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Portada: el Bicentenario

La fuerza del mito, por Javier Ortiz-Cassiani

¿Cómo contar nuestra historia? Cuatro historiadores respondieron a esta pregunta para ARCADIA a propósito del Bicentenario.

Javier Ortiz-Cassiani*
24 de julio de 2019

Este artículo forma parte de la edición 165 de ARCADIA. Haga clic aquí para leer todo el contenido de la revista.

"Criticarás la obra de Jesús María Henao y Gerardo Arrubla con la misma pasión con la que visitarás los archivos y usarás las fuentes”. Varias generaciones de historiadores en Colombia nos formamos con esa máxima. El legado que dejaron, desde que a principios del siglo XX publicaron su Compendio de la historia de Colombia para la enseñanza en las escuelas primarias de la república y los dos tomos de la Historia de Colombia para la enseñanza secundaria, era el referente de lo que por ningún motivo se podía repetir. Este par de abogados habían fundado una tradición, y como si se tratara de la alusión a una empresa comercial o a dos destacados boticarios inventores de un vermífugo exitoso, el mundillo cultural y académico se refería a ella citando los apellidos de sus autores de manera coloquial. Henao y Arrubla se convirtieron en una contrapropaganda: representaban el camino que los historiadores que se preciaban de serios debían evitar.

Esa visión de la historia, comprometida con el patriotismo producto de la celebración del primer centenario de la independencia de la nación y su radical vocación de maestra de la vida (maestra vitae), en realidad ya desde mediados de siglo venía perdiendo vigencia. Por supuesto, ya no tiene sentido escribir un manual de historia de la misma manera y con el mismo estilo del que hicieron Henao y Arrubla, y sería un despropósito apostarles a los principios que ellos defendieron en su momento. Pero eso no implica que el país deba renunciar a la escritura de manuales de historia para públicos amplios.

En la excelente y mamotrética novela 2666 de Roberto Bolaño, una pareja mira el cielo en una noche estrellada desde una pequeña aldea alemana cerca de la frontera con Austria. La mujer le dice al hombre: “Toda esa luz fue emitida hace miles y millones de años […] es el pasado, estamos rodeados por el pasado […] está allí, encima de nosotros, iluminando las montañas y la nieve y no podemos hacer nada para evitarlo”. Este recurso literario, a modo de ejemplo para demostrar la necesidad de seguir lidiando con el pasado, no es gratuito. En tiempos actuales, en un hipotético concurso para la elaboración de un manual de historia de Colombia, debería seleccionarse el trabajo que tenga la capacidad de entender que la historia, más que ciencia, es comunicación y que, por lo tanto, debe recurrir a la buena escritura como opción para una recepción amplia.

Los historiadores profesionales somos expertos en desmantelar mitos, pero a veces se nos olvida que, cuando los destruimos, dejamos a la población que los consume sin alternativas. En ocasiones, simplemente no evitamos que renuncien a su consumo porque les resulta poco seductor transitar los farragosos caminos de la rigurosidad conceptual en la que se inscriben algunas historias que pretenden reemplazarlos. Es necesario hacer un esfuerzo de edición, y quizá esto no se logra si seguimos inscritos en la guerra del centavo y en la perpetuación de las reducidas comunidades de expertos –que solo dialogan para sí–, situación a la que nos han llevado los mecanismos internacionales de medición de calidad. No hay que perder de vista que el mito se convierte en eso, en mito, y en un elemento aglutinador, precisamente, por su facilidad para ser consumido. Y otra cosa: los mitos de la historia nacional, con los que nos la pasamos luchando, tuvieron éxito porque –entre otras cosas– estaban muy bien escritos.

Hace más de ciento cincuenta años, Alexander von Humboldt, metido en la discusión sobre la necesidad de que la ciencia pudiera ser asequible a la gente, dijo algo que todavía tiene una vigencia aplastante: “El edificio concluido no puede producir el efecto que de él se espera en tanto que esté obstruido por el andamiaje que ha sido preciso levantar para construirlo”. Un nuevo manual de historia debería tener eso como principio básico y, a partir de allí, incorporar la pluralidad de voces y temas que, por fortuna, la disciplina hace rato viene trabajando.

Lea aquí las respuestas de los otros tres historiadores a la pregunta sobre cómo contarnos y mirarnos hoy, a propósito del Bicentenario.

*Ortiz es historiador de la Universidad de Cartagena, con estudios de posgrado en la Universidad de los Andes y el Colegio de México. Investiga temas relacionados con la memoria, el discurso, la representación, la cultura popular, y la historia política y cultural de los afrodescendientes.