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Fotos: Yuna Cho/MSF. *Coordinadora del proyecto de atención de Médicos Sin Fronteras (MSF) a los refugiados sursudaneses en Rhino (Uganda). | Foto: Yuna Cho/MSF

MUNDO

Los sedientos refugiados de Sudán del Sur

¿Cómo es vivir días enteros sin agua? ¿Cómo te lavas las manos después de limpiar a tu bebé, que sufre su enésima diarrea desde que llegó al campo y que ha manchado toda su ropa y la tuya? Esta es la historia de los refugiados de Sudán del Sur en Uganda.

Diana Manilla Arroyo*
29 de noviembre de 2017

Con todas estas preguntas lidian día a día los 43.000 refugiados que viven en Ofua, en la parte oeste del asentamiento de Rhino. Llegaron aquí huyendo de la violencia en Sudán del Sur. Sabían que lo que les esperaba en Uganda no sería fácil, pero no imaginaban que el agua sería uno de sus principales problemas. Uganda hoy acoge a más de un millón de refugiados, de los que casi la mitad llegaron a partir de julio de 2016, cuando el conflicto se intensificó en el país vecino. A pesar de sus loables esfuerzos por ofrecerles unas condiciones de vida dignas, la situación en los campos dista de ser medianamente aceptable. 

Caminos que son barrizales

En Ofua podrías tardarte varios días en ir de un extremo al otro del campo: es enorme. Los caminos demarcan las zonas o ‘vecindarios‘ donde los refugiados viven bajo techos de paja y entre paredes de plástico o barro. Estos caminos de arena, que se convierten en auténticos barrizales cuando llueve, están llenos de filas de niños con bidones amarillos, esperando al camión que rellena el tanque de agua. Cuando paso junto a ellos siempre me sonríen y me saludan efusivamente, mi color de piel les causa curiosidad y al parecer ganas de interactuar con esta extraña.

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Uganda brinda a los refugiados los mismos servicios básicos que a sus habitantes. Por ejemplo, atención médica y enseñanza. Además, les ofrece la oportunidad de trabajar y les asigna una parcela de tierra para que puedan instalarse y cultivar. En muchos sentidos, Uganda es un ejemplo a seguir, contrario a todos esos países que cierran sus fronteras a millones de personas que se han visto obligadas a huir, dejando atrás sus casas y sus vidas. A pesar de esto, también es cierto que existen muchos aspectos que no son tan idílicos y que deberían mejorarse de forma urgente.

Alice, una adolescente que reside en Ofua, me describió la violencia de la que había escapado no con palabras sino con el gesto invisible de un cuchillo que corta el cuello. Esa es la descripción casi unánime que hacen habitualmente muchos de los adultos y niños que he conocido en este campo. No se acompaña con otros gestos ni con cambios en la entonación cuando hablan; es un movimiento casi sin emoción. 

Alice huyó a Uganda con su hermana mayor y la hija de esta, una niña de 4 años. Pero su hermana, al igual que su infancia, murieron en el camino. Ahora es ella quien cuida de su sobrina, día y noche, sin separarse nunca. Alice no va al colegio, no trabaja y ha perdido el contacto con sus padres, de quienes no sabe nada desde hace mucho. Me llama la atención su manera tan consciente de describir su pasado y lidiar con él; pero al mismo tiempo pienso en lo que daría esta chiquilla por dejar todo eso atrás y volver a la normalidad, que es lo que al fin y al cabo todo el mundo ansía en este campo de refugiados.

Camiones cisterna

En Ofua hay inmensos problemas relacionados con servicios tan básicos como el agua potable. Hace ya más de seis meses que este asentamiento empezó a recibir refugiados y, a falta de soluciones alternativas más sostenibles, la mayoría de la población sigue dependiendo del agua suministrada por los camiones cisterna: un sistema de aprovisionamiento problemático e insuficiente. Desde cualquier lugar del mundo donde no hay niños haciendo fila con bidones amarillos, seguramente sea difícil entender lo que supone vivir sin suficiente agua. En una ciudad europea cualquiera, estoy segura de que muy pocos se preguntarán cuántos litros por persona al día son necesarios, no solo para sobrevivir, sino para llevar una vida digna.

En los países occidentales, el agua es algo que normalmente está disponible, sin limitaciones y completamente cotidiano. Y así debería ser aquí, allá y en todos los lugares del planeta. Por ejemplo, en España, según los datos recogidos por el Instituto Nacional de Estadística en 2013, el consumo de agua en los hogares se sitúa en un promedio de 150 litros por persona al día. Tiramos de la cadena,  cocinamos, nos lavamos las manos, nos duchamos, bebemos, regamos las plantas, mientras que en situaciones de emergencia en otras partes del mundo -conflictos armados, desastres naturales o epidemias-,  el estándar internacional mínimo es de 15 litros por persona al día. Con esos 15 litros se deberían cubrir las necesidades humanas más básicas de consumo e higiene. Parece poco, ¿verdad?

Pues bien, aquí en Ofua el promedio es de tan solo 8 litros por persona al día. La gente sobrevive, sí, ¿pero podemos decir que esa cantidad del líquido vital es suficiente para llevar una vida digna? Las consecuencias de la falta de agua y de higiene resultan difíciles de imaginar.

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En mayo hicimos una encuesta en el campo de Ofua y determinamos que menos del 20 por ciento de las mujeres en edad reproductiva reciben ayudas para comprar toallas higiénicas, un producto que en el mercado local es demasiado caro para las refugiadas. Tampoco hay muchas organizaciones que las suministren de manera gratuita. Muchas mujeres no salen de casa ni van a la escuela porque no tienen agua para lavar los trozos de tela que utilizan una y otra vez. Les da vergüenza oler mal y no estar limpias.

Otro de los datos de la encuesta reveló que la diarrea es uno de los problemas de salud más latentes para los niños menores de 5 años y que más de la mitad de la población no tiene jabón. Y otro dato más: en este campo, al menos la mitad de los refugiados no saben si tendrán agua el día siguiente.
Esa falta de garantías es la que empuja a más del 80 por ciento de la población del campo (es decir, a todos los que dependen del agua de los camiones) a esperar junto a los tanques cuando oscurece, a pesar de que el 70 por ciento también dice no sentirse seguro cuando cae la noche.

Charles, un líder comunitario muy al tanto de los problemas de seguridad junto a los tanques, me llama con frecuencia cuando pasan las 6de la tarde preguntándome si los camiones llegarán o no. Él sabe bien que son otras organizaciones las encargadas de la administración de los camiones, pero igualmente me llama, tratando de encontrar desesperadamente respuestas que mitiguen la incertidumbre de su comunidad. Yo, lamentablemente, poco puedo decirle.

Fuentes alejadas

El problema del agua tiene muchas causas, pero un factor fundamental es el hecho de que las fuentes existentes no siempre están situadas en los lugares donde la gente se ha asentado. Llevar agua por el campo con camiones que se atascan en el barro cuando llueve, que se estropean con frecuencia o que simplemente no pueden hacer todos los viajes necesarios para que todos tengan agua todos los días, es muy costoso e ineficaz. Sin embargo, en la mayoría de lugares no hay otra solución. Nosotros hemos empezado a instalar plantas potabilizadoras que suministran millones de litros de agua en algunos de los asentamientos de la zona, pero de momento no llegamos a todos las zonas que lo necesitan.

No todas las tierras que se asignan a los refugiados son cultivables y es casi cuestión de suerte recibir un terreno fértil. De manera natural surge una pregunta: ¿por qué se asentó a los refugiados aquí si las autoridades ya sabían que eran zonas tremendamente áridas? Lo cierto es que, independientemente de que sean o no cultivables y de que los refugiados puedan dejar de depender de las distribuciones de alimentos, estas tierras permiten al menos vivir lejos de la violencia de Sudán del Sur. Aun así, ¿esto se puede considerar vida digna?

Si las decisiones del sector humanitario se basan en lo que la gente necesita con mayor urgencia, entonces esta es una realidad hasta cierto punto esperada. Lo primero que necesita la gente es un lugar donde puedan estar a salvo de la violencia y por eso se entiende que no les importe tanto el refugio que les ofrecen. Lo más importante es que puedan llegar a un lugar donde haya servicios básicos de salud, agua y comida. Estoy de acuerdo, pero aquí tampoco se dispone siempre de eso.

Durante una crisis humanitaria el suministro de suficiente agua potable es un desafío y en el momento agudo de la emergencia, la asistencia se brinda en virtud de las necesidades más básicas para la supervivencia. Sin embargo, en Ofua, la población lleva más de seis meses asentada en lugares que incluso no se llaman oficialmente campos de refugiados, sino asentamientos, porque se prevé que todas estas personas permanecerán en Uganda por un largo tiempo. Contrario a esto, Alice y muchos otros aquí, me comentan con frecuencia que esperan volver lo antes posible a Sudán del Sur, donde las cosas antes eran distintas. Quieren rehacer sus vidas, volver a lo que consideran es la normalidad.

*Los equipos de MSF trabajan en Ofua, en el asentamiento de Rhino, desde principios de 2017. Han construido y gestionado un sistema de suministro de agua a partir de dos pozos de alto rendimiento, desde los que se lleva el agua mediante un sistema de tuberías de ocho kilómetros de largo, hasta un depósito central y 17 fuentes comunales situadas en dos zonas de Ofua. También ofrecen atención médica gratuita tanto a refugiados sursudaneses como a ugandeses de la comunidad local en dos puestos de salud y un centro de salud con capacidad de hospitalización y salas de parto. Estos programas emplean a más de 200 personas contratadas localmente, entre refugiados sursudaneses y residentes ugandeses.