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Morales inicia su campaña en Cochabamba ante miles de personas. | Foto: AFP

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Evo Morales, el eterno candidato

El mandatario boliviano inició esta semana su campaña presidencial para aspirar a un cuarto mandato consecutivo. A pesar de que el 51 por ciento de los bolivianos votó contra su reelección en 2016, Evo hace caso omiso a las leyes y a la gente.

26 de mayo de 2019

Entre los gritos de la multitud y como una estrella de rock, el presidente boliviano, Evo Morales, llegó hasta la tarima del Aeropuerto de Chimoré, en Cochabamba, en una motocicleta manejada por su vicepresidente, Álvaro García Linera.

Con un collar de flores en el cuello y la bandera de Bolivia en la mano, Evo comenzó a hablar ante una enorme multitud (un millón de personas, según cifras oficiales) que aplaudía cada frase. Al fin y al cabo en Cochabamba comenzó su carrera política hace más de una década y allí se alió con los grupos sindicales a los que les debe gran parte de su popularidad.

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Pero en otros rincones del país la historia es diferente. Tal vez por eso concluyó su discurso con una pregunta clásica del caudillismo latinoamericano. “¿Por qué cinco años más, después de catorce en el poder? Para terminar nuestro trabajo. Porque nos sentimos fuertes y porque las multitudes me dan energía para continuar hasta que Bolivia sea libre por siempre”, dijo con confianza.

Sin embargo, esas multitudes a las que tanto apela el presidente de origen aymara protestaron en su contra horas antes y convocaron manifestaciones mensuales hasta el 20 de octubre, día de la votación. Sus opositores temen que Evo, quien alguna vez fue una esperanza, se confirme abiertamente como lo que parece cada vez más: un dictador.

La cuarta candidatura de Evo Morales ha desencadenado manifestaciones de protesta en todo el país.

El aymara desconoció la Constitución que promovió él mismo en 2009, que prohíbe la reelección del presidente por más de dos periodos consecutivos. Y desde entonces la gente comenzó a dejar de creer en su gobierno. En ese momento Evo aseguró que “siempre” acataría el mandato popular, pero que debían entender que la nueva Constitución cambió el nombre del país por “Estado Plurinacional de Bolivia”, por lo que técnicamente “me lanzo en una nueva nación y por primera vez”. Pocos quedaron satisfechos con semejante justificación.

Siete años más tarde, Evo le haría conejo al pueblo una vez más. El 21 de febrero de 2016, 51 por ciento de los bolivianos votó NO en un referendo que preguntaba si aceptaban cambiar la Constitución para que Morales se quedara indefinidamente en el puesto. De nuevo, Evo desconoció la decisión popular bajo el pretexto de que violaba sus “derechos humanos”.

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Para hacerlo, el presidente usó el Tribunal Constitucional, lógicamente controlado por allegados a su partido MAS tras tantos años de gobierno. “Sería discriminatorio vetar a un ciudadano de su derecho político de elegir y ser elegido”, concluyeron los magistrados. Organismos como la OEA y el Tribunal Internacional de La Haya no tuvieron herramientas para evitar su reelección, a pesar de que fundaciones y activistas coincidieron en que “el presidente malinterpretó los derechos humanos, que defienden a los ciudadanos, no al poder”.

Desde entonces, Evo siguió adquiriendo más poder, hasta hacer casi indiferenciables la rama ejecutiva de la judicial y la legislativa. Por esa razón, sobrepasó impoluto los constantes señalamientos de corrupción, narcotráfico y despilfarro. No dudó tampoco en encarcelar a los opositores y “asfixiar económicamente” a los medios críticos, por lo que muchos temen debatirlo. Así lo confirmó para SEMANA un importante académico, que dijo que prefería no opinar sobre el presidente “porque mi carrera y mi puesto correrían peligro”.

Los opositores temen que Evo, quien alguna vez fue una esperanza, sea ahora un terrible dictador.

La paradoja es que, a pesar de las acusaciones y el autoritarismo de su Gobierno, Bolivia atraviesa uno de los mejores momentos económicos de su historia. La nacionalización de los hidrocarburos y del petróleo aumentó un 80 por ciento el presupuesto estatal, según datos oficiales. Asimismo, desde que Evo llegó al poder la pobreza se redujo del 59,9 por ciento al 36,4 en 2017, de acuerdo con el Banco Mundial. Bolivia es uno de los países más pobres del continente, pero también uno de los que más crece.

El primer indígena presidente cerró muchas brechas que gobiernos anteriores crearon y le dio un lugar a las comunidades nativas. Después de años de racismo e incluso masacres, como la que ordenó su predecesor Gonzalo Sánchez (conocido como el Gringo porque habla español con acento) contra manifestantes aimaras, Evo era una salida progresista, inclusiva y revolucionaria en un país aquejado por la desigualdad y la pobreza. De hecho, sus seguidores volvieron una consigna el insulto que le lanzó a un oficial en la cárcel de Capacabana cuando era joven: “Este indio de mierda será tu presidente”. Y así fue. Por primera vez los indígenas se sintieron representados en el Gobierno.

Pero pronto eso cambió y sus logros quedaron borrados ante sus desaciertos políticos. Por un lado, los economistas señalan que Bolivia depende cada vez más de los recursos naturales, en especial del gas que exporta a Brasil y Argentina. Una caída en el precio de este producto podría causar una debacle económica, que empeoraría su ya alto déficit de cuenta corriente de 6.4 por ciento. Asimismo, según el reporte Doing Business, la inversión extranjera es una de las más bajas en América Latina y hacer negocios en Bolivia resulta mucho más difícil que en casi toda la región.

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Según dijo a SEMANA Luis Carlos Jemio, doctor en desarrollo económico del think tank boliviano Inesad, “A la economía boliviana le fue muy bien, pero no por Evo, sino a pesar de Evo. Él no hizo nada para generar la bonanza. Esta se debió a la suerte que tuvo de encontrar altos los precios de los minerales, hidrocarburos y productos agroindustriales; a las inversiones realizadas antes de él y a la creación del Impuesto Especial a los Hidrocarburos. Su política de nacionalizaciones no ha generado bonanza. Más bien ha reducido las inversiones. Esta suerte no es sostenible y en un país sin reservas como Bolivia el futuro no pinta bien”.

El líder de la oposición Bolivia djo NO, Óscar Ortiz, y el expresidente Carlos Mesa siguen a Morales en las encuestas. Sin embargo, todo indica que Evo volverá a ganar.

Las decisiones arrebatadas, la poca separación de poderes, el clientelismo y el populismo ponen en peligro a los bolivianos si Evo vuelve a ser presidente. Pero todo parece indicar que así será, pues lidera, aunque por poco, las encuestas. Y es que sus contrincantes, el expresidente Carlos Mesa y el líder de Bolivia dijo NO, Óscar Ortiz, tampoco han sabido conectar con un pueblo diverso como las del boliviano. Y han contrapuesto al discurso de Evo el neoliberalismo y la alianza con Estados Unidos, como si eso les fuera a traer más votos en un país históricamente crítico de la Casa Blanca.

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Estas circunstancias despejan el camino para que Evo siga afirmando que “su pueblo” lo necesita, a pesar de que le ha demostrado en varias ocasiones que quiere que se marche. Morales, que admitió en una vieja entrevista que se acostumbró a la presidencia y no quiere dejarla, olvidó también uno de los principios básicos de sus ancestros aimaras: “Compartir el poder, renovar la esperanza”.