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La editorial de la Universidad del Norte reeditó recientemente esta novela de Ramón Illán Bacca de 1990.

In Memoriam

En homenaje a Ramón Illán Bacca, un análisis de ‘Deborah Kruel’

La literatura colombiana está de luto. Ayer murió el escritor Ramón Illán Bacca. Para recordarlo, Arcadia vuelve a publicar un artículo en el que Kirvin Larios se adentra en la primera novela de Bacca, descrita por su autor como un “cotilleo samario con el telón de fondo de la Segunda Guerra Mundial”.

Kirvin Larios
18 de enero de 2021

En los cuentos de Ramón Illán Bacca es frecuente encontrar la fábula del extranjero que llega y despierta la curiosidad, el recelo o la fascinación de personajes –generalmente de las clases altas– del Caribe. También es común que un héroe –periodista o abogado sin prestigio– se entregue a una investigación inconducente, o que a algún otro se le revele una traición con implicaciones ideológicas o sentimentales. A veces los cuentos de Bacca se pierden o fragmentan bruscamente, como los de alguien que aprende a escribirlos sobre la marcha. O quedan abiertos igual que un chisme, o disueltos en la historia como una especie de rumor sin trascendencia. Constantemente estos textos se burlan de la formalidad o solemnidad de su estilo, y por eso no son formales o solemnes: son artificiosos y escandalosos como un titular de periódico, pero sin el chovinismo ni la gazmoñería de mucha de la prensa escrita, de la que Bacca ha alimentado su escritura como del cotilleo, la conversación, la historieta o el hecho histórico no oficial.

Podríamos decir que de estos mismos elementos está hecha Deborah Kruel (1990), su primera novela, reeditada recientemente por la editorial de la Universidad del Norte. En Deborah, sin embargo, esa materia ha sido tratada con más cuidado y, en muchos casos, vuelta a tratar con la reaparición de personajes como Benjamín Avilés, protagonista del cuento “En la guerra no hay manzanas” (Cómo llegar a ser japonés; Ediciones Uninorte, 2010), entre otros que (como Goering, la Mona Navarro, Socorro Salomé o las figuras del tío y la tía) han hecho presencia, con más o menos protagonismo, en sus narraciones. Descrito varias veces por su autor como un “cotilleo samario con el telón de fondo de la Segunda Guerra Mundial”, la novela se ocupa de los efectos de dicha guerra en territorio colombiano y aborda la posible presencia de una espía nazi –Deborah– en el Caribe.

La historia arranca con la aparición de un bombardero alemán en tierras guajiras, que llama la atención de Gunter Epiayú, el periodista de El Sesquiplano que realiza las pesquisas y recopila las notas de prensa, cartas, apuntes de diarios, grabaciones y papeles comidos por el comején que dan forma a los veinte capítulos. Entre ellos, destaca el monólogo y diario del mencionado Benjamín, alter ego del autor y partícipe de los hechos que el periodista investiga. Su amor locuaz por Deborah queda consignado al lado de dramáticos y cómicos pasajes sobre su infancia con su amigo Natalio, “La Sombra Polaca”, con quien trepa los tejados para ir al cine Rex; y sobre su tíos Dorita y Rito, con quienes vive en una casa donde se ha instaurado una estrambótica disciplina monárquica (“Es una sistema infalible. Una reina: mi tía Dorita. Un príncipe zángano hermano de la reina: el tío Rito. El pueblo raso sin derechos: yo, Benjamín”). Durante su infancia ve sobrevolar dirigibles extranjeros en la costa y es testigo de unas celebraciones por el hundimiento, a cargo de la armada colombiana, de un submarino nazi.

En torno a Deborah se tejen chismes y especulaciones en los que se combinan el escándalo y la difamación. La actitud desenfadada de su personaje contrasta con el puritanismo de los habitantes de su ensimismado entorno social, en el que las noticias de la guerra son seguidas como radionovelas cubanas o dramas mexicanos –es decir, como ficciones que no sabemos hasta dónde nos construyen y afectan políticamente, emocionalmente–. La vida de los personajes ha sido trastocada hasta el punto de que el tío Rito habla de un “delirio colectivo” por el aumento en la venta de libros de ocultismo, en parte gracias a Nausicaa, médium y pianista que dice ejecutar “las últimas composiciones de Beethoven y Scriabin ¡después de muertos!”. Un vicecónsul gringo le hace notar que “nazismo y ocultismo son aliados”.

Este descontrol y pánico general –que atraviesa las clases sociales y revela comportamientos salvajes o disparatados; con los delirios del primer mundo y el tercer mundo y los enfrentamientos de la “alta” y “baja” cultura; y con espías y disfraces que se vuelven cómplices de la fiesta o el crimen, la delación o el amor secreto–, este conjunto diverso, es probablemente lo que le da a la novela su carácter de documento lleno de gracia pero incompleto, con unidades rotas que componen su trama vibrante y a ratos complicada. Las constantes referencias a la cultura popular (cine, cómics, sagas de aventuras) se incorporan elocuentemente al relato y la investigación, sin la testarudez de ciertas novelas históricas que, como en un paseo turístico, tratan de explicarle al extranjero la vida del tercer mundo y evitan los coloquialismos, quizá para facilitar el trabajo de posibles traductores.

Cabe resaltar, por la manera en que permite un apunte sobre el tratamiento de toda la novela, el cómico episodio de “La apoteosis de Marí Puspán”, en que un Messermicht alemán causa revuelo durante la conmemoración de las Hermanas de la Presentación. La puesta en escena, narrada en uno de los archivos que encuentra Gunter, consiste en la representación de las fases del día por personajes disfrazados, en la que Deborah se encarga de representar a “La Noche”, antes de que se llegue a la susodicha apoteosis. En este episodio el lenguaje “vulgar” del chisme, la falsa objetividad de las notas de prensa, el comentario satírico y la parodización de la mirada clasista, se suman al teatro de una religiosidad retratada como comparsa de carnaval, graciosamente torpe, que culmina en la articulación del ridículo con la tragedia.

En el 2020 se cumple el trigésimo aniversario de la publicación de Deborah Kruel. La poca fortuna que ha tenido este libro en la literatura colombiana quizá se deba a que desde su primera edición ha recogido “buenas críticas y pocas ventas”, como explica su autor. Seguramente también a que su distribución ha sido más bien escasa, y en una de ellas, por Ediciones B (2011), en cuya portada aparece un Stuka alemán, prácticamente nula. Vale recordar que antes de su primera edición (Plaza & Janés) había recibido mención en el premio de dicha editorial, que ganó la novela Para antes del olvido (1987), de Tomás González. Otras dos menciones fueron para libros que no han corrido con ninguna suerte, ni mala ni buena, entre los lectores colombianos. Sea esta una nueva ocasión para encontrar o volver a encontrarnos con la singular Deborah Kruel.

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