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Y se vino la extrema derecha europea

Ya no hay duda: los partidos políticos extremistas están en su cuarto de hora. Su resurgimiento en países como Alemania, Austria o Francia representa un reto para los movimientos progresistas, sobre todo para afrontar los flujos de nuevos migrantes.

22 de diciembre de 2017

El año 2017 resultó uno de los más fructíferos para la extrema derecha en europa. En casos muy concretos, también resultó una debacle para los partidos tradicionales quienes, en vez de reinventarse y atraer a nuevos votantes, vieron con sorpresa y envidia cómo la extrema derecha les quitó votos y simpatías.

Aunque los extremistas no lograron llegar a la presidencia de ningún país, obtuvieron resultados históricos y valiosos para sus colectividades y votantes. Los casos más dicientes se presentaron en Francia, Austria y Alemania. Si bien es poco probable que se active un “efecto dominó” que pueda alborotar los extremismos de otros países europeos, la carga simbólica sí tiene un peso que no se puede menospreciar: Europa sigue siendo vista como una región de bienestar, defensora de los derechos humanos y cerrada a los nacionalismos que incendiaron la mitad del mundo en el siglo XX. El éxito de estos partidos extremistas es una nube negra sobre esa imagen, la cual podría estar a punto de cambiar rotundamente.

Francia: el modelo FN

El Frente Nacional (FN) no tenía muchos seguidores en los años 90. Al menos no abiertamente. El fundador del partido, Jean Marie Le Pen, veterano de guerra, no logró cautivar los suficientes votos para ganar ninguna de las elecciones en las que participó. Su mejor resultado lo obtuvo en las elecciones de 2002, cuando logró un resultado histórico para su joven partido: pasar a la segunda ronda. La mayoría de los franceses que no querían votar en la primera ronda por Jacques Chirac, el otro candidato, pero que jamás votarían por Le Pen, se movilizaron en masa y el resultado fue contundente: Chirac ganó con el 82 por ciento de los votos, un resultado jamás repetido en la Quinta República francesa.

Pero Jean Marie representa el pasado del FN y Marine, su hija, el futuro. En las pasadas elecciones francesas, logró repetir la hazaña de su padre (al que ella misma echó de la presidencia del partido) y se enfrentó con el actual presidente Emmanuel Macron en segunda vuelta. Le Pen no ganó, pero obtuvo un resultado mucho mejor que el de su padre en 2002: 33,9 por ciento. O, para decirlo de otra forma más contundente: 10 millones de votos franceses, cuna de la Revolución y los Derechos del Hombre.

El caso francés evidencia la crisis de los partidos tradicionales: el Partido Socialista, totalmente desdibujado después de la presidencia de Francois Hollande, ni siquiera logró despegar en las encuestas, aplacado por el candidato de izquierda radical Jean-Luc Mélenchon. En la otra orilla, el Partido Republicano, perdió una gran mayoría de sus votos cuando se desató el escándalo del su candidato, François Fillon, acusado de haberle pagado sueldos altísimos a su esposa mientras fue parlamentario en la Asamblea Nacional.

La historia se repitió en las elecciones legislativas de 2017: el Partido Socialista obtuvo su peor resultado en décadas (31 sillas) al igual que los republicanos (100). El partido independiente de Macron, que no es “ni de izquierda ni de derecha” logró arrasar con 313 sillas. Una mayoría absoluta que le ha ayudado a pasar sus ambiciosas reformas.

Aunque el Frente Nacional obtuvo un pésimo resultado en las legislativas (sin la presidencia fue muy difícil conseguir el apoyo necesario), sigue siendo un modelo para otros partidos. El mejor ejemplo es el de los republicanos, partido conservador moderado que cada vez más se acerca peligrosamente a las ideas extremistas del FN: expulsión de migrantes, antieuropeísmo, militarismo.

Eso explica la elección de su nuevo líder: Laurent Wauquiez. Apodado como “el duro”, Wauquiez siempre ha generado ruido en el partido, pues defiende ideas muy cercanas al Frente Nacional. Claro: el partido está buscando desesperadamente recuperar todos los votantes que se fueron con Macron, quien no tiene ideas radicales pero sí muchas de derecha. Así, uno de los partidos más tradicionales de Francia buscará imitar un poco el estilo del FN para así no perder relevancia en el 2018, año sin grandes elecciones en el país galo.

Austria: cara joven, viejo nacionalismo

El país de europa occidental que tiene la presencia más fuerte de la ultraderecha en su gobierno es Austria. Este año, el joven Sebastian Kurz (31 años) ganó las elecciones generales y se convirtió en el canciller más joven de ese país. Sin embargo, no ganó las mayorías, por lo que para formar gobierno se alió con  Heinz-Christian Strache, del Partido Libertad, otro extremista.

La fuerte coalición propondrá viejas propuestas de los dos partidos: leyes migratorias mucho más fuertes, reducción de impuestos y recortes en los múltiples subsidios del Estado. Kurz trabajó fuertemente durante la campaña: cambió la imagen de su partido (desde su color tradicional hasta el tono del discurso) y aterrizó en uno de los cargos públicos más importantes de todo el país.

Pero el verdadero extremismos proviene del partido de Strache, que fue fundado por antiguos nazis y ha tenido casos de antisemitismo y xenofobia en sus filas. Gracias a la coalición, Strache trabajará mano a mano con Kurz pues será su vicecanciller. Pero no todas las ideas nacionalistas se tendrán en cuenta: Kurz fue enfático en decir que Austria seguirá siendo parte de la Unión Europea, lo que es una clara derrota para los nacionalistas, que claramente intentarán, en estos años en el gobierno, ahondar dichas ideas en el grueso de la población.

El caso de Austria podría funcionar como un buen termómetro de la situación en Europa. Ante la masiva falta de información verídica sobre las consecuencias o ventajas que trae recibir refugiados en suelo europeo, la mayoría de austriacos votaron por estos dos partidos para “recuperar lo que les pertenece”. Por eso, cuando Kurz y Strace juramentaron sus cargos la penúltima semana de diciembre, apenas una manifestación de 6.000 personas se hizo oír en el centro de Viena. Señal preocupante: cada vez se tolera más el ascenso de la extrema derecha en un país que vivió muchos de los terrores del nazismo.

Alemania: nacionalistas contra Merkel

Angela Merkel ganó su derecho a gobernar Alemania por cuarta vez consecutiva. Triunfó con relativa facilidad, pero dos hechos amargaron su resultado: al parlamento alemán llegaron los nacionalistas de derecha y muchos antiguos votantes de su partido no están contentos con su tratamiento del tema migrante.

El partido Alternativa para Alemania logró en septiembre un resultado para nada pequeño: 12,6 por ciento de la votación total.  Alexander Gauland y Alice Weidel son las caras más visibles del partido y seguramente serán unos de los protagonistas de los debates de la Bundestag (parlamento alemán) este 2018. No tienen temor de mostrar su islafobismo y sus posiciones críticas y nacionalistas frente a la Unión Europea.

La canciller Merkel sabe que la llegada de la Alternativa por Alemania al parlamento es todo un reto. Primero, porque le harán una fuerte oposición que lleva incluida una posible investigación que sus parlamentarios le quieren abrir por haber permitido la entrada de un millón de refugiados a Alemania. Segundo, porque el ascenso del partido extremista significa que su partido (la Unión Democrática Cristiana) ha perdido una cantidad significativa de votos, que el partido necesita recuperar en este mandato en el poder si no quiere vivir un destino parecido al del Partido Socialista o Republicano en Francia.