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RAMBO NO TIENE AMIGOS

Salvo Italia, todos los aliados europeos de Reagan lo dejan solo frente a Khadafi.

17 de febrero de 1986

Europa meridional y el Mediterráneo en particular se han convertido en teatro de enfrentamientos de una guerra que tiene su epicentro más al sur: en el Medio Oriente.
Aun después de los últimos atentados de Roma y Viena el pasado 27 de diciembre, la Organización por la Liberación de Palestina de Yasser Arafat niega cualquier relación con ellos; es más, los condena. En efecto, su primera víctima es la política de Arafat de llegar a una solución negociada del problema palestino. De hecho el único palestino sobreviviente del ataque en el aeropuerto de Fiumicino en Roma, Mohammed Sharam, declaró al juez italiano que lo interrogó que desde que vivía en los campos de prófugos de Chatila, en la periferia de Beirut, combatió contra Arafat y su organización .
Con las primeras reivindicaciones del grupo terrorista de Abu Nidal, el hombre que la OLP ha condenado a muerte desde 1974, entra en juego el coronel libio Muammar Khadafi, el cual definió los atentados de Roma y Viena, según la agencia de prensa libia Jana, como una "acción heroica".
Israel, a través del primer ministro laborista Shimon Peres y del ministro de Relaciones Exteriores Itzjak Shamir, no es como de costumbre muy sutil: "Entre Abu Nidal y Arafat no hay ninguna diferencia", dicen, "castigaremos tanto la OLP como a Libia, que es un Estado que se ha convertido en la central operativa del terrorismo internacional". Pero existía la sensación de que una nueva represalia por parte de Israel tremendamente eficaz y sangrienta como la del primero de septiembre contra el cuartel general de la OLP en Túnez, sería, al menos por el momento, frenada por Washington. Sin embargo, las declaraciones de Khadafi (aunque luego corregidas por él mismo: "Acciones como las del aeropuerto de Fiumicino en Roma, las condeno si son realizadas por un Estado independiente, pero el caso es distinto para un movimiento de liberación porque quien lucha por su propia libertad, tiene derecho a usar cualquier medio a su alcance") llevaron a que Reagan retomara sus ataques contra Libia y su jefe definiéndolo "un paria de la comunidad mundial". Un senador norteamericano llegaba al extremo de pedir que el coronel Khadafi fuera asesinado, y lo apoyaba nada menos que el consejero del Primer Ministro israelí en materia de terrorismo, el general Gideon Mahanaimi: "El mejor modo de combatir el terrorismo es asesinando a los jefes", declaraba a radio Jerusalén.
Crecía, pues, la sicosis antiLibia mientras los buques de la VI Flota norteamericana en el Mediterráneo dejaban sus bases en Italia, Grecia y Turquía para dirigirse hacia las costas africanas, hacia el golfo de Sirte, teatro ya en años pasados de peligrosísimos incidentes entre Estados Unidos y Libia. Se decía también que las bases de la OTAN en Sicilia, al sur de Italia (el punto más vecino y expuesto a Libia) estuvieron en estado de alerta. Ahora eran Reagan y Estados Unidos los que presionaban por una represalia, mientras Israel, que ya recogía los frutos políticos de una campaña internacional contra Arafat (su verdadera obsesión), parecía vacilar. Shimon Peres, primer ministro de Israel, llegó a declarar que no era "el policía del Mediterráneo por cuenta de otros".
Reagan en ese momento se encontró en dificultades. La respuesta militar pierde cualquier eficacia si no es inmediata, y por otra parte en el interior de la administración norteamericana las posiciones estaban divididas. El secretario de Estado, George Shultz, exigia el empleo de la fuerza, mientras que Caspar Weinberger, ministro de Defensa, era contrario al "uso político de la fuerza".
De tales contradicciones surgieron las sanciones económicas. Pero tampoco ahí corrió Reagan con mucha suerte. Tres de las cuatro compañías estadounidenses que desafiaron el embargo de 1980 y siguieron trabajando en Libia, anunciaron esta vez su retiro, aunque surgen fuertes dudas acerca de su cumplimiento práctico. (Parece, en efecto, que ya han transferido la mayor parte de las acciones a las compañías filiales locales). Y en lo que toca a los aliados europeos de los EE.UU. y a los países árabes moderados, la acogida ha sido bastante negativa: un coro de noes (con la única excepción de Italia), que van desde Austria hasta la fiel Alemania Federal. El canciller Helmut Kohl, dijo que se deben cuidar primero que todo los intereses de Bonn en Libia, y dichos intereses no son pocos, ya que Alemania es el segundo socio comercial de Libia después de Italia. También Francia se unió al coro de noes ("no está interesada en el problema"), así como la superreaganiana señora Thatcher ("dudo de que las sanciones económicas tengan eficacia"). Desde España hasta Irlanda, y desde Portugal hasta Grecia (país que ya ha pagado un precio muy alto por sus posturas antinorteamericanas, perdiendo al menos entre 40 y 50 mil turistas norteamericanos que anularon sus vacaciones en ese país en 1985), desde los Países Bajos hasta Turquía (este último musulmán, pero hiperdependiente de la ayuda norteamericana), todos sus aliados dejaron solo al presidente Reagan.
Esta vez la única excepción sorprendente fue precisamente la de Italia, cuyo gobierno Craxi-Andreotti (socialista y democristiano) supo manejar la crisis del crucero Achille Lauro y la subsiguiente tensión con Estados Unidos -la más fuerte de la postguerra. Ahora, en cambio, ha sido el único país europeo que aceptó las sanciones, aunque lo hizo "a la italiana": ni si ni no. Como dicen en chiste los italianos fue ni. A pesar de que Libia es el primer socio comercial de Italia y más de 15 mil italianos trabajan allá; a pesar de que el coronel Khadafi posea el 15% de las acciones de la Fiat, la primera empresa italiana; a pesar de que Giulio Andreotti, ministro de Relaciones Exteriores, sea persona de confianza en Trípoli, donde ha estado en diversas ocasiones aun cuando era prácticamente el único que "osaba" tanto; a pesar de todo eso, el gobierno italiano ha decidido congelar el envío de armas de todo tipo y "estudiar" otras medidas. Y aunque éstas no se tomen, se trata de todos modos de una señal política importante en un momento en que los países tradicionalmente más pro norteamericanos, como Alemania y Gran Bretaña, decian no a las sanciones contra "el loco de Trípoli".
Por qué Italia ha llegado a este cambio en su línea de política exterior, no es fácil de dilucidar. Han pesado seguramente las divisiones internas del gobierno, con un eje filopalestino dirigido por el ministro de Relaciones Exteriores, Andreotti, y otro eje filo-israelí, encabezado por el ministro de Defensa, Giovanni Spadolini.
Ha pesado también el hecho de que en el caso de la nave Achille Lauro, el jefe palestino Abu Abbas, haya sido tratado por el gobierno italiano como mediador en la solución del caso y como tal salvado del rapto que los norteamericanos le organizaron como
responsable del secuestro de la nave. Ahora pesa más bien el eje Craxi-Spadolini, que automáticamente aisla a Giulio Adreotti y se traduce en la adopción de sanciones sobre la venta de armas a Libia. Un reconocimiento de todos modos político de la responsabilidad de Libia en el terrorismo internacional.
Por otra parte, la disposición limita también el ingreso a Italia de extranjeros procedentes de las "zonas calientes" de América Latina y el Medio Oriente, los países llamados de "alto riesgo". Una norma con fuertes tendencias xenofóbicas y racistas.
Los árabes, tanto los radicales como los moderados, se han pronunciado contra las sanciones, encontrando casi que por encanto una unidad en torno del odiado Khadafi. La lógica es muy simple: tratar de no empujar completamente al coronel Khadafi en manos de la Unión Sovietica, de quien ya es aliado, pero un aliado poco dócil y para nada maleable.
Por eso la posición de Reagan resulta, además de miope, muy peligrosa. El verdadero temor de los Estados Unidos es que los rusos y los mismos europeos corran a llenar los vacios dejados por los norteamericanos en Libia sin lograr estrangular la economía de Khadafi.
Los europeos se presentan de todos modos poco unidos, aunque el próximo 21 de enero los "doce" de la Comunidad Económica Europea se reunirán en Holanda para discutir acerca del caso. Por ahora quienes más provecho sacan de la política de Reagan y la pasividad europea son los soviéticos, que obtienen relaciones más estrechas con Libia, y también Israel que prepara en silencio su represalia y acumula argumentos propagandisticos contra Khadafi, convertido en el gran titiritero de la "subversión internacional".
Quienes en cambio están cada vez peor son los palestinos. Solos, aislados y desesperados. Un cuadro internacional complejo, que lleva a la fácil previsión que el terrorismo, tanto de los individuos como de los Estados, seguirá avanzando en forma cada vez más sangrienta y bárbara.