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'Las cárceles que elegimos' (2018), de Doris Lessing, es el recomendado de ArteLetra de esta semana.

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Como si ayer fuera hoy: sobre 'Las cárceles que elegimos', de Doris Lessing

Violencia, retroceso social, adoctrinamiento de masas, abusos políticos, lavados de cerebro, fracaso del buen juicio. En plena ebullición de la Guerra Fría, Lessing precisó discurrir para sí y para el mundo acerca del cenagal en el que a mediados de los ochenta el mundo estaba inmerso. El recomendado de ArteLetra de la semana.

Inés Elvira Lopera
2 de diciembre de 2019

“Creo que cuando la gente analice nuestra época, se sorprenderá sobre todo de una cosa en concreto: de que, en efecto, aunque sabemos más de nosotros mismos ahora que en el pasado, nos ha servido de muy poco”. La Doris Lessing que declaró esto en 1985 no había visto nacer a la Oveja Dolly al balido de una triunfante clonación, y sí en cambio había visto pasar frente a sus ojos un cruento siglo XX en el que la necedad de las ideas y la brutalidad de un puñado de hombres había sepultado más muertos de los que la historia podía contar.

Esta frase hace parte de Las cárceles que elegimos, un libro que recopila cinco conferencias impartidas por la escritora británica en 1985 y una pronunciada en 1992, las cuales resultan tan esenciales como sus novelas. Mientras que sus personajes narran desde dentro una era convulsa, sus ideas desmarcadas de los relatos permiten hacerse a la lucidez de alguien que militó en el comunismo y puede, pasado el estrépito ominoso de las guerras, reconocer sin recatos todo aquello que fue fanatismo.

Respecto del comunismo, el testimonio de Lessing rompe el escaparate y revela una verdad que adquiere valor por una poderosa razón: Lessing militó y mordió el polvo; vivió el comunismo desde dentro. Su lucidez es capaz de poner el todo afuera y de abordar las cosas desde la verdad decantada. Para ella es claro: la ideología se tergiversó, la barbarie triunfó y las sociedades que padecieron se ahogaron en lo absurdo y en la desgracia. “Olvidamos que el comunismo surgió del viejo sueño de la justicia para todos”, señala quien desde niña vio la injusticia en su natal Rodesia del Sur –hoy Zimbabue–, donde a principios de siglo una minoría blanca dominaba a la mayoría negra.

Lessing pone de manifiesto que quienes fundaron el Partido Bolchevique en Londres en 1905 –a ellos se refiere como personas de gran inteligencia- no aprendieron de la Revolución Francesa para evitar las divisiones internas por las cuales terminaron matándose unos a otros. “Se vieron impotentes ante fuerzas que ellos mismos habían contribuido a dejar sueltas”, señala Lessing.

Las cárceles que elegimos es una confesión: “¿En serio hice yo eso, en serio me dejé embaucar por esa propaganda? ¿En serio creía que todos nuestros enemigos eran unos malvados y que todo cuanto hacía mi país estaba bien? ¿Cómo pude tolerar semejante manera de pensar, día tras día, mes tras mes, una manera de pensar que era continuamente atizada, continuamente espoleada a sentir emociones contra las que mientras tanto, mi cerebro no dejaba de protestar en desesperado silencio?”.

Es, también, un testimonio desde una ilusión ciega: “Considerábamos axiomas ciertos artículos de fe que no podían cuestionarse. Ejemplo: en una década, después de terminada la guerra, la gente reconocería las ventajas del comunismo; el mundo sería comunista y no habría crímenes, prejuicios raciales ni prejuicios sexuales. Creíamos firmemente que el mundo entero viviría en armonía, amor, abundancia y paz. Era de locos. Y sin embargo, nos lo creíamos”.

Violencia, retroceso social, adoctrinamiento de masas, abusos políticos, lavados de cerebro, fracaso del buen juicio. En plena ebullición de la Guerra Fría, Lessing precisó discurrir para sí y para el mundo acerca del cenagal en el que a mediados de los ochenta el mundo estaba inmerso. La humanidad continúa eligiendo las mismas cárceles, pero leer a Doris Lessing es un llamado a la esperanza de la mano de una mujer que está dispuesta a ir a lo fundamental para sembrar un buen porvenir: a las escuelas, a los niños: “Imaginemos que esto se enseñara en las escuelas, que se les enseñara a los niños: si estás en tal o cual tipo de situación, y si no tienes cuidado, acabarás comportándote como un bruto y un salvaje si se te ordena que lo hagas. Cuidado con esas situaciones. Debes mantenerte en guardia contra tus instintos y reacciones más primitivas.”

Hace treinta años Lessing advertía que gobiernos, militares, policía y servicios secretos usaban la psicología de masas para orquestar campañas electorales; para manipular al pueblo. Y advertía, también, que los grupos políticos cuya bandera era la lucha por el pueblo eran reacios a usarlas: “(…) la gente habla de democracia, libertad y todo eso, como si estos valores se crearan y mantuvieran por el mero hecho de hablar de ellos, de repetirlos con frecuencia”.

Por eso, más de treinta años después, esa misma gente debe escuchar a Lessing con humildad y dejar de una vez por todas la soberbia con la que ha rechazado el uso de la psicología de masas. Deben usarla para bien quienes defienden los derechos humanos; deben usarla quienes no amplifican mentiras. Debemos usarla quienes todavía soñamos con la paz y con el fin del hambre. El sueño de la igualdad es tan viejo como puro.

Las cárceles que elegimos
Doris Lessing
Lumen, 2018

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