Home

Mundo

Artículo

En la Plaza de la Revolución, en La Habana, Hugo Chávez, Fidel Castro y Evo Morales oficializaron la entrada de Bolivia a la Alternativa Bolivariana de las Américas. Fue un triunfo de Chávez hacia su propio proyecto de integración. Dos dias más tarde, Morales nacionalizó el gas boliviano con el apoyo de su colega venezolano

continente

Todos contra todos

Los procesos de integración de América Latina y las elecciones de varios países están en ebullición. Y el presidente venezolano Hugo Chávez parece estar detrás de todo.

6 de mayo de 2006

El lunes pasado, en medio de las celebraciones del día de los trabajadores, el presidente Evo Morales anunció en el campo gasífero de San Alberto, Tarija, al sur de La Paz, que el recurso más valioso del país regresaría a sus verdaderos dueños, los ciudadanos del país más pobre de la América Hispana. La nacionalización del gas boliviano estaba cantada, pues Morales lo había gritado a los cuatro vientos en su campaña. Pero eran tan pocos los que creían que iba a materializarla, que la pregunta más generalizada era hasta cuándo sus impacientes electores indígenas iban a esperarlo por una promesa tan difícil de cumplir. No contaban con la influencia de Hugo Chávez.

Aunque Morales lo niega, la influencia del Presidente venezolano pareció quedar demostrada cuando, el miércoles, viajó sorpresivamente a Bolivia para respaldar el decreto nacionalizador y, de paso, anunciar la entrada de la poderosa petrolera estatal Pdvsa a Bolivia, con una alianza estratégica. El Presidente indígena, muy al estilo del comandante venezolano, escogió cuidadosamente el momento para tener un mayor impacto mediático, precisamente al completar 100 días en el poder. Sus palabras fueron duras: "Se acabó el saqueo de nuestros recursos naturales por empresas extranjeras", dijo. Y para mayor simbolismo, añadió: "Queremos pedirles a las Fuerzas Armadas a partir de este momento tomar el control de los campos petrolíferos en toda Bolivia con los batallones de ingenieros que hemos entrenado al efecto".

A pesar de su puesta en escena, la nacionalización decretada por Morales no es una medida radical. Lejos de comprender la confiscación de las empresas, está dirigida a que el Estado boliviano se haga cargo del 51 por ciento de las acciones de las operaciones relacionadas con la explotación y el transporte del gas. Las compañías que operan en el país, entre ellas la hispano-argentina Repsol-YPF, British Gas, British Petroleum, la francesa Total y la brasileña Petrobras, tendrán seis meses para renegociar sus contratos o salir del país.

La más afectada en términos económicos es Repsol, pues sus reservas bolivianas son el 18 por ciento de su total, pero el impacto político se sintió con especial dureza en Brasil. No sólo porque la industria del área de Sao Paulo depende casi exclusivamente del gas boliviano, sino por las implicaciones políticas del hecho. Como dijo a SEMANA el analista peruano Alfo Panfichi, "Brasil siempre miró a Bolivia como un área de influencia estratégica o como un hermano menor que proveía gas, y se sentía bastante seguro de esa relación".

La crisis de la nacionalización condujo el jueves a una apresurada reunión en la ciudad argentina de Puerto Iguazú, entre Morales y los presidentes Néstor Kirchner, de Argentina, y Luiz Inacio Lula da Silva, de Brasil, a la que también, en forma muy diciente, asistió Chávez. De allí salió un acuerdo para garantizar el suministro de gas boliviano a Argentina y Brasil, resolver los conflictos en diálogos bilaterales, avanzar en el proyecto del gasoducto del sur, mejorar el Mercosur e invertir en Bolivia. Pero no quedó duda, detrás de los abrazos y las sonrisas, de que Latinoamérica está siendo atravesada por un terremoto político que podría causar un profundo reacomodo de los polos de influencia. Todo ello mientras desde Washington, el gobierno de George W. Bush observa sin que todavía se le conozca una política clara al respecto.

Chávez detrás

Para nadie pasó inadvertido que la espectacular movida de Evo Morales se produjo dos días después de que se reunió en Cuba con Chávez y su colega cubano Fidel Castro. En esa ocasión, el Presidente venezolano sumó a Bolivia a la Alternativa Bolivariana de las Américas, (Alba) una iniciativa dirigida a hacerle contrapeso al Alca, el proyecto estrella de Washington para el libre comercio del continente.

El tema no es menor, porque con la presencia de Bolivia, el Alba dio un paso hacia su consolidación como un eje de izquierda antinorteamericana. Si hasta ahora los expertos habían coincidido en su análisis sobre la existencia de dos izquierdas en América Latina, esas interpretaciones quedaron confirmadas. Chávez, con su aproximación radical, de autoridad centralizada y ausencia de balance de poderes, tiene a su lado a Castro, cuya presencia ya no es más que simbólica, y ahora añade a Morales a su equipo. Su intención es hacer contrapeso a la centro-izquierda de Lula, Kirchner, Michelle Bachelet, de Chile, y el presidente uruguayo Tabaré Vázquez, que tienen a la democracia representativa como modelo. Y la ola de desencuentros y discusiones que se viene dando en todo el continente juega a favor de su particular proyecto de integración basado en su visión 'bolivariana'.

Lo primero es el desbarajuste en la Comunidad Andina de Naciones, a la que tiene en jaque con su decisión de retirar a Venezuela ante la firma, por Colombia y Perú, de sendos tratados de libre comercio con Estados Unidos. Más allá de si su argumentación es válida o no, Chávez, como dijo a SEMANA el respetado analista argentino Rosendo Fraga, "ha elegido el momento para producir la crisis de la CAN, usándola políticamente para afianzar su liderazgo regional, en momentos en que la revista 'Time' lo incluye como el único latinoamericano entre las 100 personas más influyentes del mundo".

La crisis de la CAN fue seguida por la del Mercosur, el tratado de libre comercio del cono meridional. Este grupo, al que Venezuela está en proceso de integrarse, enfrenta el descontento de Uruguay y Paraguay, que sienten que son los parientes pobres en la fiesta de Argentina y Brasil. Según el diario argentino La Nación, Lula y Kirchner le reclamaron a Chávez, en una reunión celebrada en Sao Paulo, por su apoyo a la 'rebelión' de esos dos países. Ese proceso hacia una unión aduanera se ve amenazado también por el rechazo de Argentina a un proyecto uruguayo de construir unas fábricas papeleras en las márgenes del fronterizo río Uruguay, que según Montevideo, contaminaría esa corriente fluvial. Y por el interés mostrado por Vázquez de explorar un tratado de libre comercio con Estados Unidos lo que, para Chávez, es incompatible con la integración regional.

Los problemas de los grupos regionales tienen prácticamente desarticulado el proyecto, propiciado por Lula, de la Unión Suramericana de Naciones firmada en diciembre de 2004, que tuvo su primera cumbre de Presidentes a mediados del año pasado en Brasilia, pero que no ha avanzado hacia su institucionalización. "La estrategia de Brasil, dice Fraga, consistía en articularla con base en un acuerdo entre la CAN y el Mercosur, y se ha tornado inviable". Esto ha puesto de manifiesto que Chávez ha desplazado a Lula como líder regional, aunque, como afirma Fraga, este pueda ser un efecto transitorio.

Pero el camino de Chávez hacia el liderazgo continental, pavimentado de dólares petroleros, se está llenando de baches. Uno muy hondo fue el que se le atravesó en Perú, donde su abierto apoyo al candidato Ollanta Humala está resultando contraproducente. Chávez picó el anzuelo que le mandó hábilmente el candidato Alan García, quien lo llamó sinvergüenza por oponerse a que Perú y Colombia hagan negocios con Estados Unidos mientras Venezuela le vende millones de dólares en petróleo. La reacción del comandante fue tan virulenta, que el presidente Alejandro Toledo retiró su embajador en Caracas, lo que fue respondido en forma recíproca por Venezuela. Como dijo a SEMANA el congresista Víctor García Belaúnde, "los ataques verbales de Chávez pueden convertir a García en el próximo Presidente peruano". Un resultado que muchos analistas consideran muy negativo para las ambiciones de Chávez, pues Alan representa al Apra, un tradicional partido de centro-izquierda que combina muy bien con la postura moderada de Lula y sus afines.

Y cosas parecidas están pasándole en México, donde su apoyo al candidato izquierdista Andrés Manuel López Obrador, del Partido de la Revolución Democrática, comienza a quitarle un favoritismo que parecía insuperable. Algo semejante le pasa en Managua, donde el propio embajador de Estados Unidos, en un hecho insólito, llamó a las fuerzas políticas a unirse contra el candidato sandinista Daniel Ortega, quien tiene todo el apoyo de Chávez. Para nada ayudaron las palabras que éste le dirigió en La Habana en la reunión con Castro y Morales, cuando le dijo que lo esperaban como Presidente de Nicaragua.

Como un espectador interesado, Washington mira los toros desde la barrera. Para algunos, como el peruano Panfichi, los esfuerzos hegemónicos de Chávez, potenciados por su enorme chequera, llevarán a que Estados Unidos le dé aun más importancia a su alianza con Colombia y comience a coquetear abiertamente con antiguos adversarios, como Lula y Kirchner. Pero, como dijo a SEMANA Michael Shifter, de la ONG Diálogo Interamericano, "el gobierno de George W. Bush no tiene una política definida para reconquistar la influencia que ha perdido ante la proliferación de gobiernos de izquierda en América Latina. Se limita a avanzar en tratados bilaterales de libre comercio, pero creo que está disfrutando en forma perversa de las pugnas".

Una sola cosa está clara en medio de tanto rifirrafe: al menos por ahora lo que parece demostrado es que los sueños de unión de América Latina están más lejos de lo que parecían hace apenas un par de años.