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Los obreros de construcción se manifestaron en julio para exigir mejores salarios. En la foto, en el estadio Soccer City, en las afueras de Johannesburgo

SUDÁFRICA

El desafío 2010

A menos de un año de su inauguración, el primer Mundial de fútbol en África enfrenta los temores de que la sede no esté a la altura.

5 de septiembre de 2009

La cuenta regresiva para el primer Mundial de Fútbol en territorio africano debería ser un dulce momento para los anfitriones. Sudáfrica 2010 es una oportunidad para que la llamada nación del arco iris exhiba su diversidad al mundo y alcance un prestigio global apenas 15 años después de la caída del apartheid, ese experimento racista que la había convertido en un país paria. Pero a menos de 10 meses del evento, algunos reportes han logrado despertar temores y sembrar dudas sobre su capacidad para estar a la altura de las circunstancias.

La transición que llevó a las primeras elecciones libres en 1994, cuando Nelson Mandela se convirtió en el primer presidente negro, es conocida como el 'milagro sudafricano'. Pero el escrutinio por cuenta del Mundial ha recordado, y quizás incluso exagerado, los problemas del país anfitrión.

En mayo Sudáfrica, la mayor economía de su continente, entró en recesión por primera vez en 17 años y las constantes imágenes de huelguistas rabiosos no ayudan a la causa. Cuando los obreros que trabajan en los estadios se echaron a la calle para pedir mejores salarios, la prensa mundial recogió la historia. "Estamos orgullosos de trabajar en una sede del Mundial, pero el orgullo no llena el estómago de tu familia", le dijo a The New York Times uno de los trabajadores del estadio de Johannesburgo. Al final, tras una semana de paro, consiguieron un aumento del 12 por ciento. No fueron los únicos en ir a huelga. Profesores, mineros, doctores y hasta soldados (es uno de los pocos países donde se lo permiten) han salido a manifestarse en las últimas semanas. Algunos corresponsales llegaron a señalar que las imágenes de turbas chocando con la Policía recuerdan los tiempos del apartheid.

Los sindicatos en Sudáfrica tuvieron un papel determinante en la lucha contra el apartheid y hoy siguen siendo muy poderosos e influyentes dentro del Congreso Nacional Africano, el partido de Mandela, que sigue en el poder después de cuatro elecciones presidenciales. De hecho, están envalentonados, pues su apoyo le permitió al populista Jacob Zuma llegar al poder en abril de este año. El Presidente, considerado un hombre del pueblo, prometió gobernar para los más pobres. Muchos están perdiendo la paciencia y quieren resultados, algo nada fácil en un contexto económico desfavorable, donde el desempleo supera el 20 por ciento.

Los ataques xenófobos contra trabajadores inmigrantes de otros países africanos el año pasado también tuvieron una amplia cobertura internacional, y el crimen, con 50 asesinatos diarios, se suma a la lista de preocupaciones. Para completar el panorama, hace algunos meses surgieron versiones sobre un supuesto plan de contingencia de la Fifa en caso de que Sudáfrica no estuviera lista para albergar el Mundial. Su presidente, Joseph Blatter, tuvo que salir a declarar que "no hay un plan B o C, el único plan es convertir el evento sudafricano en un éxito".

Es cierto que Sudáfrica enfrenta problemas sociales apremiantes, pero la mala prensa de cara al Mundial parece exagerada. El país es miembro del G-20, es considerado un poder emergente, y ha invertido 75.000 millones de dólares en infraestructura para el Mundial, que incluye aeropuertos y autopistas. Los 10 estadios deben estar listos a finales de este año, meses antes del partido inaugural el 11 de junio de 2010. Varios columnistas se han quejado de que los reportes ofrecen un retrato imperfecto y atribuyen ese negativismo a los prejuicios sobre el país y el continente.

"Había inmensas preocupaciones sobre si Atenas iba a estar lista para los Olímpicos de 2004, pero nunca oí tantas dudas y discusiones públicas como con el Mundial de Sudáfrica. Hay una idea equivocada. Sudáfrica está en mejor forma, en términos de infraestructura, de lo que estaba, por ejemplo, México cuando albergó los Olímpicos o el Mundial de 1970", dijo a SEMANA John Nauright, profesor de George Mason University, en Washington, y autor del libro Deporte, culturas e identidades en Sudáfrica. "Hay algo de ese persistente prejuicio acerca de cómo los europeos y los norteamericanos pueden organizar eventos mejor que cualquier otro".

En junio pasado, durante la Copa Confederaciones que se disputa en el mismo país sede del Mundial, los corresponsales extranjeros se apresuraron a informar que en el primer partido, que enfrentó a las selecciones de Sudáfrica e Irak, la afición había chiflado a Matthew Booth, el único blanco en el equipo local, cada vez que tocaba el balón. Muchos lo atribuyeron al racismo de la mayoría negra. Los entendidos tuvieron que salir a aclarar el malentendido. Booth es todo un ídolo, al punto de que su imagen, haciendo una chilena, recibe a los visitantes en el aeropuerto de Johannesburgo. Los aficionados lo adoran, y lo que gritaban en aquel partido era "booooth", en alusión a su apellido, para animarlo. Para muchos, el incidente demostró la predisposición de los periodistas a divulgar las facetas negativas del país.

De hecho, la Copa Confederaciones es un ensayo a menor escala del Mundial, y la de junio fue un éxito. Según la Fifa, obtuvo una calificación de 7,5 sobre 10, aunque señaló que hay que mejorar el transporte y la seguridad. Y los miembros del comité organizador aseguran que los preparativos en Sudáfrica están más adelantados de lo que estaban en Alemania o Corea, las dos últimas sedes, a estas alturas.

Por supuesto, no hay ninguna vitrina que atraiga tanta atención global como un Mundial de Fútbol. El último, en Alemania, tuvo 26.000 millones de televidentes. Más allá de las transmisiones, se espera que Sudáfrica reciba más de 400.000 visitantes extranjeros. Pero el mayor argumento a favor del país sede es que tiene una tradición de albergar exitosos eventos deportivos que incluyen mundiales de distintos deportes. A eso se suma que Ciudad del Cabo fue candidata para albergar los Olímpicos de 2004, aunque al final se los quedó Atenas.

En la singular historia sudafricana, el Mundial de rugby de 1995 fue todo un hito. Mandela había sido elegido presidente apenas un año atrás y era adorado por la población negra, pero todavía despertaba dudas entre los blancos. El rugby era considerado un símbolo de la supremacía blanca y había sido boicoteado en los años del apartheid. Mandela aprovechó ese evento deportivo para apoyar a los springboks, como se conoce a la selección sudafricana. Al final, el rugby se convirtió en una causa nacional, Sudáfrica fue campeón, Mandela se ganó a los blancos y selló la reconciliación del país. Fue un momento mágico.

Los más optimistas esperan algo parecido del Mundial de Fútbol, aunque nadie apuesta por que la selección llegue hasta instancias finales y el liderazgo del país ya no tiene las cualidades heroicas de aquellos tiempos. "En Sudáfrica, con una población diversa distribuida por todo el país, el Mundial tiene el potencial simbólico de volver a encender la voluntad de una sociedad que se ha fragmentado en los últimos años", asegura el profesor Nauright. Todo depende de que el Mundial sea un éxito. Para variar, un poco de optimismo no estaría de más. n