Cae la tarde, portadora de paz y de amargura;La sangre late en las venas al ritmo aletargadoDe fin de la jornada; los cuerpos están embrutecidos,Mañana por la mañana el cielo se cubrirá de bruma.Un aire calmo y cobrizo circula entre los cuerposQue se embadurnan en aceite y sonríen a la muerte,Programados en sus genes y en sus costumbres,Una cometa vacila; ebria de soledad.Se paraliza la tarde, la cometa cae;El niño está ante ella, contemplando la tumbaEntre las varillas rotas, los restos de la vela,En la perfecta indiferencia de la naturaleza.El niño mira fijamente al suelo y su alma se depura;Haría falta un gran viento que disperse la arena,El redundante océano, el aceite y las carnes miserables;Haría falta un viento fuerte, un viento inexorable.*Por toda compañía tengo un contador eléctrico,Cada veinte minutos emite unos ruidos secosY su funcionamiento preciso y mecánicoMe consuela un poquito de mis recientes fracasos.En mis primeros años tenía yo un  dictáfonoY me gustaba repetir con una voz irónicaPoemas conmovedores, sensibles y narcisistasAl corazón tranquilizador de sus dos micrófonos.Adolescente ingenuo, sabiendo poco del mundo,Me gustaba rodearme de máquinas perfectasCuyo modo de empleo, lleno de frases profundas,Tornaba mi corazón contento, mi vida rica y completa.Nunca la compañía de un ser humanoideHabía turbado mis noches: todo iba mejor que bienY yo me organizaba la vida de un pequeño viejoPensativo y dulce, amable pero muy lúcido.*Tengo que echarmeY dormir un poco,Tendría que intentarLimpiarme los ojos.Dígame quién soyY míreme a los ojos¿Es usted mi amiga?¿Me hará usted feliz?La noche no ha acabadoY la noche está ardiendo¿Dónde está el paraíso?¿Dónde se han metido los dioses?*Michel Houellebecq, ‘Configuración de la última orilla‘.