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Muera Saddam

Bush está dispuesto a todo para sacar a Hussein del poder en Irak. Su autorización especial a la CIA es el primer paso.

24 de junio de 2002

Para nadie es un secreto, desde que comenzó la presidencia de George W. Bush, que el mandatario norteamericano buscaría terminar el trabajo que su padre inició pero no terminó en 1991 en la Guerra del Golfo. Por eso no resultó una sorpresa la revelación hecha la semana pasada por el periódico The Washington Post, según la cual Bush autorizó a la CIA una serie de estrategias para salir de Saddam a como dé lugar.

En efecto ésta, que en otras circunstancias hubiera sido una noticia-escándalo, en la presidencia de Bush resultó previsible. Y por más que el mundo se haya acostumbrado al tono de este mandato, los puntos de la autorización resultan impresionantes ya que se habla hasta de la posibilidad de asesinar a Saddam en caso necesario. Lo cual de por sí se constituye en una nueva doctrina, pues hasta ahora el presidente de Estados Unidos tenía vedada esa clase de decisiones.

La permanencia en el poder de Saddam Hussein se convirtió en una piedra en el zapato de la familia desde que fallaron los cálculos del primer gobierno Bush. La idea era que lo tumbarían sus propios lugartenientes, lo que evitaría, de paso, a los estadounidenses los costos de una campaña hasta Bagdad.

La orden presidencial revelada por el Post incluye varios puntos:

?Apoyo creciente a los grupos de oposición, con inclusión de dinero, armas, equipos e información de inteligencia.

?Nuevos esfuerzos por detectar en el interior de la población iraquí sectores descontentos, para lo cual se expandirán los contactos de inteligencia.

?Uso de grupos especializados de la CIA y de las Fuerzas Especiales, como los que se desplegaron con éxito en Afganistán. Esas fuerzas tendrían autorización para matar a Hussein "en defensa propia".

La razón oficial que se esgrime para justificar las acciones contra Saddam es clara: Estados Unidos no puede tolerar que un "rogue State" ("Estado bribón") como el Irak de Saddam produzca armas de destrucción masiva, como señala el indicio de que el gobernante no permite la inspección de sus fábricas sospechosas. Una situación como esa, en momentos en los que el mundo se enfrenta a una amenaza terrorista de las dimensiones de la protagonizada por el grupo Al Qaeda, no es aceptable.

Otros, sin embargo, piensan que se trata de una estrategia de largo aliento destinada a asegurar que las enormes reservas de petróleo del área estén bajo el firme control de gobiernos 'amigables' con Estados Unidos.

Sea como fuere, la orden de Bush ha sido interpretada de dos maneras. Una, que las acciones de la CIA serían 'preparatorias' de un ataque militar, pues podrían alistar el terreno en inteligencia, contactos con grupos de oposición y reconocimiento físico con identificación de objetivos militares.

Otra interpretación sostiene que las acciones militares en el área, con el tema de Israel y los palestinos sin resolver, son muy improbables pues ningún régimen musulmán, como Arabia Saudita, los Emiratos o hasta el mismo Kuwait, por afecto que sea a Estados Unidos, preste la plena colaboración necesaria. En esa hipótesis, la mejor táctica para tumbar a Hussein sería propiciar una rebelión interna, en cuyo caso las acciones de la CIA serían decisivas.

Pero en uno u otro caso los norteamericanos podrían estar metiéndose en el laberinto de los intereses encontrados de los países del área y los grupos de oposición de Irak, cuya interacción encierra riesgos imprevisibles.

Se trata de un verdadero rompecabezas. Turquía seguramente prestaría sus bases aéreas, pero quiere asegurarse de que las facciones kurdas del norte de Irak no tengan en un país pos Saddam aspiraciones independentistas que afecten a sus propios 12 millones de kurdos. Aquellas, por su parte, si bien han dicho que no quieren la independencia, no aceptan ayudar a la caída de Saddam mientras no sepan quién sería el nuevo presidente porque no quieren un títere norteamericano. Y las facciones chiítas del sur del país tienen un riesgo implícito, pues para Estados Unidos lo único peor que Saddam en el poder podría ser un régimen chiíta proiraní en Irak.

Por otra parte, los grupos civiles de oposición carecen de relevancia. El más importante, el Congreso Nacional Iraquí, de Ahmed Chalabi, ha demostrado ser más efectivo para hacer lobby en Washington que para organizar la resistencia o para conseguir respaldo en Irak.

Todo ello hace que muchos analistas se inclinen a pensar que la mejor opción para que los norteamericanos saquen a su enemigo del poder es mediante una rebelión militar, y para ello tienen en la baraja al general retirado Naguib Salihi, un líder carismático que dejó el país en 1995 pero ha mostrado poco interés en asumir un papel en un eventual Irak posSaddam.

Eso deja muchas más preguntas que respuestas acerca del futuro de Irak. Porque aunque no saben muy bien cómo, lo único que parece seguro es que Bush y sus asesores heredados de su padre tienen ya claro que sacarán a Saddam del poder cueste lo que cueste.