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Cortesía: Tristán Alumbra.

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Tristán Alumbra: un viaje por la incertidumbre

La agrupación Tristán Alumbra estrenó la semana pasada su segunda producción titulada ‘Faro’. En este disco, el trío dirigido por el santandereano Santiago Jiménez nos sumerge en las diferentes facetas de su particular sonoridad.

Juan Pablo Conto
22 de noviembre de 2017

Tristán Alumbra es música fotosintética, dicen sus mismos integrantes. Un sonido que se mueve entre lo surreal, lo teatral, lo delicado y lo salvaje. Una creación que se alimenta de todo aquello que ilumina en el mundo. Una mezcla que junta el lenguaje del rock, la academia, la psicodelia y la poesía.

Además de Santiago Jiménez, Tristán Alumbra está conformada por el filósofo Carlos Ulloa en el bajo y el compositor Juan Manuel Jaramillo en la batería: un trío que hace unos años conformaba una agrupación de culto llamada Benjamín, aquel laboratorio de composición de donde brotó un rock progresivo, teatral y ruidoso, que incluso inspiró el nombre de Tristán Alumbra con una de sus canciones.

Esta entrega rompe un poco con esa dualidad entre la sonoridad cósmica y las distorsiones crudas y existenciales que se presenta en su anterior disco Trino Trueno. Con ella la banda expande su mirada hacia un espectro de colores mucho más amplio y sólido, compuesto por nuevos instrumentos acústicos como el tiple, la guitarra clásica o el clarinete. Esto sin dejar de lado la exploración con sintetizadores y unas percusiones basadas en la improvisación, que dieron como resultado sonoridades improbables en la base rítmica del disco.

A Faro lo componen siete temas en los que Tristán Alumbra explora un lenguaje abstracto que invoca lugares y emociones. El nombre del álbum funciona como antítesis de la deriva sonora y lírica que se plantea en la composición.

El disco no surgió de un espíritu desbocado de rápida creación, fue un proceso que tomó tiempo y avanzó a gatas para permitir que las ideas tomaran su propia forma y los oídos decantaran los nuevos horizontes sonoros que querían lograr. El resultado son paisajes amplios y vacíos que podemos habitar al escucharlo. Todo el material fue producido por Santiago Jiménez en su casa.

La idea de este álbum se gestó durante un viaje a Europa que hizo Jiménez. En sus caminatas por diversas ciudades de ese continente, el músico santandereano, quien también hace parte de la alineación de los corrosivos Animales Blancos, desarrolló una inmensa curiosidad por la arquitectura: “Me sorprendió ver esos edificios monumentales, imposibles de ignorar. Llevan ahí siglos, quietos y sólidos... concretos”, explica. Decidió entonces que su siguiente creación iba a ser como un edificio. Uno que además tendría como parte de su estructura la lectura que Santiago ha hecho de la nobel de literatura Wislawa Szymborska, del poeta romano Ovidio, del escritor Antonio Porchia y de su casi obsesión por David Lynch.

“Costa brava” se encarga de abrir el álbum: un tema melancólico, pausado y de cadencia interrumpida. Una canción donde el protagonista es un lugar al que se le atribuyen sentimientos, algo también presente en “Selva y pantera”. El segundo tema, también de tono calmo y nostálgico, aunque con un tinte más oscuro y ambiental, es “Danza sola”. Aquí los detalles sonoros funcionan como punzadas en el misterio de este diáfano experimento de bolero/guabina/bambuco. Un tema con un contenido armónico complejo que amenaza con desarmarse y diluirse continuamente.  

Esta cadencia delicada se rompe con la ya mencionada “Selva y pantera”: una canción agónica, de percusión fuerte y bajo marcado, que plantea un juego entre la armonía y el caos para hablar de “la confusión que nos genera los sentidos”, como dice Santiago. Y con esta ruptura sonora llega “Jethro”, un tema que, si bien se mantiene en la penumbra, alcanza por momentos una extraña euforia que nos invita a abrazar la tristeza que cargamos. Se trata además de una especie de ranchera que habla del cariño absoluto, total, maternal. “Escalera”, la canción que le sigue, es un rayo ilusionante que, con finas guitarras de fondo, plantea esa búsqueda por la sensualidad y el vicio. Es el tema más pop del álbum.

En la etapa final de Faro se encuentra “Necio”, que con un riff hermoso y “descuidado” en la guitarra se convierte en una suerte de resumen del viaje que ha propuesto el disco hasta el momento. Y para cerrar está “Cobija Josefina”, una canción que rompe con todo lo escuchado y que según Jiménez se convierte “en un flashback y una premonición: una remembranza de lo que fue Trino Trueno, al tiempo que marca lo que será el tercer disco ya en periodo de gestación”.

Faro es una exploración hasta los límites en el universo de la canción como voz transversal de la cultura musical latinoamericana. Una búsqueda en la que Tristán Alumbra renuncia a esa idea de  "contundencia" en su sentido más rockero, para buscarla dentro de  la diversidad de materiales y elementos que pueden llegar a coexistir en una misma creación musical. La deconstrucción que hace de rancheras, chacareras, valses, baladas y bambucos, permite a Tristán Alumbra comunicarse a través de una voz nueva que brota de un caos decantado y  que da como resultado un disco corto, firme y suficiente.