Especiales Semana

Vientos de sed

Si no se toman medidas inmediatas, el país vivirá en 2020 una crisis que hoy es difícil de imaginar pero que ya sufren en carne propia otras naciones del mundo.

Juan Mayr*
24 de septiembre de 2004

Hace tan solo algunos años se decía que las guerras del futuro ya no serían por el petróleo sino por el agua. Hoy esta situación ya es una realidad; un buen ejemplo es el caso del Medio Oriente, donde el acceso al recurso hídrico del río Jordán es uno de los principales temas detrás del conflicto territorial entre árabes y judíos.

Pero, ¿cuál es la situación que atraviesan el mundo y Colombia en relación con el futuro hídrico? ¿Contamos con la suficiente voluntad política para dar respuesta a las crecientes demandas de nuestras sociedades, ante el aumento de la población y el crecimiento económico? ¿Cuál es la situación actual y cuál, nuestro futuro?

El agua y sus elementos asociados se han constituido en una de las principales preocupaciones de nuestro tiempo. Temas como cantidad, calidad y disponibilidad desempeñan un papel fundamental al determinar los niveles y patrones de pobreza, salud, degradación de suelos, contaminación, saneamiento y además, hoy más que nunca, el desarrollo rural o urbano están ligados a un acceso y manejo adecuado del agua.

Recientemente el Informe Mundial sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos de Unesco y la evaluación realizada por el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente sobre la situación a escala global muestra cifras alarmantes:

Una sexta parte de la población mundial -1.000 millones de habitantes- carece de agua potable y dos quintas partes -2.400 millones- carecen de acceso a saneamiento básico; al día mueren 41.000 niños por consumo de aguas no tratadas; la agricultura consume el 86 por ciento del total de agua dulce del planeta y desperdicia el 60 por ciento; el promedio de consumo de los habitantes de países desarrollados es 10 veces mayor que el de los habitantes en países en vías de desarrollo; el 50 por ciento de la población de los países en desarrollo está expuesta al peligro de fuentes contaminadas y en los últimos 50 años se duplicó el consumo de agua en el mundo.



Agua futura

Al predecir que ningún país escapará en los próximos años a los efectos de la crisis mundial del agua y que los más afectados seguirán siendo los pobres, los informes realizan una serie de proyecciones: se prevé que en los próximos 20 años el promedio mundial de abastecimiento de agua por habitante disminuirá en un tercio, a causa del crecimiento de la población, de la contaminación y del cambio climático; más de 2.800 millones de personas en 48 países vivirán en medio de la escasez de agua en 2025; para este mismo año la agricultura requerirá 1,2 veces más agua que en el año 2000; la industria, 1,5 veces más y el uso doméstico será 1,8 veces mayor; en 2015 África, Asia, América Latina y el Caribe tendrán que abastecer 1.500 millones de habitantes más.

Y como si fuera poco se menciona que de los objetivos planteados durante los últimos 25 años en las conferencias internacionales que abordaron la crisis del agua no se ha alcanzado prácticamente ninguno. Por tal razón la Cumbre del Milenio, que congregó a los jefes de Estado, decidió dentro de las Metas del Milenio, además de reducir a la mitad la pobreza para 2015, reducir también a la mitad el porcentaje de personas que carecen de acceso a agua potable y saneamiento básico o que no puedan costearlo, y no escatimar esfuerzos por liberar a la humanidad de la amenaza de vivir en un planeta irremediablemente dañado por las actividades del hombre y cuyos recursos ya no alcancen para satisfacer sus necesidades.

Dentro del contexto global, Colombia se puede considerar un país privilegiado: su ubicación geográfica, en la franja intertropical, caracterizada por un especial régimen climático, con abundantes precipitaciones, nos hace uno de los países con mayor oferta hídrica a escala mundial. No es sino observar, a vuelo de pájaro, la geografía nacional para deleitarse observando cientos de ríos y quebradas, lagunas y humedales.

Según el Ideam, cada colombiano cuenta con 57.000 metros cúbicos por año de oferta hídrica. Sin embargo, cuando a esta cifra se le incorporan reducciones por alteración de la calidad -léase contaminación- y por regulación natural, se alcanza una disponibilidad de 34.000 metros cúbicos por habitante, una reducción casi de la mitad. Y si nos encontramos con un año seco producto del cambio climático global, la disponibilidad se reduce a 26.700 metros cúbicos por persona.

Además, la mayor oferta hídrica se concentra en las regiones de la Amazonia, Orinoquia y Pacífico, las más despobladas del país, en tanto que las cuencas de los ríos Magdalena y Cauca -región Andina- y de aquellos ríos que drenan al Caribe tan solo representan el 25 por ciento del volumen total de agua y concentran más del 90 por ciento de la población y de la actividad económica del país. Algo así como 7.650 metros, en condiciones normales, o 6.000 metros cúbicos por habitante en año seco.



Deterioro

Estas cifras se ven nuevamente limitadas por otros factores, en especial la calidad del agua por la contaminación producida por las actividades económicas -agricultura e industria- y las actividades residenciales de los centros urbanos. Un buen caso para ilustrar esta situación es el estado de salud del río Bogotá, en el cual a la altura del Distrito Capital desaparece toda forma de vida. Medellín y el Valle de Aburrá descargan sobre el río Medellín diariamente 230 toneladas y Cali-Yumbo, 185 toneladas de carga orgánica en el río Cauca.

El río Magdalena, receptor de las aguas contaminadas de gran parte del país, ha sentido su impacto al ver reducida su capacidad productiva en las últimas décadas. Mientras en los 80 se pescaban cerca de 80.000 toneladas, hoy la cifra alcanza tan solo un 10 por ciento, lo que afecta no solo las fuentes de empleo de miles de pescadores sino también el consumo de proteína para el pueblo colombiano.

Otro indicador del deterioro que vivimos se puede observar en la intervención humana sobre los páramos y bosques andinos, ecosistemas estratégicos que captan y almacenan los recursos hídricos y mantienen la regulación de los caudales. Un reciente estudio muestra que el Páramo de Guerrero perdió entre 1970 y 1990 el 95 por ciento de su vegetación.

De hecho, la erosión en la región Andina ha llegado a cifras escandalosas ante la deforestación de los bosques y el mal uso del suelo, las fuertes lluvias amenazan la estabilidad de los suelos en zonas de fuertes pendientes y casan grandes avalanchas y desastres que a su vez generan la sedimentación de los cauces de los ríos, lo que produce enormes inundaciones y miles de víctimas y pérdidas económicas, como lo vemos todos los años en los noticieros.

En cuanto a las cabeceras municipales, las cifras del Ideam nos muestran que hoy el índice de escasez de agua para año seco es alto en el 9 por ciento de los municipios, medio-alto en el 29 por ciento y medio en el 16 por ciento. Sin embargo, las proyecciones a 2015 son más dramáticas: 47 por ciento de las cabeceras municipales sufrirán altos índices de escasez; 17 por ciento, medio-alto y tan solo 30 por ciento tendrán índices mínimos o no significativos. Es urgente prender todas las alarmas para revertir estas tendencias, más cuando la mayoría de los municipios capta el agua para sus acueductos de pequeñas quebradas y riachuelos que son los más vulnerables y vienen desapareciendo día a día.



Otras fuentes

En cuanto al manejo de las aguas subterráneas, un ejemplo lo constituye el deterioro de los acuíferos en la Sabana de Bogota, reservas fósiles que demoran cientos de años en poder ser recargadas nuevamente. De tiempo atrás el déficit de agua para riego ha sido contrarrestado por el sector agropecuario, particularmente los floricultores, mediante la explotación de pozos subterráneos, más de 5.000 en la actualidad. Esta situación ya ha empezado a afectar las fuentes superficiales: se han secado la mayoría de las quebradas del piedemonte sabanero. En 1949 los pozos existentes brotaban de manera natural; 40 años más tarde se hacían necesarias las perforaciones de hasta 80 metros de profundidad. Solo entre 1999 y 2001 el acuífero descendió seis metros.

De otro lado, en los últimos seis años la demanda del servicio de acueducto se ha reducido aproximadamente 35 por ciento a causa de la presión ambiental, la escasez hídrica y por efectos de los incrementos tarifarios, tendencia que seguramente continuará. Es posible que de los 18 metros cúbicos en promedio mensual que demanda un hogar hoy, en 2020 se llegue a un promedio de entre 10 y 12 metros cúbicos.



Buenas noticias

En medio de este panorama no todo son malas noticias. Colombia ha sido pionero en el manejo y conservación de sus recursos naturales. En 1974 se expidió el Código de Recursos Naturales, y sus múltiples reglamentos han determinado el uso y manejo del recurso. Igualmente se creó el Sistema Nacional de Parques Nacionales, que reservó cerca del 10 por ciento del territorio nacional para la protección de sus ecosistemas estratégicos, muchos de ellos grandes fábricas de agua del país como el Macizo Colombiano, la Sierra Nevada y el Parque de los Nevados.

Luego de la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo de 1992 en Río, el país emprendió una de sus mayores reformas ambientales tomando en cuenta los nuevos derechos de la Carta de 1991. Así fue como se creó en 1993 el Sistema Nacional Ambiental con el Ministerio del Medio Ambiente a la cabeza.

Con la nueva institucionalidad se formularon numerosas políticas para frenar la creciente contaminación de las fuentes de agua al establecer mecanismos económicos y guías sectoriales voluntarias para incentivar la transformación de los procesos productivos a favor de una producción competitiva internacionalmente y se fortaleció el sistema de licencias ambientales con el fin de que las actividades económicas tomaran en cuenta sus impactos sobre el medio ambiente. Adicionalmente se estableció el Plan Verde, que inició la reforestación de más de 100.000 hectáreas en microcuencas abastecedoras de acueductos. Sin lugar a dudas, estos pasos fueron mostrando sus beneficios y han generado una mayor conciencia ambiental en el país.

Hace dos años, al fusionarse el Ministerio del Medio Ambiente y el de Desarrollo, se fusionó también la administración del agua como recurso natural renovable y como bien para la prestación de un servicio público -agua potable y saneamiento básico-. Esta apuesta ha traído riesgos como que el nuevo ministerio se convirtió en ente regulador y a su vez regulado, con lo cual se hace juez y parte, con las consecuencias ya conocidas para este tipo de casos.

Sin lugar a dudas, el gobierno Uribe no ha considerado lo ambiental como algo estratégico y esto tendrá sus repercusiones irreversibles en el futuro. Los informes de la Contraloría y del Consejo Nacional de Planeación muestran un enorme retroceso en la gestión ambiental del país. Muestra de ello es el gran revés que han sufrido las tasas por uso de agua y las tasas retributivas al ser reformadas dejando en último lugar de prioridad la descontaminación y el cobro por uso de las aguas.

Uno de los principales retos para la Colombia de 2020 es establecer una legislación para manejo integrado de las diferentes fases del ciclo hídrico en el marco de una visión integral, lo que implica tomar en cuenta todas las dimensiones del desarrollo. No es suficiente una política que tan solo considere el recurso a escala utilitaria -uso y distribución-, sino aquella que garantice ante todo el cuidado del recurso como un bien público no sujeto a privatizaciones.

Es necesario que el agua sea el eje articulador de la política, tanto ambiental como de desarrollo, a la cual se integren todos los demás temas. De no hacerlo estaríamos enfrentando una de las mayores amenazas que compromete el futuro desarrollo y la calidad de vida de los colombianos.

Para 2020 Colombia podrá haber superado las angustiosas tendencias que ya se observan o, por el contrario, se habrá sumergido en una de las peores crisis de que tengamos conocimiento en nuestra historia.

En la actualidad nos encontramos en medio de un contexto nacional e internacional adverso para estos temas en el que las únicas prioridades son el terrorismo y la seguridad, mas no la seguridad ambiental ni mucho menos la equidad social. Estamos en manos de nuestros dirigentes y de su visión política. Ojalá que entiendan que la naturaleza no da espera y que aún estamos a tiempo.

* Ex ministro del Medio Ambiente