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¿ARDE PARIS?

Ante la evidencia de que los autores del bombazo fueron integristas argelinos, los franceses se preparan para épocas duras.

28 de agosto de 1995

LAS FOTOGRAFIAS DEL VAgón destrozado el martes por una bomba en la estación del metro regional Saint Michel, el café conocido de los estudiantes del barrio latino convertido en hospital improvisado, el balance de siete muertos, hicieron temblar a toda Francia.
Desde el comienzo todas las suposiciones se dirigieron ya hacia el Grupo Islámico Armado -GIA-, el de los extremistas argelinos que han destruido más de 600 escuelas en su país porque no enseñan exclusivamente el Corán, los que han asesinado estudiantes por estudiar y ser mujeres, los que cuentan más de 40 víctimas entre periodistas, varias decenas entre los extranjeros y cientos y miles sus enemigos. Y al final de la semana surgió una confirmación inesperada en el boletín más importante publicado por el GIA, un panfleto clandestino distribuido en Suecia. Allí se reivindicó el atentado en términos que recuerdan épocas pasadas de la historia... "una explosión que conmovió a la capital francesa de los Cruzados, París ".
Y es cierto que la conmovió, la hirió en el corazón porque la estación Saint Michel queda también frente a la jefatura de policía, el Palacio de Justicia a 250 metros del kilómetro cero, delante de la catedral de Notre Dame. Como resultado inmediato, toda la semana las precauciones se hicieron evidentes: las consignas de equipajes de las estaciones fueron abiertas, los basureros desaparecieron, los controles de identidad se multiplicaron, las alertas provocaron la evacuación presurosa del nudo de metro más importante, el de las Pirámides del Louvre.
Pero, ¿se puede realmente proteger un país de los terroristas? La respuesta es que ello es prácticamente imposible.
Porque hay que agregar que Francia estaba preparada, por lo menos a nivel del Ministerio del Interior, para los actos terroristas. El Grupo Islámico Armado acusa a París de estar en connivencia con el gobierno argelino que libra una guerra política contra dos enemigos. Por un lado, contra el Frente Islámico de Salvación, partido que quiere crear una república islámica en Argelia, regida por la Sharia, la ley coránica, y que siente que le robaron unas elecciones suspendidas que había ganado ampliamente. Y por el otro con el Grupo Islámico Armado, que usa el asesinato para expulsar toda forma de cultura que no sea exclusivamente islámica. Contra el GIA, el gobierno del presidente argelino Liamine Zerval utiliza métodos tan brutales como los de los terroristas.
Y es que el problema argelinó en Francia es palpable, por los millones de magrebíes que viven en el país. Para buena parte de esos inmigrantes o sus hijos nacidos en Francia hoy el Islam les aparece como un valor-refugio, cuando se sienten víctimas de la exclusión social y no encuentran trabajo. Hay un alto porcentaje de magrebíes entre los 3.200.000 desocupados en Francia. Y el fundamentalismo encuentra en ellos un terreno fértil en la lucha contra una sociedad "ajena e impía".
Las autoridades francesas tendrán una tarea muy difícil para proteger el país, sin caer en la xenofobia, para mostrar su celo sin asustar a los turistas, para calmar el juego terrorista que por el momento y firmado por los integristas sólo se manifiesta en Francia entre los países de Europa Occidental.
Y las preocupaciones indispensables de esos países, que tienen interés en colaborar entre sí, prácticamente anuncian la muerte de los acuerdos de Schengen sobre la libre circulación de las personas, una víctima más del ataque terrorista del 25 de julio en el corazón de París.
Pero la reivindicación vía Suecia del atentado del GIA exige otro tipo de confirmación que surgirá del análisis de los explosivos utilizados, o de las indiscreciones incentivadas por el millón de francos ofrecidos por el ministro del Interior (unos 200.000 dólares).
Si entre la población francesa reina la inquietud, los inmigrantes magrebíes (unos 630.000 argelinos, unos 600.000 marroquíes, unos 210.000 tunecinos) soportan su propia sicosis. Muy desigualmente integrados en el tejido social francés, temen un recrudecimiento de la xenofobia contra la religión musulmana y de la violencia fundamentalista. "Con tal que no sean musulmanes" murmuraba un tranquilo comerciante de un barrio árabe conocido como 'La Goutte d'Or'. El, como todos, sabe que hay 160 islamistas magrebíes encarcelados en Francia y que son activistas allegados probablemente al Grupo Islámico Armado. Sabe que muy cerca de su casa fue asesinado hace unos 15 días uno de los fundadores del Frente Islámico de Salud, un imán de 82 años, lo que ha aumentado los controles policiales; un asesinato no resuelto del que se acusan mutuamente Argel y el GIA.
El más preocupado es el presidente Jacques Chirac, quien con la bomba de París, su actitud en Bosnia y su terquedad en insistir en los ensayos nucleares del Pacífico Sur, ha tenido un bautismo de fuego poco acostumbrado para los mandatarios franceses.