Home

Mundo

Artículo

terrorismo

Perder a Afganistán

Un año después de la campaña aliada Kabul enfrenta una crisis de gobernabilidad similar a la que llevó a los Talibán al poder hace 10 años.

23 de noviembre de 2002

Desde hace varios meses el saldo de la guerra contra Al Qaeda en Afganistán dejó de favorecer a los aliados. La semana pasada el propio general Richard B. Myers, jefe del estado mayor conjunto, reconoció que la táctica militar está fallando porque los efectivos del grupo terrorista han sabido adaptarse con mayor rapidez a las tácticas de sus soldados que estos últimos a la de ellos. Un reciente informe de la CIA sobre la falta de seguridad en las provincias también confirma el parecer de Myers. En efecto, todo indica que Afganistán, un país mal que bien pacificado por el represivo régimen Talibán, volvió a convertirse en un reino feudal de señores de la guerra: informes de organismos internacionales y ONG hablan de bandoleros que aterrorizan a los viajeros, clanes enemigos que se enfrentan, destruyendo aldeas y violando mujeres, fundamentalistas que incendian escuelas de niñas y líderes tribales que desafían los edictos del gobierno central.

Así mismo, en junio de este año un vicepresidente del gobierno provisional afgano fue asesinado. Un mes después un carro bomba estuvo a punto de estallar en Kabul y varios tiroteos entre la policía y sospechosos de pertenecer a Al Qaeda se presentaron, ya no en cuevas alejadas sino en varios centros urbanos. Por último el presidente provisional, Hamid Karzai, fue objeto de un atentado y decidió cambiar a sus guardaespaldas por soldados estadounidenses. Todo ello ha alimentado la sensación de que el poder del presidente no llega más lejos del palacio gubernamental.

A este desolador panorama político se le suma una recrudecida crisis humanitaria. Así, a pesar de que en el discurso del estado de la Unión el presidente estadounidense George W. Bush hablaba de haber "salvado a un pueblo de la inanición", Médicos sin Fronteras señaló que la crisis alimenticia en el norte de Afganistán había alcanzado proporciones escandalosas, la rata de mortalidad había subido en 50 por ciento y el número de muertes por día era el doble de antes de que empezara el bombardeo.

Esta situación es en buena medida producto de la estrategia estadounidense de cambiar al gobierno de los Talibán por el de la Alianza Norte para luego acabar con Al Qaeda. Para ello era necesario apoyar a jefes de milicias cuya única virtud era ser enemigos del Talibán. A cada uno le entregaron 100.000 dólares, camiones repletos de armas y asesoría militar. Un informe de Human Rigths Watch del 5 de noviembre alertaba sobre los macabros efectos que este apoyo ha generado en Herat, donde Ismail Khan, el gobernante local, viola a su antojo los más elementales derechos humanos. El informe habla de arrestos arbitrarios, intimidación, extorsión, violación de los derechos de expresión y asociación y torturas con latigazos y choques eléctricos.

El poder de éste y otros caciques locales es tan desbordado que Hamid Karzai no ha podido hacer nada al respecto. Así, recientemente intentó lanzar una campaña contra la corrupción en las provincias que no tuvo ningún éxito. Su situación de gobernante títere no lo ayuda pues tiene que pelear justamente con los que lo sostienen en el poder.

El problema en Afganistán se ha vuelto tan delicado que, según reveló el diario The Washington Post, el Pentágono discute un cambio en las prioridades estratégicas. Hasta ahora el gobierno estadounidense gasta 30 veces más dinero persiguiendo a Al Qaeda en cuevas y poblaciones rurales que en reconstruir un país y una sociedad destrozados por la guerra. Varios oficiales proponen que esa situación sea revertida. Esta estrategia buscaría reducir el apoyo popular local de Al Qaeda entre poblaciones que hasta ahora sólo han sufrido con la llegada de las tropas aliadas. No obstante la iniciativa tiene detractores. Ivo H. Daaler, miembro del Brookings Institution, dijo en un comunicado que dudaba que Estados Unidos comprometiera tropas para acabar con el problema de seguridad fundamental "que no es más que un efecto secundario de la forma como luchamos, armando a los señores de la guerra".

En todo caso los paralelos históricos de la situación actual de caos e inseguridad y la que existía antes del ascenso de los Talibán, entonces apoyados por Estados Unidos para hacer contrapeso a la Unión Soviética, son evidentes. Pero parece que Estados Unidos sigue condenado a repetir los errores del pasado y la prueba es que, a pesar de que el experimento de cambio de gobierno en Afganistán va por tan mal camino, ahora no se habla más que del plan de "cambio de gobierno" en Irak.

"ALL OUR HOPES ARE CRUSHED: Violence and Repression in Western Afghanistan" (Human Rights Watch)