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Europa tiembla

La Constitución europea prácticamente murió en Francia y Holanda. No es el fin de la Unión, pero obliga a un replanteamiento que pocos tenían en mente.

5 de junio de 2005

Primero Francia dijo NO y Europa tembló. El 30 de mayo los diarios de la Unión Europea anunciaron lo que se esperaba: el 55,2 por ciento de los franceses había rechazado en un referendo la Constitución europea. Lo peor era que Holanda, otro de los seis países fundadores de la UE, también votaría NO al referéndum tres días después. Las encuestas ya lo vaticinaban y el jueves los titulares fueron aún más dramáticos: "Una derrota aplastante deja la visión de la Unión Europea en el limbo" (The Guardian, Londres), "El NO holandés deja a la Constitución europea al borde del fracaso" (El País, Madrid). El 61,6 por ciento de los holandeses había rechazado el texto y aunque no era vinculante el gobierno había advertido que si ganaba el NO por una mayoría abultada aceptaría la decisión ciudadana.

En ese momento empezó a oírse con más fuerza que ya no valía la pena continuar con la ratificación en los demás países. Este mensaje llegaba sobre todo desde Londres, donde el primer ministro Tony Blair seguramente anunciará en los próximos días la cancelación del referéndum programado para fines de 2006. "El primer ministro y yo hemos dejado claro desde hace tiempo que el tratado constitucional es bueno para el Reino Unido y para la Unión Europea. Pero el veredicto de estos referendos plantea ahora profundas cuestiones para todos nosotros acerca de la futura dirección de Europa", dijo el ministro de Relaciones Exteriores, Jack Straw. Las reglas establecen que, al haber rechazo en alguno de los países, cuando 20 de los 25 hayan aprobado el texto, el Consejo se reuniría para decidir cómo seguir. Pero más allá de eso, no es claro cómo hacerlo sin contar con países tan importantes como Francia, Holanda y Reino Unido.

La Constitución convertiría a la UE en un modelo intermedio entre una simple comunidad económica y una unión política, al estilo de Estados Unidos. De ser aprobada la Carta, lo que parece cada vez más lejano, los 25 países conservarían su soberanía, leyes y jefes de Estado, pero cederían algunas leyes y derechos, como mercado interno, agricultura, comercio exterior), a un ente supranacional. La Unión tendría una presidencia fija y una cancillería conjunta y normas conjuntas para el desarrollo de la 'libre empresa'. Además la Carta modifica las reglas para la toma de decisiones y elimina varios vetos nacionales para evitar los problemas derivados de la unanimidad necesaria actualmente. "La idea de la Constitución era que muchas decisiones se pudieran tomar por mayoría cualificada. Por lo tanto se quitaba el derecho de veto a un país, por ejemplo de Lituania, que podía paralizar a toda la Comunidad", explicó a SEMANA Charles Powell, subdirector del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos.

La idea inicial era tener un solo texto para simplificar funciones y hacer más fácil su comprensión (ver recuadro), pero terminó siendo una colcha de retazos de 448 páginas incomprensible para el ciudadano europeo. En Francia, donde los libros sobre la Constitución fueron los más vendidos de las últimas semanas todos decían tener ideas diversas sobre lo que quería decir. "No es la mejor pero es a la que hemos llegado", dijo en su momento el llamado padre de la Constitución, el ex presidente francés Valery Giscard d'Estaing.

El virtual fracaso de la Constitución Europea mostró, sobre todo, el divorcio entre los habitantes de los países más importantes de Europa y sus dirigentes. La Unión nació de las dos grandes fuerzas que han dirigido por años varios países europeos: la socialdemocracia y la centro-derecha. Pero la construcción europea comenzó de un tiempo para acá a verse como un engendro creado por burócratas sin responsabilidad política y sin representatividad democrática. Por eso y paradójicamente, los principales promotores del NO se alinearon en la izquierda no gubernamental y en la ultraderecha nacionalista. En Francia el NO se endureció con la participación de importantes alas socialistas y verdes. En Holanda fue dirigido por el Partido Socialista. Todos ellos preocupados por el excesivo tinte neoliberal de las disposiciones constitucionales.

Y es que especialmente en Francia los ciudadanos temen la llegada del llamado "plomero polaco", dispuesto a trabajar más por menos, y el trasteo de las empresas que se están moviendo a Europa del Este en busca de menores costos. " Lo que no explican los que hacen campaña por el NO es que países como Francia ahora exportan muchísimo más y que otro tipo de trabajos nacen con la ampliación", explica Jerónimo Millot, de la Universidad San Pablo-Ceu de Madrid. En todo caso, en Francia el voto del NO se concentró en los sectores asalariados de la población, temerosos de que la Constitución afectara los derechos laborales y el sistema de bienestar social.

La derecha ultranacionalista, desde su propia orilla, cuestionaba que la Constitución abría la puerta a los inmigrantes de Europa del Este. En Francia, Jean Marie Le Pen hizo su propia campaña. En Holanda, los seguidores del asesinado Pim Fortuyn atacaron la entrada de Turquía y su población musulmana. Por sobre todo, el temor de que los países estén perdiendo soberanía sobre la UE es un miedo que se extiende a toda Europa, más en momentos en que los gobernantes han sido incapaces de explicar a los ciudadanos lo que se pretende con la Constitución y sobre todo qué clase de Europa están construyendo.

Entre los holandeses "ha habido una quiebra de su modelo ultraliberal, que era muy generoso hacia los inmigrantes. Después de la muerte de Fortuyn y Theo Van Gogh de repente se encuentran que los que han acogido (el 17 por ciento de la población) no se han asimilado y no quieren hacerlo", explica Powell, quien también cree que una de las razones para el NO es que la población sentía que la integración avanzaba muy rápido y le estaban cediendo mucho poder a Bruselas, "tienen una legislación muy progresista y temen que la UE afecte su forma de vida". Es así como la ausencia de unos líderes fuertes como en su momento lo fueron Helmut Kohl, Francois Mitterrand o Felipe González puede llegar a ser una de las razones por las que el proceso de construcción europea se frene por un tiempo. La falta de liderazgo es esencial en este momento pero los nuevos líderes no se ven llegar desde ningún lado. Y hoy es palpable una tendencia hacia el crecimiento del NO, como una ola de crisis gubernamental en el continente. Silvio Berlusconi atraviesa una fuerte crisis en Italia, Gerhard Schroeder tuvo que adelantar sus elecciones ante una derrota regional que lo dejó sin poder efectivo y Blair tiene el gobierno menos popular de la historia reciente de Gran Bretaña.

Todos ellos sufren las consecuencias de los ajustes económicos que supuestamente son inevitables para recuperar las alicaídas economías nacionales, con la paradoja de que, cualquiera que sea su reemplazo, seguramente asumirá reformas aún más fuertes. En esas condiciones, era difícil pensar en que los europeos estarían listos para asumir una Constitución europea percibida como un salto al vacío.

Esta crisis no es el fin de la Unión Europea, pero sí obliga a un alto en el camino. Ya no entrarán tan pronto los próximos países aspirantes del sector oriental, ni mucho menos Turquía. Los apóstoles de la ultraderecha norteamericana respirarán tranquilos, pues el contrapeso geopolítico europeo ha recibido un duro golpe. El aparente fracaso de la Constitución europea tendrá efectos en la política mundial, de consecuencias aún no previsibles. La derecha nacionalista antiinmigrante y la izquierda antiglobalizante han tenido un triunfo histórico que demuestra que, a veces, en política los extremos se tocan.