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EL PAPA EN CASA

La visita de Juan Pablo II desbordó todos los cálculos sobre movilización de creyentes, lo que implicó para los organizadores gastos superiores a los 100 millones de dólares

6 de diciembre de 1982

La visita del Papa Juan Pablo II a España fue acogida como un verdadero suceso en la historia de esa nación. Estuvo presidida de tres intentos anteriores, que se frustraron por distintos hechos, entre ellos el atentado al pontífice, perpetrado en la plaza de San Pedro, de Roma, el 13 de mayo de 1981, que por poco le cuesta la vida.
En todas las localidades que visitó, los cálculos más optimistas sobre asistencia de fieles a los actos públicos superaron con creces los estimativos. El miedo a otro atentado y la psicosis que vivió la gente los días anteriores a las recientes elecciones ante un posible golpe militar, hizo desplegar por toda la geografía española un dispositivo de seguridad nunca antes visto aquí. En solo Madrid, fueron destacados 18 mil agentes de todos los organismos militares y de policía, así como personal voluntario y comisionados enviados directamente de Roma. Se calcula que en toda la nación más de 100 mil personas tuvieron a su cargo la labor de vigilancia.
El arzobispo Marcinkus, tradicional guardaespalda del Papa, y más conocido por el nombre de "el gorila", en los pasillos del Vaticano, no pudo venir a España por estar implicado muy directamente con el escándalo del Banco Ambrosiano. Los asesores del santo padre habían considerado inconveniente traer a este fornido y ahora polémico personaje, ya que su imagen no era la más conveniente para la ocasión.
UNA LARGA ESPERA
El popularísimo Karol Wojtyla se mostró interesado, desde el primer momento de ser elegido Papa en 1978, en visitar España, hasta el punto que su afán tuvo características especiales que bien podrían calificarse como "de Ripley". Inicialmente se anunció su visita para el 15 de octubre de 1981.
Esta fecha coincidía con los actos de apertura del cuarto centenario de la muerte de Santa Teresa de Jesús, patrona de España. Pero esa fecha fue abruptamente suspendida por el atentado que sufriera el Papa el 13 de mayo de ese año.
Recuperado del incidente, la Santa Sede fijó como nueva fecha de llegada de Karol Wojtyla a Madrid el 12 de octubre de 1982. Esta vez fue la burocracia vaticana la que dejó nuevamente con los crespos hechos a los españoles al negar su salida. El argumento: es improcedente que el Papa esté dos miércoles seguidos por fuera de Roma. Lo que en realidad frustró ese intento fue la vecindad de esa fecha con las elecciones generales que acaba de ganar el PSOE. Finalmente se acordó el 31 de octubre para el arribo del Papa a la península ibérica.
La infraestructura de los actos religiosos celebrados durante la estada de Juan Pablo II tuvo un costo superior a los 1.200 millones de pesetas, unos 110 millones de dólares.
El programa estuvo a cargo de la Confederación Episcopal Española, que recolectó dineros provenientes del Vaticano, de sus propias arcas y la mayor parte de los fieles.
En cuestión de donaciones la Iglesia es muy clara: el Papa recibe toda suerte de regalos, pero el Vaticano prefiere "dinero para pagar los gastos", dijo un vocero de la Santa Sede. Los asesores del Papa reciben todos los regalos de los fieles pero las cosas inútiles no son embarcadas o son regaladas a instituciones benéficas locales, tal como ocurrió con el famosísimo regalo del burro que un devoto brasileño le hizo al Papa este año. A Roma sólo llega dinero y objetos valiosos como artesanías y objetos fabricados en oro, plata y piedras preciosas.
A la Santa Sede llegarán pues, en esta ocasión solamente las vajillas de Talavera con el escudo papal que familias madrileñas le obsequiaron al Sumo Pontífice, una patena de oro mandada fundir por 200 matrimonios oficiados por Juan Pablo II en la región de Galicia, y la escultura de Santa Teresa que le fue obsequiada por los reyes Juan Carlos y la reina Sofía. Lo demás será dinero que servirá para sufragar los gastos del viaje.
"TOTUS TUUS"
Con este lema fueron inundadas las poblaciones españolas que visitó durante 10 días el Papa. La frase "Totus Tuus" fue escogida por los organizadores de la visita como lema de la estadia del Sumo Pontífice.
Fueron esas palabras en latín las que Karol Wojtyla pronunció en su primer mensaje a la Iglesia y al mundo el 10 de octubre de 1978, cuando fue elegido Papa. Este lema, que quiere decir "todo tuyo", lo empleó el Sumo Pontífice al dirigirse en esa ocasión a la Virgen María "madre en el misterio de la Iglesia" El "Totus Tuus" inundó los oídos de los católicos en España, que ante el Papa dieron una abrumadora demostración al mundo de su vocación religiosa. Los multitudinarios actos se repitieron en todos los rincones del país tal como ocurrió durante sus visitas anteriores: Polonia, México, Argentina, Brasil. Aunque el Papa no puede ofrecer nada material, la gente lo vé y se siente renovada; es un verdadero fenómeno. Por esto se lo describe como "El mensajero de la Esperanza".
REVUELO DE HABITOS
En otro marco, con otra gente, pero el mismo Papa feliz y seguro, en medio de una muchedumbre que algunos calcularon en un millón de personas provenientes de toda Castilla, ciudad amurallada, medieval y mística, la de los campanarios y carmelos que alumbran a la primera doctora universal de la iglesia, el Papa celebró su emotivo encuentro con tres mil monjas de clausura.
Tomó contacto con los expertos de la teología en Salamanca. Ahí donde sumergirse es nada, sumergirse en el mismo día en el mundo de la plegaria y del pensamiento, hablar a sus anchas de los temas que más le gustan, pisar con los propios pies los campos donde florece la vida contemplada con el saber teológico.
Siguiendo paso a paso los caminos de Teresa, los mismos que hoy fueron los de Juan Pablo II, de veras que valió la pena el cansancio, las prisas, el madrugón y el frío, porque a pesar de la espléndida mañana soleada, hizo mucho frío en Avila. Sobre todo a las ocho de la mañana en la huerta del monasterio de San José. Menos mal que el "Volcán" Wojtyla templó los cuerpos ateridos.
Tres mil religiosas de clausura, procedentes de los novecientos claustros españoles se reunieron en la huerta del monasterio de La Encarnación, el mismo en que Santa Teresa tomó el hábito religioso, y vivió la experiencia de su entrega a Dios, hizo la profesión de sus votos y llegó a ser priora.
Habría que ver el júbilo, el entusiasmo el impresionante bullicio de estas mujeres que precisamente hacen del silencio y de la interioridad su razón de vivir. Cantaban, reían, rezaban, gritaban, se abrazaban a la espera del Papa.
Las monjitas revistieron la impresionante austeridad del lugar con macetas y manojos de flores, y se colocaron como pudieron sobre una especie de tablones a modo de bancos. El espíritu de Santa Teresa estaba allí y eso era lo importante, así como ver al Papa. Para eso habían salido de sus claustros y habían venido de tan lejos, para verle, oirle, aplaudirle y rezar con él .
A la llegada del Papa se desbordó el entusiasmo. Habló el obispo de la diócesis quien repitiendo la expresión de San Juan de la Cruz le dijo al Pontífice: "aquí teneis la mejor gente que Dios tiene en la iglesia". Se invocó al Espíritu Santo, hubo lectura de "Las Moradas" de Santa Teresa y tomó la palabra Juan Pablo II. El hizo un gran elogio de la vida monásticá, del silencio "que no se observa hoy", del puesto eminente que ocupa en la iglesia la vida contemplativa, de la alegría y el orgullo con que tenían que vivir su vocación religiosa, de la urgencia de ser signo de la trascendencia de Dios y la llamada a las generaciones jóvenes hacia caminos distintos de los que les marca la sociedad de consumo.
Habló también de la necesidad de la vida consagrada, la oración, de los valores del espiritu que ellas representan. Las tres mil monjas aplaudieron a rabiar, y muchas lloraron como chiquillas.
Tras esta celebración, Juan Pablo II se dirigió al monasterio de San José, primer convento fundado por Santa Teresa. Se acercó a "la Santa", como llaman los abulenses a la casa natal de Teresa de Jesús. Esto permitió al Pontífice recorrer las calles y plazas de Avila, antes de dirigirse al noviciado de las hijas de Santa Teresa, donde almorzó.
Pero quedaba todavía Alba de Tormes y Salamanca. Juan Pablo II bastante hizo por sintetizar en unas horas y unos pedazos de la geografía castellana los 6.000 kilómetros que anduviera Santa Teresa y todas las fundaciones que hiciera desde 1567 año en que sale de Avila, hasta 1582 año en que muere en Alba de Tormes.