en pasarelas balleneras, carrozas o pistas de baile, desde donde según la etiqueta de la ocasión, lanzaban al público botellas de ron blanco, dulces, flores o simples besos cortados con el filo de la mano.

Sobre el asfalto
Allí, en el asfalto, la fiesta de la belleza se vive de manera distinta. El viernes 9 el alcalde de la ciudad da lectura del bando que declara oficialmente inaugurada la locura colectiva.
Inmediatamente el ron, exiliar de las fiestas y los buscapiés, su instrumento musical favorito, comienzan a circular abundantemente al son de Coroncoro, la melodia de moda. Compuesta hace más de cuarenta años, la canción habla de un hombre que esta ocupado en la labor de emborracharse, cuando llegan a visitarle que se le han muerto "la mae y el pae", el tío, el abuelo y todos los demás, a lo que nuestro hombre responde: "Déjalos morir".

Quienes las han vivido desde hace cincuenta años atestiguan que estas fiestas populares ya no son lo que eran, cuando se bailaba el fandango en la plaza de la Aduana, con dos orquestas que se turnaban mientras los cartageneros seguían frenéticamente el ritmo, enfundados en el clásico disfraz de marimonda, con máscaras de alambre o cubiertos con el tradicional capuchón, con la insignia de la muerte --la calavera y dos huesos atravesados-- dibujados en la espalda.

Los más viejos aseguran que no, que las fiestas ya no son como antes. Que se ha perdido la imaginación para el mito y la conciencia folclórica, que la marimonda y el capuchón han sido reemplazados por disfraces de travesti y que la tradición ha sido cortada de tajo por bolsas repletas de agua y harina y petardos que se arrojan a la cara de transeúntes y conductores.

Pero al primíparo le es difícil creer que las fiestas del pueblo cartagenero hayan podido disminuir su intensidad. Eso significaría que si ahora se baila, se toma y se canta hasta caer desfallecidos, antes, diez o veinte años antes, la rumba necesariamente terminaba con la propia muerte de cristiano.

A pesar de lo molestos que puedan resultar para el transeunte o el automovilista, los buscapiés continúan bailando al ritmo de su explosivo son en las fiestas cartageneras, y si hace un tiempo llegó a costar 60 pesos la unidad, ahora se consiguen a 12, lo que ha determinado el aumento de su popularidad. Prohibir los buscapiés sería tanto como obligar a los cartageneros a celebrar sus fiestas con la boca cerrada. Por ese motivo mientra se estableció una multa de $ 500.oo para quienes arrojaran harina o agua se expidió un decreto en virtud del cual los buscapiés "pueden lanzarse sólo en los días y lugares señalados por la alcaldía de Cartagena".

Dos son los eventos del Reinado de Belleza en los cuales la rumba se desborda en las calles cartageneras. El primero es el desfile de carrozas.

Por lo general, y tal como lo explican con mucho humor los propios cartageneros "la crema" de la población concurre a la alcaldía para observar con cierta distancia el acontecimiento, mientras "la nata" lo hace desde el andén acompañando de cerca la carroza de la reina de sus simpatías.

Cinco veteranos artesanos se encargan cada año de la decoración de las carrozas que hace ya tiempo dejaron de llevar flores naturales --por lo costosas y perecederas, para acomodarse de manera definitiva en el mundo del celofán, los papeles metálicos, la escarcha y el crepé. Meses antes, entre 15 y 20 personas trabajan día y noche en el taller de cada uno de los artesanos, para modelar en las carrozas el capricho de la imaginación de sus hermosas tripulantes. Este año hubo caballitos de mar, palomas de la paz, motivos hawaianos, precolombinos, fantasías asiáticas, grifos babilónicos. Pero sin duda alguna la carroza que venció todas las barreras del ingenio fue la de la señorita Cauca, Ana María Ruíz, quien insistió en desfilar rodeada de un ambiente alusivo al terremoto de Popayán. Esta misma candidata reveló que la totalidad de su atuendo había sido confeccionado por costureras de su departamento, y que aunque estaba consciente de que quizá modistos más experimentados hubieran podido hacer cosas mejores, había preferido que el dinero invertido en su ajuar se quedara en el Cauca.

El segundo desfile más popular del Reinado es el de balleneras. Desde cada embarcación, decorada con motivos sacados de las historietas infantiles, las candidatas saludan y bailan, guardando sorprendentemente el equilibrio. Seis fornidos hombres reman en cada embarcación al ritmo de las vivas de los cartageneros que se vuelcan sobre las playas, desde la base naval hasta las postrimerías de Castillogrande, como un auténtico cordón humano. Al lado de las balleneras "se codean" canoas de pescadores y lujosos yates, mientras cortejan alegremente a las candidatas. Sentada detrás del jurado pude observar que el espectáculo marino tomó por sorpresa a sus miembros y manejó como quiso su capacidad de asombro. Karen Baldwin, Miss Universo 1982, "estaba que se bailaba", y Nicanor González, vicepresidente de la OTI, cedió ante la tentación de sacar su cámara... para dedicarle la casi totalidad del rollo a la señorita Valle, lo que indicaba que desde el comienzo fue una de sus favoritas. En el espectáculo de las balleneras, algunas candidatas como Valle, Nariño, Bolívar, Antioquia, Huila y Santander, ganaron puntos importantes. Otras como Sucre, favorita hasta entonces, los perdieron definitivamente.

En la noche, cuando el pueblo termina de bailar el Coroncoro en la ciudadela musical especialmente construida para la rumba de la temporada, la aristocracia cartagenera se viste de gala para recibir a las reinas en los claustros sociales, donde desfilaron entre indescriptibles vestidos de disfraz que de una u otra forma interpretaban sus fantansías: el ave Fénix, una sirena, una princesa Siux, la lluvia, el sol y el mar, una geisha, Cleopatra, una gitana, madame Butterfly...

Un controvertido jurado
El domingo, la víspera de la coronación, prácticamente ya sólo se barajaban los nombres de Santander, Valle, Nariño, Huila y Antioquia. Pero de boca en boca continuaban corriendo chismes sobre la totalidad de las candidatas; y generosa o descarnadamente se les atribuían cualidades o se les colgaban defectos al cuello. Se hablaba, por ejemplo, de la arrolladora simpatía de la del Valle, del encanto envasado en frasco pequeño de la de Antioquia, o de la belleza morena de la sanandresana; de que la del Huila era mejor en foto que en persona y que la de Bolívar era la que caminaba mejor; que la del Quindío había desinflado misteriosamente, que la de Bogotá parecía demasiado madura, y que la de Nariño, que en un comienzo no había entusiasmado, se las había arreglado poco a poco para ingresar al abanico de favoritas. Sobre unas pocas no se hablaba o se hablaba poco. En este grupo se encontraban las de Caldas, Guajira, Meta, Norte, Quindío y Tolima. Estaban descartadas desde el comienzo, y era difícil que, a juzgar por el entusiasmo que las barras manifestaban hacia sus compañeras, no lo supieran, o por lo menos no lo sospecharan.

La forma como fue integrado este año el jurado permitió que muchos temieran un veredicto equivocado. Excepción hecha de Karen Baldwin (que se desmayó durante la ceremonia de coronación y tuvo que ser hospitalizada por intoxicación), y de Sara Castani, recientemente nombrada directora de la revista Vanidades, los demás jurados inspiraban una fuerte desconfianza. Particularmente el joven diseñador brasilero Abilio Soares, que se paseaba por la ciudad con su cabeza rapada y sus largas túnicas autodiseñadas, fue catalogado crudamente de "modisto de cuarta categoría" .

Y, efectivamente, la incertidumbre que inspiraba el jurado se concretó en la escogencia de las cinco finalistas cuando, sorpresivamente, se descartaron dos fijas, Santander y Nariño, y entraron tres aparecidas, Bolívar, Atlántico y, en menor grado, Gehovell Serrato de Cundinamarca, una potranca de paso con nombre bíblico

La de Santander del Sur no salió jamás de la lista de favoritas e incluso muchos, incluyéndome a mí y a muchos cartageneros a quienes entrevisté en las calles de la ciudad, la daban como la más probable ganadora.

En el caso de la nariñense, aunque no era de esperarse que resultara elegida reina, muchos le apostaron firmemente a su virreinato. Karina, más que una "pastusita indefensa", pareció desfilar en la ceremonia de coronación como un figurín de la Quinta Avenida de Nueva York. Es en la actualidad la modelo más cotizada de Colombia y una auténtica veterana de Keops, (la discoteca bogotana de moda). Probablemente fue descartada por estar un poquito "pasadita" de kilos.

Pero sin duda alguna la favorita sentimental era Margarita De Francisco, la señorita Valle. Sin ser el prototipo de reina que uno esperaba, se aproximaba más a la versión de una niña moderna con dosis espectaculares de "ángel". Tampoco se adecuaba a la descripción de "tronco de hembra" que exclamaban los señores al ver desfilar a otras candidatas, y sí en cambio a la de la niña bonita que uno conoce en el colegio. Idéntica a su madre como dos gotas de agua nadie imaginó jamás, cuando quedó sola en el escenario en compañía de Sandra Borda, que tendría que contentarse con el virreinato.

Conocido el veredicto, la gente comenzó a tratar de averiguar cómo se había producido ese resultado. Lo único que se supo es que Karen Baldwin, antes de ser conducida al hospital, dejó consignado su veredicto, que le daba el primer puesto a Bolívar, el segundo a Valle y el último a Santander. Frente al nombre de esta última candidata había colocado un signo de interrogación, sugiriendo a los miembros del jurado que la movieran como tuvieran a bien. Abilio Soares el brasilero, votó primero por Valle y segundo por Bolívar. Los dos peruanos, por su parte, se dividieron, y se vino a saber que uno votó Valle-Bolívar y el otro Bolívar-Valle. De manera que quien vino a decidir el veredicto fue Sara Castani, que manifestó, cuando fue posteriormente interrogada, que ella le otorgaba mayor importancia al certamen de Miss Mundo que al de Miss Universo, y por consiguiente votó con el objeto de que su favorita, Valle, ¡quedara en segundo lugar!.

Cifras del reinado
· El cupo publicitario en la transmisión del Reinado tuvo un costo de 8.5 millones de pesos.

· Entre los premios de la candidata ganadora figuraban un contrato de jabón Dorado para modelaje en televisión por un millón de pesos; un aderezo de gargantilla y aretes con zafiros y diamantes, avaluado en 200 mil pesos; y un anillo de oro, zafiro y diamantes, avaluado en 45 mil pesos.

· El apellido más prolífico en mujeres bellas es Gómez: 44 reinas con este apellido han concursado durante los 50 años del certamen. A las Gómez les siguen en orden de importancia las Fernández (27), las González (11), las Jaramillo (11), las Rodríguez (10), las García (9), las Ramírez (9), las Restrepo (9), las López y las Vélez (8) y las Hernández, Márquez y Reyes

· En cuanto a los nombres, María o Marie es el más popular (81), Martha le sigue con 27, y luego Lucía (20), Elena (18), Patricia (16), Luz (14) y 12 Cecilias o Eugenias.

· En metros de tela utilizados se destacaron los trajes de fantasía de la candidata del Atlántico, con 130 metros en tules y muselinas para el vestido de Scarlet O'Hara, y el de española que la del Valle utilizó en el baile de fantasía del Club Cartagena, con 60 metros de tela y un encaje que su madre sacó de un vestido confeccionado hace 30 años. El traje de gala más pesado resultó ser el de la candidata de Cundinamarca, con seis kilos de peso, en solo tela y canutillos.

· Aparte de los 350 periodistas que se movilizaron para el concurso, había comandos enteros de publicistas, maquilladores, 60 técnicos, 15 músicos, 14 camarógrafos, 40 fotógrafos acreditados y una docena de diseñadores, aparte de los peluqueros y estilistas, prácticamente uno por candidata.