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INNOVACIÓN

Al mundo y a Colombia les falta mucha más innovación

El coronavirus ha puesto a pensar en la necesidad de establecer incentivos a los científicos para crear soluciones a los problemas más apremiantes.

14 de julio de 2020

Hoy como nunca hay que innovar. La razón es sencilla. En pleno siglo XXI, ante la llegada de la pandemia, los seres humanos tuvieron que refugiarse en sus casas en largas cuarentenas, como sus congéneres en el siglo XVII. Y ese no es el único argumento. Según el periodista y escritor Matt Ridley, la sensación de que el mundo hoy es más innovador es errónea y, aunque ha habido desarrollos en unas áreas, otras quedaron rezagadas.

Por ejemplo, según explica, hoy los aviones viajan a la misma velocidad o menos que en los años sesenta. Y esto ocurre porque, para economizar combustible, un avión va más lento hoy que el Boeing 707 en aquella época, o el Concorde, el avión más rápido del mundo, que es ya un objeto de museo. Además, con la congestión vehicular, viajar en la actualidad tarda más que nunca. “El récord del avión más rápido, el X-15, que voló a 4.520 millas por hora en 1967 aún no se ha superado”, dice el autor.

No solo Ridley denuncia la pérdida de la capacidad creadora. Tim Harford, famoso por su libro El economista camuflado, señala que el progreso ha estado estancado.

Prueba de lo anterior es la ausencia de una solución fácil y barata para hacer una prueba para la covid-19 o una medicina efectiva para tratarla. Pero no hay que ir tan lejos, basta con mirar que la década entre 2009 y 2019 ha sido la de menor crecimiento en productividad en las últimas centurias. Y más sencillo aún: en la cocina de su casa podrá observar que casi todo lo que hay allí fue inventado hace más de 50 años. “No solo hemos fallado en seguir adelante, sino que cualquiera podría argumentar que hemos echado para atrás”, dice el experto.

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El problema con la innovación en ciencia y tecnología tiene diferentes orígenes, según Harford y Ridley. Para el primero, hacen falta incentivos y, para el segundo, una legislación que sea más flexible.

Según Ridley, para innovar hay que tener libertad de experimentar y ensayar nuevas cosas, lo cual requiere una regulación sensible y a la vez permisiva y estimulante para que los creadores sientan que pueden generar decisiones rápidas a sus problemas. Pero, hoy por hoy, sucede todo lo contrario y es que muchos se encuentran con un muro. La legislación va a un ritmo tan lento que un estudio en 2012 encontró que en Estados Unidos un aparato para la salud puede demorar 21 meses en recibir aprobación. Un marcapasos, un instrumento que salva vidas, demoró 70 meses en recibirla en Italia.

Los incentivos de los que habla Harford antes llevaban a muchos a participar en un descubrimiento. Pone de ejemplo el premio de 12.000 francos que ofreció en 1795 el gobierno francés para quien inventara un método para preservar la comida. Napoleón Bonaparte era un general cuando publicaron la convocatoria y emperador cuando entregaron el premio. El ganador inventó un método para preservar la carne mediante la sal y el calor para ahumarla. Hoy difícilmente se produce este tipo de premios y los inversionistas y filántropos prefieren poner su dinero en estudios concretos.

Ante este panorama, ¿qué deberían hacer los gobiernos? La respuesta corta es resolver esos obstáculos. La sociedad y en especial los legisladores deben entender que los momentos ‘eureka‘, en los que el científico, de la nada, descubre un gran invento, son más escasos de lo que se cree y que la innovación sigue siendo lo que refleja la famosa frase de Thomas Edison: "la invención es 1% inspiración y 99% transpiración". En efecto, la mayoría de los grandes inventos llevan detrás una estela de pruebas y errores que, más que fracasos, deben verse como parte del proceso innovador. El propio Edison para hacer la pila de níquel y hierro tuvo que hacer 50.000 experimentos.

Ridley quiere resaltar que más que la patente, que protege la idea, es importante apoyar a quienes trabajan para que esa idea se materialice en la práctica. Porque, según él, en muchos grandes inventos que han marcado la historia resulta casi imposible señalar a un único inventor. Eso sin hablar de que varias personas a la vez, en diferentes puntos del planeta, pueden tener una misma idea.

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Harford está de acuerdo con algunos economistas entre quienes figuran Susan Athey y el nobel Michael Kremer, agraupados en una inciativa conocida como Accelerating Health Technologies, que dicen que solo con incentivos y premios llegará una vacuna contra el nuevo coronavirus a la velocidad y escala requerida.

Las crisis llevan a respuestas más creativas. Probablemente, gracias a la pandemia, 2020 será recordado en el futuro como el año en que la innovación salió del letargo en el que se encontraba. Pero para que eso sea una realidad, Ridley y Harford creen que, una vez termine la pademia, los gobiernos deben estudiar los obstáculos y demoras en la legislación de inventos y patentes.

¿Sirven las patentes?

En 2002 Josh Lerner, economista de la Universidad de Harvard, estudió 177 casos de ajustes en las políticas de patentes en 60 países durante un siglo. Concluyó que estos cambios no promovieron la innovación. Además de eso, se ha visto que cuando una patente expira enseguida se disparan las innovaciones. Así sucedió con la impresión 3D. El vencimiento de tres patentes ha resultado en una mejora de la calidad y del precio de estos productos. Así ha sido siempre. El gobierno francés compró los derechos de la patente de Louis Daguerre (inventor del daguerrotipo) en 1839 y los puso a disposición del público, lo que generó un brote inusitado de innovación gráfica. Por eso, muchos creen que para luchar contra el coronavirus y otras enfermedades es importante comprar algunas patentes de productos que ya estén en camino y ponerlas a disposición de los científicos del mundo. Sólo eso permitirá remover uno de los más grandes cuellos de botella en el avance de la medicina.

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