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De izquierda a derecha, los curadores del MDE15: Fernando Escobar, Sharon Lerner, Edi Muka, Nydia Gutiérrez y Tony Evanko.

MDE15, DE Noviembre DE 2015 A Marzo DE 2016

5 meses de Arte Contemporáneo en Medellín

El Museo de Antioquia inicia el 6 de noviembre la tercera edición de un encuentro que hace ya casi una década ayudó a romper el estancamiento cultural de la ciudad. Con un énfasis en los cambios urbanos, MDE buscará consolidarse de una vez por todas como un evento de trascendencia internacional.

María Isabel Abad Londoño* Medellín
21 de agosto de 2015

El mde no es una bienal, no es una feria, no es un salón: es un encuentro de varios meses en torno al arte contemporáneo, liderado por el Museo de Antioquia, que se hace en Medellín cada cuatro años.

Este proyecto de ciudad nació grande en 2007. Lucía González, la directora del Museo de Antioquia de ese momento, quiso proyectar, en un nuevo formato, la tradición de eventos de alta resonancia que habían ocurrido en Medellín como las bienales de Coltejer, el Coloquio de Arte No-Objetual, los salones Arturo y Rebeca Rabinovich. Todos estos fueron, en su momento, referentes para una generación de artistas que se atrevió a hablar con nuevos lenguajes y para una de espectadores que aprendió a apreciarlos.

Para definir el nombre y el carácter del evento, el museo convocó en su momento a un grupo de curadores, incluidos Ana Paula Cohen, José Roca, Alberto Sierra, Óscar Muñoz y Jaime Cerón, para que le imprimieran su marca de origen. Después de profundas reflexiones en torno al momento histórico de la ciudad, al contenido del arte actual y sus vías de circulación, lo bautizaron mde Encuentro Internacional Medellín/ Prácticas Artísticas Contemporáneas. Lo llamaron así porque las letras mde, además de formar una síntesis de Medellín, fueron acuñadas en código morse por el artista Adolfo Bernal muchos años atrás. Lo llamaron Encuentro porque, más que una muestra con espectadores o compradores, pretendían crear un gran espacio de interacción entre las prácticas del arte contemporáneo nacional e internacional con los públicos locales.


A la rueda, el performance de la artista colombiana Ana Claudia Múnera en el MDE07.

Para la primera versión el tema fue “Espacios de hospitalidad”. Los organizadores querían que el arte reflejara el carácter de una ciudad tradicionalmente cerrada ante los otros. Este primer experimento tuvo un éxito contundente en los seis meses que duró. En aquella ocasión el arte hizo una irrupción en muchos escenarios como salas, talleres, comunidades; convocó a 286 artistas nacionales e internacionales, emergentes y con trayectoria; creó una campaña de expectativa que tuvo eco internacional y lo posicionó en Latinoamérica como un evento importante entre el gremio de curadores y artistas. Acogió toda clase de intervenciones; obras, performances, instalaciones y arte con comunidades. Estimuló la participación de colectivos y espacios alternos locales, introdujo la idea de las residencias artísticas en la ciudad e instaló su centro de operaciones en la sede contigua al Museo de Antioquia, que desde entonces se llama la Casa del Encuentro. El elenco de artistas invitados fue un decantado de maestros. Solo algunos nombres para ilustrar: Cildo Meireles y Libia Posada; Tatzu Nishi y José Alejandro Restrepo; Renata Lucas y Fredy Serna.

Con este encuentro, el arte contemporáneo dejó de ser un concepto para volverse una vivencia que involucró a 300.000 participantes. La gente aún recuerda los recorridos en bus para seguir la ruta del arte por espacios que antes eran desconocidos y temidos en la ciudad. Este gran esfuerzo demostró una inmensa capacidad de gestión. De acuerdo con Carolina Jaramillo, directora de proyectos del Museo de Antioquia en ese entonces, “una de las grandes repercusiones del mde07 fue que permitió el trabajo conjunto de diferentes entidades culturales, que desde entonces han liderado proyectos de forma articulada”. Esto no solo tuvo efectos en la ciudad, sino en el país. Jaime Cerón afirma que “el mde07 rompió con diez años de estancamiento en los que no se hacía un evento en Colombia de esta envergadura. El Salón Nacional de Artistas, realizado en Cali en 2008, elevó su nivel, se internacionalizó y cuidó el contacto con los públicos, en parte retado por el Encuentro”.

El segundo mde, en 2011, fue una versión más modesta que la primera. En lugar de seis meses, duró tres. Esta segunda versión se llevó a cabo bajo la dirección de Ana Piedad Jaramillo en el Museo de Antioquia y con la participación de Nuria Enguita, Eva Grinstein, Bill Kelley y Conrado Uribe como curadores, quienes definieron como eje el tema “Enseñar y aprender”. Este segundo Encuentro hizo dos apuestas: la primera fue darle gran importancia a la agenda académica, que el mismo tema exigía, y por eso se creó el Aula Dialógica, un espacio destinado para ponencias, que resultó casi tan importante como las exposiciones. La segunda apuesta fue darles mayor cabida a lo intangible y a los experimentos en lo que se llamó el Laboratorio. Si bien hubo muestras de artistas como Jorge Julián Aristizábal, Dora Longo, Clemencia Echeverri o Regina José Galindo, el grueso de la baraja de invitados fueron artistas con propuestas de arte relacional, procesual, experimental, cuyo trabajo se situó en el filo de la sociología y la plástica, de la plástica y la pedagogía, de la pedagogía y la filosofía, e incluso de la filosofía desencarnada y la abstracta. Esto, tal vez en sintonía con las corrientes del arte contemporáneo en las que la noción de proyecto y de práctica ha ido desplazando a la obra.

Estas dos improntas –la prevalencia de lo académico y de lo experimental– hicieron que esa versión tuviera un impacto más reducido que la primera. En un texto de Grinstein, que aparece publicado en las memorias del evento, la autora busca justificar los efectos profundos del 11 frente a los efectos masivos del 07.

Cualquiera que sea la conclusión, con ese Encuentro Medellín creció con indicadores que trascienden los informes de gestión. El Museo de Antioquia, por ejemplo, desarrolló las capacidades para asumir la producción logística del Salón (Inter) Nacional de Artistas en 2013 y la Bienal de Arte Contemporáneo en Cartagena de 2014. Otro de los buenos coletazos del mde11 fue la llegada de Andrés Monzón, quien había salido de Medellín cuando era un niño. Al regresar a la ciudad después de terminar su carrera de arte en Rhode Island, descubrió que había un sistema de arte dinámico. Llegó con la idea de recuperar una vieja finca cafetera de su familia en Santa Elena, justo en el momento en el que el mde buscaba espacios anfitriones para alojar a los artistas extranjeros. Así nació Campos de Gutiérrez, una casa del arte en medio de la montaña, desde donde aloja hace cuatro años a artistas de todo el mundo en residencia. Esta experiencia, más allá de quedar dentro de los anecdotarios “tropicales” de los artistas extranjeros, ha generado (como las muchas residencias que se llevan a cabo en otros espacios alternativos) una mayor hondura al arte local, en cuanto a discusión, exposiciones y redes. Por ejemplo, Areli Carmus, una de las francesas residentes, inició con su esposo el fidaac (Festival Itinerante de Artes Audiovisuales Colombianas) que ya ha rotado por Lituania, Burdeos y Vancouver.

Además de Campos de Gutiérrez, hoy existe casi una veintena de espacios independientes, que se han fortalecido, en buena medida, por el papel que juegan dentro de estos Encuentros.

Cuatro años después estamos ad portas del mde15, que se llevará a cabo del 15 de octubre al 16 de febrero. En esta ocasión, el equipo de curadores (que ya trabaja intensamente), está compuesto por Nydia Gutiérrez (Venezuela), curadora del Museo de Antioquia y directora artística de esta versión; Tony Evanko (Estados Unidos), director de la Casa Tres Patios; Fernando Escobar (Colombia), Sharon Lerner (Perú) y Edi Muka (Albania). Para esta versión han propuesto un nuevo esquema de trabajo: en lugar de imponerles espacios anfitriones a los artistas, financian sus propuestas. Además, lideran de manera paralela el mde expandido, en el cual toda clase de organizaciones académicas, artísticas y sociales pueden hacer sus intervenciones.

La exigencia para unos y otros es que estén alineados con el eje curatorial, que en esta ocasión será “Historias locales, prácticas globales. Una revisión ética de los procesos de transformación de la ciudad”. ¿Pero qué quiere decir este título? Quiere decir que reunirá artistas, académicos y ciudadanos que cuestionen los grandes procesos de transformación urbana que viven las ciudades y, en específico, Medellín.

“Hay una sensación en el ambiente de la ciudad –dice Nydia Gutiérrez– de querer revisar todos esos logros que exhibe Medellín. La gente ya empieza a cansarse. Aunque se han hecho grandes transformaciones, creo que hay que hacer algunos ajustes, y el arte es muy potente para lograrlo rescatando pequeñas historias”.

Se trata entonces de hacer en el mde un contrapunto a ese marketing que ha emprendido Medellín cargado de autoadulación. Una propuesta osada pero alineada con lo que lleva haciendo el Museo de Antioquia en los más recientes años. Basta mirar su agenda para entender que esta entidad se ha convertido en un observatorio crítico de la realidad regional. Mediante exposiciones como Piso Piloto; Contraexpediciones, Mandinga sea y Antioquias, ha mostrado a la región su lado más oculto en el espejo.


La argentina Adriana Bustos presentó en MDE11 el proyecto Antropología de la mula, sobre las rutas del narcotráfico.

Pero más allá de causar algunos debates puntuales, su imagen local sigue siendo la de un museo icónico y tradicional, como si toda esta energía crítica quedara neutralizada por el peso del gran edificio que lo acoge. A veces pareciera que al Museo de Antioquia le gustaría caerles un poquito mal a los públicos locales con estas exposiciones que buscan revaluar algunas de las más enconadas certezas antioqueñas.

Sin lugar a dudas, el mde será una estrategia para hacerlo. En manos de todo el equipo estará caminar por un filo muy delgado en esta edición. Extraer lo mejor de las dos anteriores, buscando una amplia cobertura sin caer en lo mediático. Darle unidad y nivel curatorial, alineando a entidades diversas a un mismo propósito. Vincularse con la ciudadanía, y lograr que la generación de espectadores aprenda a apreciar los nuevos lenguajes del arte contemporáneo, como ocurrió en las bienales de los setenta cuando la crítica tendió un puente real entre los artistas y los públicos.

Si el primer Encuentro fue un experimento y el segundo un reto, el tercero supondrá una institucionalización. Y cuando se llega al tres, se llega a mucho. Sobre todo cuando se trata de un Encuentro con el cual Medellín se confronta con la mirada de los turistas.