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Los ataques de la fuerza aérea israelí, que ya destruyeron buena parte de Beirut y otras ciudades libanesas, se extendieron la semana pasada sobre la costera Tiro

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Sin solución a la vista

El fracaso de la diplomacia en la guerra de Oriente Medio sugiere que existen intereses geoestratégicos en la zona que no permitirán firmar la paz a corto plazo.

29 de julio de 2006

La conferencia de Roma no logró detener el drama humanitario. En la Ciudad Eterna se reunieron cancilleres de15 países para buscarle una solución al conflicto en Oriente Medio, pero lo único que dejó claro fue la incapacidad de la comunidad internacional para detener una guerra que después de tres semanas ha dejado más de 50 muertos en Israel y unos 450 en Líbano. Los europeos esperaban que de la reunión saliera un acuerdo para llamar a un cese del fuego inmediato, pero la posición de Estados Unidos, representado por la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, lo impidió. Para Washington, el cese del fuego sólo se justificaría cuando se den las condiciones para una "paz sostenible". Lo cual se basa en que para Israel sería una derrota detener su ofensiva sin haber acabado con el grupo Hezbolá.

El fracaso del 'circo romano', como muchos llamaron la reunión del miércoles, se sumó a otras iniciativas diplomáticas que por ahora parecen inviables. Dentro de estas, la más importante fue la de desplegar una fuerza internacional de intervención. Se habló de que tropas de la Otan o de los Cascos Azules de la ONU podrían desplegarse en el sur de Líbano para controlar a Hezbolá y ayudar al Ejército regular de ese país a tomar el control.

En principio, esta alternativa fue vista con optimismo e incluso fue bien recibida, en un cambio histórico de actitud, por el gobierno del primer ministro israelí, Ehud Olmert, pero perdió fuerza con el paso de los días. Y es que una fuerza extranjera tendría que asegurarle a Olmert que Hezbolá no lance cohetes sobre suelo judío y se deshaga de su aparato militar. Lo primero se podría concretar, pero lo segundo es casi imposible, ya que para ello habría que contar con la voluntad de ese grupo, que sigue con una gran capacidad de fuego.

Por eso esta propuesta no tiene futuro, por lo menos en las condiciones actuales. Para el Estado judío, una intervención internacional sería aceptable sólo cuando Hezbolá ya estuviera suficientemente debilitado y existiera una zona de seguridad que según fuentes militares sería de unos 49 kilómetros contados desde la frontera israelí. De ahí que la actitud de Rice en Roma fue interpretada como una jugada a favor de Israel. "El argumento que usó Rice en contra del cese del fuego inmediato es un acto de deshonestidad diplomática. Estados Unidos quiere proporcionarle tiempo a Israel para que éste intente noquear a Hezbolá", explicó en charla con SEMANA John Robertson, profesor de historia de Oriente Medio de la Universidad Central de Michigan.

Pero una cosa parece clara: los militares israelíes, en sus incursiones iniciales en el terreno, se han dado cuenta de que derrotar a Hezbolá va a ser una tarea difícil y costosa (en vidas y en dinero) para Israel. Sus bombardeos aéreos pueden menguar hasta cierto punto a la milicia, pero es un hecho que la destrucción total de su capacidad de ataque y el establecimiento de esta zona de seguridad sólo son posibles con una ofensiva terrestre. La posible degradación del conflicto a una guerra de guerrillas de larga duración y de la que difícilmente saldría vencedor es una posibilidad que el alto mando de Israel tiene que calcular con mucho cuidado.

Mientras el secretario general de la ONU, Koffi Annan; la Unión Europea, y los países del mundo musulmán se rasgaban las vestiduras por la falta de consenso, la guerra continuó con su inexorable destrucción. Aparte de las imágenes habituales de ciudades siendo devastadas en Líbano y de los misiles Katiusha de Hezbolá cayendo sobre la población israelí, el martes, la muerte -accidental según Israel y deliberada según Annan- de cuatro soldados de la ONU por un ataque israelí en el sur del Líbano, dejó en evidencia que nadie está a salvo en la región y que Israel está lejos de poder mantener al margen a la población inocente.

Lo que la opinión pública mundial se pregunta es por qué ninguna de las propuestas diplomáticas que están sobre la mesa ha sido aceptada hasta el momento. En este punto se podrían dar básicamente tres respuestas. Una, la posición de Israel, de que sólo se detendrá cuando Hezbolá esté fuera de combate. Otra, la de quienes piensan que nada va a cambiar mientras no haya transformaciones profundas en el área. Eugene Bird, director del Consejo de Interés Nacional de Estados Unidos, que monitorea la política de ese país en Oriente Medio, afirmó a SEMANA que "la paz de la región depende de que Israel se retire de los territorios que aún ocupa en Líbano, los Altos del Golán (en Siria) y la totalidad de Cisjordania".

Y la tercera, tal vez la más preocupante, sería que más allá de la problemática local con Hamás en la franja de Gaza y Hezbolá en Líbano, la dinámica de Oriente Medio está determinada en realidad por los intereses estratégicos, a veces contrapuestos, de los principales actores del conflicto.

El ajedrez geopolítico

Desde cuando se inició la guerra en Líbano, con el secuestro de dos soldados israelíes y la muerte de otros tres después de la incursión de Hezbolá en suelo hebreo, se habló del papel que Siria y, sobre todo, Irán juegan en este asunto. Muchos afirman que la acción del grupo chiíta libanés fue ordenada desde Teherán, gobierno del que se dice que lo patrocina y financia con unos 100 millones de dólares anuales y el abastecimiento de armas que llegan al Líbano a través de Damasco.

El presidente iraní, Mahmoud Ahmadineyad, lo niega y dice que el apoyo es sólo moral. Pero los gobiernos de Israel y Estados Unidos no le creen. Se basan en los lazos históricos que unen a Hezbolá con la Guardia Revolucionaria Iraní, en que Ahmadineyad ha hecho pública su aspiración de "borrar a Israel del mapa" y en su intención de posicionar a Irán como el país hegemónico del mundo musulmán. "La militancia iraní no sólo tiene que ver con su soberanía y su integridad territorial. Irán está buscando rescatar la influencia de la historia persa y chiíta en la región", afirmó a esta revista el politólogo y experto en historia del Oriente Medio Kenneth Stein.

En ese sentido, una teoría sostiene que Irán está combatiendo a Israel mediante Hezbolá para ganar credibilidad y prestigio en el mundo musulmán, algo indispensable para su proyecto de supremacía chiíta. Muchos creen que Tel Aviv y Washington no están en capacidad de abrir un nuevo frente en Irán, país que tiene unas poderosas fuerzas armadas, una fuerte motivación nacionalista y gran peso simbólico, por haber sido cuna de la revolución islámica en 1978. Irán lograría, de paso, contrarrestar la presión que ha venido recibiendo en el Consejo de Seguridad de la ONU para que desmonte su programa nuclear, donde ha contado con el apoyo de China y Rusia, que han ejercido el poder de veto contra los intentos de imponer sanciones.

Pero Estados Unidos, que está empantanado en su campaña de Irak, no está interesado en que su principal opositor en Oriente Medio tenga armas atómicas, con lo que nivelaría la situación con Israel, el único país que las posee en el área. Precisamente cuando Estados Unidos esperaba que la cumbre de los siete países más desarrollados del mundo y Rusia (G8), que se llevó a cabo en Moscú, arrojara sanciones contra Irán, se produjo el ataque de Hezbolá que cambió la agenda del encuentro y dejó en segundo plano el asunto iraní.

Para otros, que Hezbolá reciba apoyo de Irán no significa que esté bajo sus órdenes. La suposición de que presionando a Teherán se podría neutralizar a Hezbolá ha sido criticada por quienes piensan que se está sobrevalorando la influencia iraní sobre el grupo libanés. "Los iraníes les dan armas y apoyo político a los grupos que representan sus intereses. Estos están dispuestos a aceptar dinero y apoyo, pero no control. Algo similar ocurre entre Israel y Estados Unidos: nosotros les damos armas, dinero y respaldo político, pero no controlamos lo que ellos hacen", le dijo a SEMANA el ex embajador y jefe de la misión diplomática en Irak, Edward L. Peck.

Siria, por su lado, estaría buscando volver a ser influyente en Líbano, país que reclama como suyo y al cual ocupó en 1976 para detener la guerra civil. Sus tropas salieron de ese país a regañadientes en 2005 por la presión popular tras la muerte del ex primer ministro libanés, Rafic Hariri, asesinado, según se sospecha, por orden de Damasco.

El presidente libanés prosirio, Emile Lahoud, se vio aislado, y la llamada 'revolución del cedro' culminó con la elección de un Parlamento mayoritariamente antisirio.

Esa coincidencia de intereses ha creado una extraña alianza entre dos países tan diferentes como Siria e Irán. Esa alianza se ratificó justo después del secuestro perpetrado por Hezbolá, cuando el Ministro de Exteriores iraní visitó Damasco. Siria, país que se sintió especialmente vulnerable después de la invasión de Estados Unidos a Irak en 2003 recibiría la protección militar de Irán, y a cambio, sirve de puente para abastecer a Hezbolá.

La semana pasada, el diario británico The Guardian afirmó que en Estados Unidos los conservadores han sugerido que el presidente George W. Bush rompa el eje Teherán-Damasco. Y que para ello debería asegurarle al presidente sirio, Bashar al Assad, que no sólo no lo convertirá en el siguiente Irak, sino que le devolverá el peso que reclama en Oriente Medio. Esto, a cambio de cortar lazos con Irán y expulsar a los miembros que hoy alberga de la cúpula de los grupos terroristas palestinos Hamás y Yihad Islámica.

Sin embargo, desconectar a Siria de Irán no sería fácil. La alianza entre un país secular y de mayoría sunita como Siria y otro teocrático y chiíta como Irán; y coaliciones que en condiciones normales parecerían disparatadas como la de Hezbolá (chiíta) con Hamás (sunita), hacen pensar que un nuevo fenómeno se está gestando en el Oriente Medio: que las diferencias dentro del mundo musulmán se borran cuando de combatir al enemigo común se trata. La declaración del jueves del número dos de Al Qaeda, Ayman al-Zawahiri, en la que dijo que su organización no se quedaría de brazos cruzados ante lo que está ocurriendo en Palestina y Líbano, más allá de que se traduzca en ataques por parte de la red terrorista sunita, parece indicar que, en efecto, prima una especie de solidaridad entre los sectores islamistas más radicales.

Y esto no sólo preocupa a Washington y a Tel Aviv, sino también a Arabia Saudita, Jordania y Egipto, países que criticaron la acción de Hezbolá y que son aliados clave de Estados Unidos en Oriente Medio. Estos países sunitas ya estaban preocupados con la creciente influencia chiíta de Irán, pero podrían quedar aun más aislados de ser cierto que las facciones más radicales del islamismo están conformando un frente común contra Estados Unidos e Israel.

Todas estas variantes dentro de la crisis no se pueden pasar por alto en una región que posee las mayores reservas probadas de petróleo del mundo. Este tema trasnocha a las principales potencias del mundo en un momento en que se avecina la tan anunciada crisis mundial y los precios han alcanzado topes históricos. Oriente Medio, como se sabe desde hace tiempo, es un tablero de ajedrez en el que las grandes potencias hacen sus jugadas sin tener en cuenta los intereses de la región. En esta guerra nadie está dispuesto a declarar tablas, mientras la muerte y la desolación siguen su avance.