Especiales Semana

SORPRESAS AL DIA SIGUIENTE

11 de mayo de 1987

Hay más judíos viviendo en Estados Unidos que en Israel -dos millones más, para ser precisos. Más ayuda financiera para Israel proviene de EE.UU. que de ningún otro país -US$1.800 millones en ayuda militar y más de US$1.200 millones en subsidios directos en 1986 solamente. Además, el cabildeo judío en Estados Unidos es mucho más poderoso que lo que sugiere su número de miembros.
Hoy, sin embargo, como consecuencia del hervidero político resultante de la venta de armas a Irán, la verdadera víctima de todo este embrollo no será el gobierno de Reagan, sino la relación entre EE.UU. e Israel.
En medio de todo el sonido y la furia geopolítica que actualmente genera este escándalo, finalmente al público estadounidense se le están aclarando varios puntos fundamentales.
Primero, no cabe duda que Reagan en efecto apoyo una política de intercambiar armas a Irán por rehenes estadounidenses cautivos en El Líbano, política que no sólo no funcionó, sino que produjo un efecto contrario: hoy hay más rehenes de la superpotencia en Beirut que al comenzar la transferencia secreta de armas.
Segundo, Israel fue tanto el instigador como el intermediario de ciertas transacciones y embarques.
Tercero, a espaldas del Congreso, las utilidades de la venta secreta de armas estaban destinadas a la contra que lucha por derrocar al gobierno electo sandinista de Nicaragua, ayuda anteriormente vetada por el Congreso.
La consecuencia de todo esto es el grave debilitamiento de Reagan ante los ojos del pueblo de su país, quien lo considera fuera de foco o fuera de sí.
Pero hay otro aspecto que tal vez sea más duradero. La enredada situación ha llevado a que ciertos elementos -otrora opuestos- de la cargada atmósfera política de Washington coincidan en señalar a Israel como el verdadero villano.
Ciertas importantes figuras de la izquierda política estadounidense se han opuesto largamente a la estrecha relación entre Washington e Israel.
Hasta ahora estas voces aisladas encontraron poco eco y aún menos aliados en el otro extremo del espectro político.
Los republicanos conservadores generalmente han admirado los logros de Israel y han tendido a apoyar a Israel como un seguro contra la expansión soviética.
Pero ahora estos oponentes políticos cabalgan tropilla del mismo pelo. Muchos de los derechistas que ven a Israel como el solemne chivo expiatorio de los embarazosos faux pas de Reagan se han unido a los antiisraelíes de la izquierda.
La Casa Blanca ha hecho poco para disipar esta actitud. La difusión de un documento del Consejo Nacional de Seguridad identificando al funcionario israelí David Kimche como el instigador del plan armas por rehenes, fue una salida elegante que convirtió a Israel en el niño de los azotes.
Esto no hizo más que acelerar la lenta pero segura erosión de la reputación israelí en EE.UU. El constante machacar del pueblo judío sobre la siquis estadounidense acerca de la tragedia del holocausto y su posición de víctima perseguida en el Medio Oriente ha sufrido un grave revés a raíz de la fallida y poco prudente invasión de El Libano en 1982 y del perenne estancamiento económico del país y, más recientemente, por el descubrimiento de espías israelíes en Washington.
Israel está preocupada. Según un diplomático de la nación judía, "Nos están achacando todo. Honestamente, no hay ninguna conexión israelí, pero sí nos preocupa por su efecto negativo sobre nuestra imagen. El que se trate de convertir a Israel en chivo expiatorio es demasiado. Cuanto más neguemos la conexión, más tendremos que señalar con el dedo a los que están mintiendo".
Dejando de lado estas negaciones, la posición especial de Israel como probo David ante un indigno Goliat árabe, se está transformando gradualmente en la de un David excesivamente astuto y manipulativo. En efecto, el pueblo estadounidense comienza a visualizar a la diminuta nación judía como un estado demasiado egoísta como para proteger los intereses de la política exterior de la superpotencia, o al menos como para sacar la cabeza por el desacreditado gobierno de Reagan