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El miércoles, Barack Obama habló en el Capitolio ante una inusual sesión conjunta de Senado y Cámara para defender su reforma de salud.

ESTADOS UNIDOS

Contraataque crucial

Barack Obama se jugó esta semana el todo por el todo al presentar su plan de seguridad social. Por medio está no sólo el éxito de su Presidencia, sino la salud de 47 millones de personas.

12 de septiembre de 2009

La semana pasada quedará grabada como un momento crucial en la presidencia de Barack Obama. Todo comenzó el lunes, cuando una encuesta de la ABC reveló que su popularidad ha caído al 57 por ciento. Al parecer, la gente percibió que a lo largo del verano había perdido su liderazgo y permitido que la oposición republicana le diera palo a su programa bandera: la reforma al sistema de salud pública.

Pero Obama no se cruzó de brazos. El martes, precedido de críticas republicanas que trataron de presentarlo como propio del culto a la personalidad, pronunció un brillante discurso dirigido a los estudiantes de la nación en el Wakefield High School, en Arlington, Virginia. Y el miércoles habló en el Capitolio ante una inusual sesión conjunta del Senado y la Cámara para promover su plan de brindarles un seguro de salud a los 47 millones de norteamericanos que no lo tienen.

Su estrategia pareció funcionar, pues a la mañana siguiente creció el grupo de los que confían en su plan. Como le dijo a SEMANA Carol Nackenoff, profesora de política en el prestigioso Swarthmore College, "con el discurso, Obama retomó el liderazgo perdido y logró más respaldo popular; pero ahora, para impulsar la reforma, tendrá que pisar callos".

Y es que esta iniciativa no fue sólo su principal promesa. Es, también, la gran asignatura pendiente de Estados Unidos como democracia. Aunque Washington se gasta 22 billones de dólares al año, es el único país avanzado de Occidente que no ofrece una sanidad con cobertura universal. Una vergüenza.

La historia es larga porque se refiere al tema más candente de la política y la economía de Estados Unidos. Los demócratas, desde Franklin Roosevelt, han considerado que la salud pública es un derecho. Los republicanos han dicho que es socialismo.

Fue un demócrata, Lyndon Johnson, quien en 1965 adoptó dos decisiones cruciales. La primera fue crear Medicaid, que cubre las familias de al menos cuatro personas que ganan menos de 20.000 dólares anuales, los veteranos de guerra y otros grupos. La segunda fue el Medicare, un seguro social financiado por el gobierno federal que beneficia a los ciudadanos mayores de 65 años y a todos los que sufren una minusvalía o que requieren diálisis en su última etapa.

Además de quienes reciben esas ayudas, miles de personas se cubren con el seguro médico contratado por las compañías donde trabajan, sólo que las empresas pequeñas no están obligadas a hacerlo. Eso, sumado a los inmigrantes indocumentados, explica que hoy, en el país más poderoso del mundo, haya 47 millones sin seguro de salud.

Como le dijo a SEMANA Joshua Kendall, especialista de Business Week, "cada año mueren en Estados Unidos unas 20.000 personas por falta de seguro, el 60 por ciento de las bancarrotas personales es de gente que no pudo pagar una operación o un tratamiento médico". Obama, consciente de que ese es el problema interno más serio de su país, decidió meterle el diente. Hizo anuncios en la campaña, pero sólo el miércoles aclaró relativamente el panorama.

Para empezar, dijo que la idea es que las aseguradoras no podrán negarse a prestar un servicio argumentando una preexistencia médica del asegurado. Tampoco podrán cancelar una póliza si el asegurado padece una enfermedad severa. Y que habrá cobertura universal. Eso significa darles salud pública a 30 de esos 47 millones que no la tienen. Todos estarán obligados a comprar una póliza so pena de ser multados. Paralelamente, el Estado les pagará un subsidio a quienes carezcan de un seguro y fundará una empresa que les ayude a escoger el mejor.

Por otra parte, y como no existe una entidad pública de seguridad social, el objetivo es poner en marcha una institución que beneficiará al 5 por ciento de los ciudadanos, lo que se conoce como Opción Pública (Public Option). Así mismo, las empresas privadas que no contraten un seguro para sus trabajadores tendrán que subsidiarlos, la regla de Pagar o Jugar (Pay or Play Rule).

Pero la gran pregunta es cuánto cuesta. Casi 100.000 millones de dólares al año en la próxima década, dice el gobierno, una suma que, como dijo Obama, "es menor que lo que hemos gastado en las guerras de Irak y Afganistán". La plata se conseguirá al racionalizar los gastos del Medicare y el Medicaid y sobre todo al aumentar los impuestos a quienes ganen más de 250.000 dólares al año, el 5 por ciento de la población.

Allí está el verdadero obstáculo. Los planes no seducen a los republicanos ni a los demócratas de centro. Las compañías de seguros, que no miran bien el plan, dan mucho dinero a las campañas de los congresistas. Y como el año entrante hay elecciones de ambas cámaras, no es seguro que muchos quieran darse la pela de votar por un alza de impuestos.

Con la muerte de Edward Kennedy los demócratas se quedaron sin los 60 votos que necesitan para la mayoría invencible en el Senado. Por eso Obama anda tras el apoyo de la republicana Olympia Snowe, de Maine. En la Cámara, con 435 escaños, la atmósfera tampoco es clara. Se le han ido 23 votos demócratas. Si pierde 38, habrá perdido.

Si el Congreso lo respalda, Obama pasará a la historia como uno de los mejores Presidentes. De lo contrario, su Presidencia, que tantas ilusiones despertó, empezará a naufragar. Y el futuro lo recordará como otro dirigente político incapaz de cumplir las promesas de campaña, como un espléndido orador y un mal ejecutor.