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Polillas teledirigidas

Domesticar insectos parece una locura. Pero hay científicos que lo están haciendo y prometen grandes beneficios para el ser humano.

10 de abril de 2000

Los insectos distan mucho de ser tan valiosos como los perros o los caballos. Aunque pueden realizar proezas admirables de habilidad y fortaleza la escala en la que operan es tan pequeña que ha carecido tradicionalmente de interés para los seres humanos. Con raras excepciones, como las abejas y los gusanos de seda, el mundo de los insectos ha sido una fuente de plagas más bien que de mascotas o de animales de labor.

Sin embargo en esta era de miniaturización algunos investigadores se están preguntando si no podrán domesticarse otros tipos de insectos para colocarlos al servicio de los seres humanos. Uno de dichos científicos es John Hildebrand, neurobiólogo de la Universidad de Arizona. Como parte de un proyecto manejado por la Agencia de Proyectos Avanzados de Investigación de Defensa de Estados Unidos (APAID) él y sus colegas han estado trabajando con polillas gigantes para crear ‘biobots’, es decir animales que puedan ser controlados electrónicamente. Ya diseñaron un receptor/transmisor de radio lo suficientemente pequeño como para colocárselo a una polilla sin afectar su capacidad de vuelo. La siguiente etapa consiste en añadirle un aditamento que permita decirle a la polilla hacia dónde ir.

Aunque las polillas no son particularmente inteligentes el doctor Hildebrand piensa que pueden ser conducidas en forma similar a un burro atraído por una zanahoria colgada frente a su cabeza. La ‘zanahoria’ para las polillas sería una feromona sexual: una mezcla de químicos que las polillas hembras segregan para atraer a los machos. Es una sustancia potente. La investigación ha mostrado que unas cuantas moléculas bastan para atraer a un macho a kilómetros de distancia.

Una de las ideas del equipo de investigadores consiste en equipar a las polillas macho con diminutos dispensadores de feromonas controlados por radio. Los sensores de feromonas de las polillas son las antenas. Gracias a ellas un animal puede determinar de dónde proceden las feromonas. Cada antena recibe una señal y, combinando las sensaciones de ambas antenas, la polilla define una dirección de procedencia, exactamente del mismo modo que nuestros dos oídos nos permiten detectar la dirección de la cual nos llega un sonido. Los sentidos de una polilla pueden ser engañados suministrándoles a las antenas feromonas que indiquen una dirección determinada por el conductor humano.

Sin embargo esta es una aproximación demasiado burda y el doctor Hildebrand piensa que puede ser más sutil. El ha pasado buena parte de su carrera estudiando la manera en que el sistema nervioso de las polillas responde a las feromonas y considera que ya sabe lo suficiente como para dirigir al animal operando sobre su sistema nervioso en lugar de tener que suministrarle feromonas. Su idea consiste en conectar electrodos diminutos sobre los nervios de las polillas con el fin de estimularlos en la forma adecuada. La polilla se convertiría así en un auténtico ‘biobot’ radiocontrolado.

Sería una interesante demostración del poder que puede ejercer la humanidad sobre la naturaleza, pero ¿no sería más interesante que condujera a alguna aplicación útil? Brian Smith y sus colegas de la Universidad del Estado de Ohio mostraron recientemente que a las polillas se les puede aplicar un experimento como el que Pavlov realizó con perros. Los canes aprendieron a salivar cada vez que escuchaban sonar una campana. Las polillas aprendieron a sacar sus lenguas en respuesta a la presencia de un químico denominado cyclohexanona.

La utilidad del truco aprendido por las polillas —y la razón por la cual el APAID se interesa en el tema— radica en que la cyclohexanona es un componente muy volátil del TNT, un explosivo frecuentemente utilizado en la fabricación de minas terrestres. Si se suelta un grupo de polillas sobre un campo minado y se observa en dónde sacan la lengua se pueden localizar las minas sin poner en peligro la vida de personas ni arriesgar costosa maquinaria de detección.

El problema está en la dificultad de ver a una polilla sacando la lengua a varios centenares de metros de distancia. Sin embargo el doctor Smith ha logrado encontrar la solución: es capaz de saber cuándo una polilla está succionando una fruta colocándole un diminuto alambre en el músculo que controla el movimiento de la lengua. El alambre transmite una señal mediante uno de los radios diseñados por el doctor Hildebrand.

Si las polillas buscaminas pasan exitosamente las pruebas y resultan trabajando satisfactoriamente podrían convertirse en el comienzo de una nueva industria. Por otra parte, el ritmo de miniaturización de las cámaras de video ya ha alcanzado un punto tal que pronto estarán disponibles aparatos lo suficientemente pequeños como para ser cargados por un insecto. Nos acercamos a una nueva era en el espionaje militar.