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Algunos de los libros de Ferrante.

Controversia

Elena Ferrante: no todas las preguntas necesitan respuesta

El pasado 2 de octubre, el italiano Claudio Gatti supuestamente reveló la verdadera identidad de la escritora anónima más famosa del mundo. Su pesquisa molesta por varias razones. El periodista que entrevistó a la autora de la saga ‘Dos amigas’ por correo enumera acá las razones.

Santiago Parga Linares
12 de octubre de 2016

Alguien por fin resolvió el misterio que, según parece, el mundo literario prefería dejar sin resolver. El pasado 2 de octubre, el periodista italiano Claudio Gatti publicó en cuatro revistas en diferentes partes del mundo (una en Francia, una en Alemania, una en Estados Unidos y una en el diario en el que trabaja, Il Sole 24 ore) un artículo en el que dice revelar la verdadera identidad de ese fenómeno editorial, famosamente anónimo, llamado Elena Ferrante. El público lector del mundo recibió la revelación del nombre real de la novelista detrás de la tetralogía napolitana con un chaparrón de artículos (entre esos, este) y, por supuesto, tweets y comentarios en redes sociales. Resulta que en realidad no queríamos saber.

Lo que hizo Gatti molesta por varias razones.  Primero, se dio a la tarea de responder una pregunta que no necesitaba respuesta. ¿Quién es Elena Ferrante? era para muchos de nosotros una pregunta más retórica que otra cosa. Sabíamos que no le interesa la fama personal, que cree que los libros, una vez escritos, pueden y deben existir más allá de sus autores. Sabíamos, porque lo ha dicho en mil entrevistas, que el misterio de su identidad no es un misterio. Sencillamente es una señora que escribe y quiere hacerlo sin figurar porque todavía cree que la literatura es un arte y el arte y el artista son dos cosas que pueden existir independientemente, así la ausencia llame más la atención que una foto y una biografía en la contraportada.

La revelación de Gatti molesta también porque no descubrió, como un detective literario, las pistas que pudo dejar la autora, voluntariamente o no, en sus novelas. No miró los giros del lenguaje napolitano, no se fijó en las descripciones de lugares reales ni en las supuestas conexiones biográficas entre la narradora de la tetralogía y la escritora ni en las influencias literarias evidentes en la novelista anónima. Lo que hizo Gatti fue mirar registros financieros para rastrear, no de dónde vienen las novelas, sino para dónde va la plata. Con números en mano, Gatti sacó a colación aumentos repentinos en los ingresos de la supuesta Ferrante y la compra de lujosas propiedades en Roma y la Toscana, no sólo de la misteriosa autora sino de su esposo. O sea que para muchos lectores de Ferrante, la investigación de Gatti es el equivalente literario al tipo de investigación que se merece un político corrupto, un capo de la mafia.

Sí, Ferrante es una figura pública y la cosas sobre su vida pueden ser noticiosas. Y sí, la privacidad no es una cosa terriblemente italiana (es un concepto tan foráneo que le dicen la privacy) y Ferrante no duda en dar entrevistas a los medios. También es cierto que existe un libro de Ferrante, que no ha sido traducido al español (saldrá en España en 2017) pero que casualmente salió esta semana en inglés, que se llama La Frantumaglia. Se trata de una colección de cartas, entrevistas, ensayos y reflexiones supuestamente no-ficcionales de Ferrante. Ahí, dice que nació en Nápoles, hija de una modista que le habló siempre en dialecto. Pero si lo que dice Gatti es cierto, mucho de lo que hay en La Frantumaglia es mentira. La verdadera, según él, no es ni italiana, sino una judía polaca que se estableció en Nápoles después de huir del holocausto con su familia. Pero Ferrante ya ha dicho, en esas entrevistas y citando a Italo Calvino, que se reserva el derecho a decir mentiras, que a los autores no hay que creerles, sobre todo cuando hablan de sí mismos. “Pregúnteme lo que quiera” dice Calvino, “pero no le voy a decir la verdad. Téngalo por seguro”.

A Gatti le molestan las mentiras y los misterios. Como lector, se siente con el derecho de revelar algo que Ferrante prefiere mantener privado porque cree que lo de la ausencia es más una estrategia de marketing que la decisión personal de un artista tímido. Y como periodista, se siente con derecho porque “encontrar respuestas es mi trabajo”, dijo en una entrevista a la BBC.

Lo interesante de todo este asunto es que nos deja con un par de preguntas sobre nuestra relación con el arte y los artistas. Si alguien quiere quedarse en el anonimato, ¿no tiene derecho a hacerlo? ¿En qué momento un autor se vuelve tan famoso que pierde el derecho a no ser una celebridad? ¿Se puede ser autor exitoso sin ser famoso? O, por ponerlo de otra manera, ¿la publicación de un dato curioso literario es justificación para la invasión de la privacidad de, no una, sino varias personas y empresas privadas?

Y  hay algo más interesante todavía, sobre todo si tenemos en cuenta que parte del encanto de las novelas de Ferrante es que parecen depender de un conocimiento de primera mano del Nápoles de la posguerra. Lo que todo el mundo le elogia es la sinceridad con la que cuenta un momento histórico muy específico, como si en efecto se hubiese criado, como su protagonista, en un rione napolitano. Si todas las suposiciones que teníamos sobre la biografía de Ferrante, las que le daban credibilidad adicional a las novelas, resultan ser mentiras, ¿qué dice eso sobre nuestra manera de leer? Si resulta que en efecto Ferrante es una señora que nació en Polonia y que ahora vive en Roma, ¿ahora creemos que su novelas son mejores o peores?

Como lector y crítico de la obra de Ferrante (escribí sobre ella y la entrevisté), no me importa saber cómo se llama. Me gustan las novelas y me gusta el juego que jugamos con ella con respecto a su ausencia, el juego de las novelas con protagonistas narradoras que son artistas y se borran a sí mismas de los mundos que habitan, como si la ausencia de la autora fuera eco de la ausencia de sus protagonistas. Me gusta el juego de las entrevistas misteriosas a través de correos electrónicos que celosamente guardan sus editores y que tienen, evidentemente, respuestas tan literarias (o al menos tan mentirosas) como las novelas. Lo bueno es que el juego no termina. Ya todos los involucrados dijeron que no, que no es la que dice Gatti y que por favor dejen de preguntar.

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