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Después de dejar su huella en la Luna por primera vez, Neil Armstrong y Buzz Aldrin (con el piloto Michael Collins, en el centro, quien no tocó el satélite) fueron recibidos como héroes por millones de personas Fue hace 40 años

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La franja lunática

Hace 40 años el hombre pisó por primera vez el satélite natural. Pero, tras la gloria, las vidas de los 12 astronautas que coronaron sus misiones lunares dieron giros inesperados. Muchos cayeron en la depresión, el alcoholismo, o en extrañas obsesiones.

12 de julio de 2009

Neil Armstrong y Buzz Aldrin dieron el paso más grande para la humanidad, al pisar por primera vez suelo lunar el 20 de julio de 1969. Pero desde su regreso han cargado con el peso de esa hazaña histórica. Hoy, 40 años después, su gesta y la de los otros

astronautas que han descendido sobre el satélite aún sigue inspirando exposiciones, películas y libros. Pero también lo que vivieron en la Tierra ha dado de qué hablar. Después de todo, no es posible ser el mismo después de haber pisado la Luna.

Armstrong y Aldrin tuvieron que cambiar desde el momento mismo en que volvieron a la Tierra. Su rutina de trabajo militar quedó atrás, pues en adelante debían ser los hombres que, en plena Guerra Fría, personificaban un enorme triunfo científico de Estados Unidos sobre la Unión Soviética. Por eso tuvieron que lidiar con un tema al cual no estaban acostumbrados: la fama. Junto al piloto de Apollo 11, Michael Collins, quien no se bajó de la nave, Armstrong y Aldrin fueron recibidos como héroes por cuatro millones de personas en Nueva York, estuvieron en 25 países y se reunieron con embajadores, monarcas y presidentes. El mundo había caído a sus pies.

El estrellato comenzó muy pronto a pasarles cuenta de cobro. Obnubilados por los miles de autógrafos y por el escrutinio público, los héroes de Apollo 11 no tuvieron tiempo para entender lo que les estaba ocurriendo. "Afrontaron dificultades para reintegrarse", explicó a SEMANA Andrew Smith, quien acaba de publicar en español su libro Lunáticos (Moondust), sobre la vida de los astronautas de Apollo. "Tuvieron que luchar para hacerse cargo de su nueva realidad, para interiorizarla".

Los caminos de Armstrong y Aldrin se separaron cuando intentaron aterrizar sus vidas. Por culpa de la Luna, Armstrong, un veterano piloto militar y uno de los pocos que han volado a 6.440 kilómetros por hora el X-15, el avión más rápido del mundo, se refugió en la enseñanza y rechazó tajantemente su estatus de celebridad. Con los años, se convirtió casi en un ermitaño y hoy vive con su segunda esposa en una inmensa finca en Ohio. Según Smith, el astronauta no ha dado más de dos entrevistas televisivas en 40 años y desde 1994 rara vez firma autógrafos, después de que se enteró de que entre los coleccionistas se generaban pugnas millonarias por su rúbrica. La situación ha llegado a tal extremo, que Armstrong debe protegerse hasta en sus asuntos cotidianos, como quedó demostrado hace cuatro años cuando amenazó con demandar a su peluquero porque éste había vendido sus mechones por 3.000 dólares.

Por su parte, Aldrin, superada la euforia inicial, vivió una especie de depresión poslunar y terminó "ahogando sus penas en el alcohol". Como él mismo relata en su reciente biografía, Magnificent Desolation, "cuando dejé Nasa mi vida no tuvo más estructura. Por primera vez en más de 40 años no tenía a nadie que me diera órdenes, que me enviara a una misión o que me pusiera retos. Irónicamente, en vez de una exuberante sensación de libertad, me sentí aislado, solo e inseguro". Poco a poco, Aldrin logró recuperarse y restableció su vida, rodeado otra vez de fama. Además de viajar por varias ciudades para presentar su nuevo libro, creó un juego de computador y acaba de convertirse en rapero para un sencillo del cantante Snoop Dogg. También, como varios de los otros astronautas, superó su divorcio y hoy vive con su tercera esposa en Los Ángeles.

Lo importante de estas experiencias es que no son situaciones aisladas. La mayoría de los otros 10 individuos que han pisado la Luna, en cinco misiones entre 1969 y 1972, también tuvo problemas para adaptarse a la vida terrenal. "Nosotros somos responsables de una de las más grandes aventuras. No somos famosos como estrellas de rock, pero sí somos individuos extremadamente únicos", contó a SEMANA Charlie Duke, el astronauta más joven en pisar el satélite y un hombre que a su llegada trató con desdén a su esposa, quien estuvo al borde del suicidio, aunque luego pasó a trabajar con ella en un ministerio cristiano en las cárceles. Como comentó alguna vez, "a los 12 nos quedó el difícil peso de 'ya fuimos a la Luna, ¿y ahora qué sigue

'".

Estas actitudes se deben a que las experiencias sobre el satélite pueden ser perturbadoras. Por un lado, por las condiciones extremas de trabajo que, según el siquiatra espacial Nick Kanas, lleva a los tripulantes a generar una singular habilidad para controlar las emociones. Esto suele ser problemático cuando regresan a la Tierra. Por otro lado, se trata de una aventura en un lugar desolado, silencioso y solitario, donde todo es negro, blanco o gris, "excepto la Tierra" —como explica Smith—, "que se ve a lo lejos como una pelota que flota libre en el espacio". Alguna vez Neil Armstrong recordó cómo se dio cuenta en la Luna de que podía desaparecer el mundo sólo con su dedo. "¿Se sintió grande?", le preguntaron. "No, todo lo contrario. Me hizo sentir realmente diminuto".

Por eso, la Luna les muestra a los aventureros la insignificancia de la existencia humana en el espacio infinito y les revela sus verdaderas identidades y sus rasgos predominantes. Por ejemplo, Alan Bean, el cuarto caminante, aprovechó su pasión por el arte para expresar sus sentimientos con un pincel. Lo curioso es que, como explicó a SEMANA, únicamente es capaz de pintar paisajes lunares y no le encuentra sentido a dibujar escenas terrestres porque, según él, es "el único artista que puede mostrar con realismo lo que pasa en otro mundo". Bean se sumerge tanto en su trabajo, que es difícil interrumpirlo y sólo atiende llamadas a horas específicas. Todo para darles veracidad a sus cuadros, pues en su rutina no sólo mide con exactitud los ángulos de cada objeto que plasma, sino que le esparce polvo lunar al lienzo o lo marca con una bota similar a la que usó en su travesía. Hoy, Bean tiene cerca de 170 obras, crea sólo unas siete por año y prepara una exposición en el Smithsonian Air and Space Museum. "Así como en mi caso la Luna aumentó lo que yo era antes, algo similar ocurrió con todos", concluye el pintor. "Los que eran religiosos se volvieron más religiosos. Los que no lo eran, también acentuaron su ateísmo".

Dice esto porque, además de Charlie Duke, otros dos colegas cambiaron los rumbos de sus vidas tras una especie de epifanía mística en el satélite. James Irwin, uno de los tres caminantes lunares fallecidos, tomó la decisión, tras su travesía al espacio, de emprender otra aventura igual de épica: buscar el Arca de Noé. Por eso viajó varias veces al Monte Ararat, en Turquía, donde, según la Biblia, están sus restos. No sólo no la encontró, sino que se cayó sobre un glaciar que le causó lesiones severas en las piernas y en la cara. "Es más fácil caminar sobre la Luna", comentó resignado. "He hecho todo, pero el arca nos sigue evadiendo".

El otro es Edgar Mitchell, quien realizó la caminata lunar más larga. Se ha empeñado en analizar los fenómenos paranormales desde su Instituto de Ciencias Noéticas y ha sido un defensor de la presencia de extraterrestres en el mundo, hasta el punto de afirmar que se parecen un poco a ET. Además, ha advertido que los humanos tienen que estar preparados para evacuar la Tierra porque el Sol se va a apagar en cualquier momento.

Mientras tanto, sus compañeros de aventura recuerdan a su manera la gesta que comenzaron Neil Armstrong y Buzz Aldrin hace cuatro décadas. No sólo porque entienden la importancia de sus viajes, sino también porque saben que es posible que en las próximas dos décadas, según los planes de la Nasa, ellos ya no sean los únicos en tener el privilegio de haber dejado sus huellas en el paisaje gris y adusto de la Luna. n