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Radiohead según un fanático inesperado... el superintendente de Sociedades

Le pedimos a un seguidor de la banda de rock alternativo quizá más importante de las últimas décadas que escribiera para ARCADIA sobre su canción preferida.

Francisco Reyes Villamizar* Bogotá
17 de abril de 2018

Este artículo forma parte de la edición 151 de ARCADIA. Haga clic aquí para leer todo el contenido de la revista.

Es posible que el éxito contundente de “Creep”, la misteriosa y melancólica canción de Radiohead que apareció hace 25 años y se convirtió instantáneamente en un verdadero clásico del rock, obedezca a la simplicidad de su estructura musical.Y a pesar de que la banda ha producido gran cantidad de canciones, muchas de ellas realmente extraordinarias, pocas se comparan en fama y reconocimiento con aquella balada del rock, que se convirtió en un verdadero emblema de los años noventa.

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Aunque constituya un lugar común entre todos los clichés, la mayor dificultad para la consagración en el arte está, probablemente, en el carácter universal de la obra. Se me ocurre que esa universalidad no está necesariamente ligada al tema, sino más bien al lenguaje. Es decir, lo que universaliza al objeto es la capacidad de comunicar, o en otros términos, los medios mismos de expresión. Y, aunque la obra de arte no se produzca para agradar a los espectadores, con frecuencia el artista procura que las sensaciones expresadas puedan ser aprehensibles para el público al que se dirige la obra. A veces, la forma de lograrlo está ligada a la capacidad de simplificar y sintetizar los medios de expresión. Con pocas excepciones, al gran público no le gusta aproximarse a las obras literarias con diccionario en mano. Lo mismo suele ocurrir con las canciones en ritmos sincopados y armonías disonantes, cuya apreciación se restringe, con toda probabilidad, a pequeños grupos de iniciados. Y es obvio también que la simplicidad requiere talento e inspiración. Como suele afirmarse, mientras más sencilla sea una obra, más difícil habrá sido su ejecución. Con razón afirmaba Clare Luce que la mayor sofisticación está en la simplicidad.

Y la estructura de “Creep” es simplísima. Interpretada con los cuatro instrumentos básicos del rock –dos guitarras eléctricas, bajo y batería–, comienza con un arpegio de guitarra que se repite con cierta monotonía y se hace acompañar de punteos recurrentes de la guitarra líder. La progresión armónica consta de muy pocos acordes y la melodía, muy lúgubre, se parece más a un prolongado y melancólico lamento que al éxito del rock en que se ha convertido. Pero es, tal vez, el ritmo de cuatro cuartos en tempo lento el que le da cohesión a todo el conjunto; la fuerte presencia del bajo y la batería en la sección rítmica mantienen la tensión durante los tres minutos y 55 segundos que dura la canción. Antes del coro se oyen tres estridentes acordes de guitarra eléctrica que, según la versión que ya se ha hecho legendaria, fueron rasgados por Jonny Greenwood con la única intención de sabotear la canción, pues le parecía demasiado suave para su gusto. Y claro que lo logró. El fuerte efecto de distorsión en la guitarra durante todo el coro, sumado a la presencia brillante de platillos ride y crash, crea un efecto dramático que aleja mucho a “Creep” de la típica power ballad del pop de los años ochenta y noventa. En los últimos ocho compases un piano acústico hace una aparición que le aporta un cierto clasicismo al nostálgico final de la canción. La voz de Thom Yorke merece mención especial por su timbre grave y profundo y por su enorme sensibilidad.

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La producción, a cargo de Sean Slade y Paul Kolderie, es magistral tanto en la grabación de la voz y los instrumentos como en los efectos y el paneo. Una masterización de esa calidad no podría haberse hecho en otro estudio diferente al de Abbey Road. Los resultados se notan.

Pero el paradójico virtuosismo simplista en la musicalización de “Creep” no es lo único que convierte a esta canción en un verdadero hito en la historia del rock. Es sobre todo su letra la que, aun después de transcurridas casi tres décadas, sigue cautivando a los fanáticos viejos y nuevos de Radiohead. En la mejor tradición del rock alternativo, la historia de la canción es la de un hombre alienado y sometido a una especie de aislamiento social, que idealiza a la mujer de sus sueños y, para compararse con ella, se autoflagela con adjetivos peyorativos: “I’m a creep, I’m a weirdo”. Así, según la letra de la canción, mientras que ella “flota como una pluma en un mundo hermoso”, él es una persona indeseable y excéntrica. El cuento, como es predecible, no tiene final feliz, sino que mantiene hasta su culminación un tono menor de derrota frente al objeto del deseo, cuya realización está, por completo, fuera del alcance del protagonista.

En esta melancólica evocación –que no está desprovista de palabras de grueso calibre, cuya presencia hubo de suprimirse más tarde por el cantante para someterse a los cánones de la mojigatería gringa– está la magia de esta historia un poco ingenua, que no carece de elementos freudianos.

Un ícono alternativo

Para insistir en la simplicidad, podría decirse que la historia que se cuenta en la canción permite una inmediata identificación del escucha con el protagonista. ¿Qué adolescente, o incluso adulto, no ha experimentado el rechazo de la persona deseada en razón de una escasa atracción física o de la falta de cualquier otro atributo? No en vano su autor y cantante ha afirmado que “en el mundo existen personas bellas y luego estamos todos los demás”. La afirmación no podría ser más cierta y apropiada para Radiohead, no solo porque la apariencia del cantante rompe con los cánones estéticos tradicionales, sino también porque en el mundo del espectáculo muchas veces la belleza vale más que el talento.

Por lo demás, ¿quién no se ha sentido inseguro ante la dificultad muchas veces invencible de conquistar a un amor platónico e inalcanzable? Es una realidad tangible y dolorosa. Allí es donde Thom Yorke logra una conexión inmediata con quien oye la canción por primera vez. La experiencia de encontrarse en un lugar inhóspito al que no pertenecemos y la imposibilidad de ser queridos son sentimientos que bien pueden calificarse como universales. Y es precisamente ese mensaje existencialista, y la inherente amargura que transmite, lo que convierte a “Creep” en una obra maestra de esta banda.

Pero, también en el mejor sentido freudiano, alcanzar el éxito deseado puede también convertirse en una fuente de frustración. En el caso de “Creep” ocurrió algo semejante. Tal fue el éxito musical de la canción que paradójicamente tuvo un efecto contraproducente para los miembros de la banda. En un determinado momento fue tal su fastidio por ella que terminaron por suprimirla de su repertorio en cada una de sus presentaciones en vivo. Por fortuna, en esta relación de amor y odio, terminó por imponerse la sensatez y, ante el clamor de los fanáticos, han vuelto a incluirla en sus conciertos.

Lo que pocos saben de “Creep” es que la canción es conocida en el mundo del Show business por constituir un plagio musical de uno de los grandes éxitos de Albert Hammond y Mike Hazlewood. El abogado y también baterista Kurt Dahl ha revelado en el último número de la revista DRUM! que Thom Yorke tomó la progresión de acordes y la melodía de la empalagosa balada romántica de los años setenta “The Air that I Breathe”. Luego de ser condenada en el proceso judicial, Radiohead se vio obligada a incluir dentro de los créditos de “Creep” a los dos cantautores setenteros y, por supuesto, a pagarles las millonarias regalías correspondientes. Y como si lo anterior fuera poco, esta última canción también habría sido plagiada recientemente por Lana del Rey, quien supuestamente habría copiado de Radiohead la misma secuencia de acordes en su canción “Get Free”.

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Al margen de las anécdotas judiciales, lo cierto es que de las tres canciones, “The Air that I Breathe”, “Creep” y “Get Free”, la única que está llamada a sobrevivir es la segunda. Como ya se ha dicho, la calidad musical, la espontaneidad expresiva de la letra y, sobre todo, la profundidad de la interpretación vocal harán seguramente que “Creep” resista la dura prueba del tiempo, mientras que las otras dos no serán sino un mero accidente en la historia del pop americano. Y en realidad, en este caso el plagio ha sido benéfico para los seguidores del rock. Tal vez tenía razón Oscar Wilde al señalar que en el arte, “cuando el resultado es bello, cualquier método utilizado se justifica”.

Aunque la historia de Radiohead comienza con “Creep”, esta canción no representa el fin de su inmensa creatividad musical. Entre el fantástico repertorio de la banda, donde ha de reconocerse una marcada heterogeneidad, son dignos de mención álbumes enteros como OK Computer (1997), Hail to the Thief (2003), In Rainbows (2007) y A Moon Shaped Pool (2016), el álbum con el que vendrá a presentarse a Bogotá. Esos discos han representado verdaderas rupturas no solo en el estilo de la banda, sino en la evolución misma del rock en las últimas décadas.

Y es que la experimentación ha sido una constante en el caso de Radiohead. Por ello, puede identificarse en su larga historia la presencia de muchos géneros musicales: el rock, el jazz, los ritmos electrónicos y la música folk. Y desde el punto de vista estilístico, la banda es decididamente alternativa. De ahí que cuando se oyen las canciones de Radiohead sea inevitable pensar en las múltiples influencias de bandas que han estado por fuera del mainstream de la música rock. La primera de ellas, perceptible en muchas de sus canciones, es la de la agrupación manchesteriana The Smiths.

Como es sabido, en la movida inglesa del rock alternativo de los años ochenta la agrupación de Morrisey se convirtió en una banda emblemática de gran influencia, debido a sus reflexiones existenciales y a su marcado acento político. La icónica canción “Heaven Knows I’m Misserable Now” alcanzó el grado de superéxito debido a la narración nostálgica en la que se da cuenta de un hombre que busca trabajo y, luego de conseguirlo, su vida se vuelve miserable. La interpretación de Morrisey, al igual que la de Yorke, es introspectiva y melancólica, tanto en el tono de la voz como en la expresión. Y si existiera alguna duda acerca de la profunda influencia que esta agrupación ha tenido en Radiohead, bastaría revisar lo expresado por el mismo Thom York, quien ha señalado que fue a verla en concierto “¡entre 10 y 15 veces!”.

Mucho menos evidentes son las influencias de otras bandas británicas a las cuales se han referido los integrantes de Radiohead, tales como Queen, The Liars, Happy Mondays y Fleetwood Mac. Sobre esta última, se ha hecho específica referencia en un artículo publicado en la revista Rolling Stone. Así que no hay duda de que ha sido fuente de inspiración (aunque para mí es claro que en Radiohead no hay un virtuoso de la batería, como sí lo es Mick Fleetwood).

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También resulta curiosa e interesante la incidencia del libro de Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido. Ed O’Brien, uno de los guitarristas de Radiohead, manifestó toda su admiración por Frankl en una reciente entrevista para la misma revista, al referirse a la forma como el protagonista y autor del libro logró sortear los obstáculos de los campos de concentración en que permaneció durante la Segunda Guerra Mundial.

Independientemente de cuáles hayan sido sus influencias musicales, la banda integrada por Thom Yorke (voz, guitarra, piano y teclado), Ed O’Brien (guitarra rítmica), Philip Selway (batería) y los hermanos Jonny y Colin Greenwood (guitarra líder y bajo, respectivamente) sigue siendo un ícono del rock alternativo. Transcurridos 33 años de su creación en Abington, Oxfordshire, la banda mantiene el estatus de “agrupación de culto” a pesar de tener millones de seguidores en todo el mundo.

Tanto Yorke como Radiohead ya ocupan un lugar de privilegio en la fascinante y accidentada historia del rock. Y no creo que se trate de un logro menor, sobre todo si se considera que este género musical también forma parte, y de manera muy significativa, de la historia artística del mundo occidental durante las últimas cinco décadas.

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*PhD en Derecho. Actual superintendente de Sociedades. Antiguo baterista de la banda Sociedad Anónima.