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Donald Trump, pese a sus discursos llenos de odio, el magnate tiene buenas posibilidades de conquistar nuevos electores, sobre todo entre los independientes. | Foto: A.F.P.

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Donald Trump, de payaso a candidato

Casi nadie cree –ni quiere– que el magnate gane las elecciones presidenciales. Pero así como derrotó a los escépticos y a todos sus rivales republicanos, ¿logrará vencer a Hillary Clinton?

7 de mayo de 2016

Muy pocos le apostaron a que Donald Trump ganara la candidatura del Partido Republicano, cuando la lanzó en junio pasado en un acto celebrado en las famosas torres que llevan su nombre en Nueva York. En los meses siguientes fueron quedando en la lona cada uno de los 16 competidores que lo enfrentaron en las elecciones primarias, pero siguió reinando el escepticismo.

Al principio se dijo que caería como la espuma de la cerveza. Después, que sus victorias solo eran posibles en estados de electorado blanco. Algunos consideraron que su discurso provocador, incoherente y superficial, lo haría caer por su propio peso. Y hasta hace una semana se esperaba que una coalición en su contra del establecimiento tradicional del partido lograría bloquearlo. Hasta se llegó a pensar en una histórica convención en la que los republicanos llegarían sin candidato definido, por lo que podría echar mano de cualquier nombre, incluso de alguien que no hubiera participado en el largo proceso de las primarias. Cualquier nombre, claro, excepto el de Donald Trump.

Pero nada de eso pasó. La contundente victoria del polémico multimillonario en Indiana, el martes pasado, produjo el retiro, esa misma noche, de Ted Cruz y, un día después, de John Kasich, el gobernador de Ohio, el último que quedaba. Aunque Trump no ha alcanzado el número de delegados que necesitará en la convención para formalizar su candidatura el 18 de julio en Cleveland, Ohio, –1237 y hasta ahora tiene 1053– en su posición solitaria no tendrá problema para sumar los que le faltan en las primarias aún pendientes, en las que hay 445 delegados en juego. Donald Trump es, de facto, el candidato republicano.

La pregunta que todo el mundo se hace es si logrará en la elección general el mismo milagro que ya, en contra de todos los pronósticos, alcanzó en la lucha por la candidatura de su partido. ¿Volverá a derrotar las encuestas, los análisis y los pronósticos?

Al terminar el año pasado, en la campaña de Hillary Clinton se decía que el mejor escenario estratégico para ella sería el de la confrontación contra Trump en la carrera presidencial. Consideraban al ahora candidato alguien sin experiencia, de imagen negativa y con una tendencia desbordada a cometer errores políticos y a decir lo contrario de lo que aconsejan las encuestas. En todos los estudios que hizo la campaña, Jeb Bush, Ted Cruz y Marco Rubio –en ese orden– eran más difíciles de vencer. Es probable que los mismos análisis, hoy por hoy, arrojen la conclusión de que Clinton llegará a la campaña presidencial en condiciones favorables y con la camiseta de favorita. Pero después de lo que ha ocurrido en la primavera de 2016 con Donald Trump, los escenarios del otoño serán planteados con mayor cautela.

Cualquier cosa puede pasar

Para empezar, en una competencia entre dos, por definición, ambos tienen probabilidad de ganar. Entre julio, cuando se llevarán a cabo las convenciones de los dos partidos, hasta el 8 de noviembre, día de las elecciones, cualquier cosa puede pasar. Desde un imprevisto –como la crisis económica que en 2008 facilitó la reñida victoria de Obama contra McCain– hasta un acto terrorista –que no es imposible en esta época– que podría favorecer a los partidarios de la línea dura. Varios ejemplos históricos muestran a candidatos que pierden al final después de haber encabezado las preferencias por un margen de diez puntos, como el que hoy tiene Hillary sobre Trump. Los electores son susceptibles a cambiar de voto según las estrategias de las campañas, y seguramente Donald Trump seguirá intentando demostrar que los parámetros tradicionales de la política electoral estadounidense no están grabados en piedra.

Que Hillary Clinton sea la favorita no significa que sea imbatible. La única razón por la que el 25 de julio, en la convención demócrata de Filadelfia, Clinton no marcará el hito histórico de ser escogida como candidata presidencial con la peor imagen en la historia de Estados Unidos es que Trump alcanzará ese récord diez días antes, en la del Partido Republicano.

Pero Hillary ha demostrado deficiencias que la harían vulnerable en un enfrentamiento contra un oponente más fuerte y ortodoxo. Nadie pronosticó que la batalla interna dentro de su colectividad, frente a Bernie Sanders, iba a ser tan difícil, ni que este último la fuera a derrotar en 18 primarias. La enorme ventaja que lleva la exsecretaria de Estado en términos de representantes –2.205 contra 1.401 de Sanders– se debe a los llamados superdelegados: miembros del partido con derecho a asistir y votar en la convención, pero sin participar en las primarias. De estos, que representan el poder tradicional de la colectividad, Clinton tiene 522 y Sanders solo 39. El proceso deja claro que Hillary no es una gran candidata y su campaña va a necesitar una estrategia adecuada para atraer, sobre todo, a los votantes jóvenes que encontraron en Sanders una opción más fresca que la suya, a pesar de su condición de mujer.

La política está desprestigiada en Estados Unidos. La elección de 2016 ya ha roto varios paradigmas. Habrá una candidata mujer por primera vez y un empresario que jamás ha ocupado un cargo público, y ha tenido como rivales a dos latinos: Ted Cruz y Marco Rubio. Ese clima favorable al cambio le ha permitido a Trump presentar algunos de sus rasgos más polémicos –la agresividad, el nacionalismo, el lenguaje políticamente incorrecto– como señales de que la bandera de la innovación está en sus manos.

Trump ha expresado que tiene posibilidades de ganarle a Hillary Clinton y que, así como fue subestimado hace un año, ahora se le está dando por derrotado de manera precipitada. En este momento las miradas de los medios están sobre él: ¿moderará sus posiciones? ¿Será creíble un discurso de centro, después de haber ganado la candidatura con propuestas de derecha radical? ¿Escogerá una mujer como candidata a la Vicepresidencia? ¿Llamará a sus rivales en el partido, para buscar la unificación, después de haber llegado a asociar al papá de Cruz con el asesinato de Kennedy? ¿Asumirá una postura más presidencial y, si lo hace, podrá conservar su tono irreverente y antipolítico?

Las prioridades

La primera prioridad de Donald Trump está en su partido. Hay figuras de influencia y con poder entre los republicanos que creen que el multimillonario sería un peligro para Estados Unidos, por sus propuestas sobre asuntos internos y, también, por sus posiciones contra los migrantes, sus declaraciones contra los mexicanos, sus amenazas hacia los musulmanes y sus críticas al libre comercio, que pondrían en peligro el prestigio y la influencia de la gran potencia en el mundo. Las recientes críticas de los dos expresidentes Bush contra Trump son apenas la voz más sonora del desafecto que existe en sectores dentro de los republicanos. El tono de los debates y campañas en las primarias fue muy duro y dejó heridas abiertas. Trump no la tendrá fácil en estados de tradición republicana en los que ganaron Cruz, Rubio y Kasich.

Pero su problema es más grave. Las últimas elecciones presidenciales en Estados Unidos –que ganó Barack Obama– demuestran que el Partido Republicano por sí solo no tiene la fuerza suficiente para ganar. Cerca de un 40 por ciento del electorado se considera independiente. Las poblaciones no blancas –afrodescendientes y latinas, en especial– han pasado de 14 a 30 por ciento del electorado. Y Trump ha hecho, hasta ahora, una campaña adecuada para derrotar a los poderes institucionales republicanos, pero al hacerlo incurrió en un alto precio en materia de imagen entre los grupos étnicos. Su imagen negativa es de 91 por ciento entre los afrodescendientes y de 81 por ciento entre los hispanos. Con mucho menos que eso, John McCain y Mitt Romney fracasaron en sus empeños contra Obama, a pesar de tener mayorías cercanas al 60 por ciento entre los blancos.

Eso sin hablar de la ventaja que puede alcanzar Hillary Clinton entre el electorado femenino. Un 75 por ciento tienen una imagen negativa de Donald Trump, quien ha hecho declaraciones provocadoramente machistas. Y desde 1964 siempre han votado más mujeres que hombres en las presidenciales. El virtual candidato llegó a decir en la reciente campaña que “la única carta de Hillary Clinton es la de ser mujer”. Intentó una ironía, pero descubrió una verdad: la condición femenina de la candidata demócrata le dará puntos en los debates de otoño.

Los cambios en la demografía han tenido efectos en el mapa electoral, lo cual es muy importante si se tiene en cuenta que la Presidencia de Estados Unidos no se gana por voto popular, sino por la mayoría de delegados en el colegio electoral. Es una elección indirecta. En este cuerpo, si se cuentan los estados en los que hay mayoría demócrata, hay 242 miembros que en las últimas seis elecciones han acompañado al candidato de ese partido. Hillary Clinton parte con una base que la acerca mucho a los 270, el número mágico para ganar.

Casi todas las cifras, en fin, están del lado de la candidata demócrata al comenzar la campaña. Según la última encuesta de CNN, la exsenadora de Nueva York le saca más de 10 puntos de ventaja al magnate, tanto en las elecciones generales como en los estados pendulares (swing states), como Florida, Ohio, Nevada y Colorado. Clinton ganaría incluso en estados tradicionalmente conservadores como Carolina del Norte, Arizona o Missouri, donde el candidato republicano de 2012, Mitt Romney, venció a Barack Obama (no obstante el presidente lo haya derrotado en las elecciones generales). A su vez, algunas encuestas señalan además que la exprimera dama ganaría en estados ultraconservadores como Utah. Según las cuentas de The New York Times, mientras que Clinton reuniría 347 votos electorales, Trump solo tendría 191.

Y además de los números, el perfil de Clinton –una estadista con experiencia– es en el papel mucho más sólido que el de Trump –un millonario fanfarrón y radical–. Pero la campaña será dura, agresiva y sin antecedentes, lo que lleva a este último a asegurar que será capaz, otra vez, de derrotar los pronósticos. Solo que, nuevamente, casi nadie le cree.