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| Foto: AFP

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Las armas que quedaron bajo llave para siempre

Lo que ocurrió este martes en La Elvira, Cauca, fue nada menos que el momento más esperado del proceso de paz. ¿Cómo lo vivieron los guerrilleros rasos? Lágrimas, euforia, alegría y nostalgia, todo un nudo de sentimientos que reflejan el comienzo de una nueva vida.

13 de junio de 2017

Dejar el arma para siempre, dice el comandante Nilson parado en la entrada de la zona veredal de La Elvira, en Cauca, es como mandar a un hijo lejos y renunciar a tener noticias de él. Y no es una exageración –insiste- mientras busca la mejor ubicación para ver la esperada entrada del presidente Juan Manuel Santos: “Es muy duro porque el fusil fue lo que nos salvó durante tantos años”.

Algunos de los guerrilleros que han recibido el certificado de dejación de armas mediante el protocolo de la ONU, han incluso dejado salir lágrimas. Nilson ha visto esas caras de inseguridad de los muchachos, ese gesto de incertidumbre cuando se deshacen del fusil o de ese supuesto hijo. “Pero esto no tiene marcha atrás, es el compromiso y lo estamos cumpliendo”, dice.

Hasta antes del martes, el mecanismo de monitoreo de las Naciones Unidas había contabilizado la recepción de unas 2.300 armas de las Farc. Después del acto al que finalmente no pudo asistir Santos debido a una niebla iracunda que no dejó aterrizar su helicóptero, la ONU tasó el número en 4.406. La cifra, que representa un consolidado nacional, significa un 60 % del total de todos los artefactos bélicos que poseía la guerrilla cuando se sentó con el Gobierno a negociar.

Este acto de dejación no se asemejó en nada al que los colombianos vieron cuando el M19 firmó la paz o cuando los paramilitares se desmovilizaron.  No se conoció una foto de un guerrillero poniendo un fusil encima de una mesa abarrotada de fierros ni una instantánea de un comandante envolviendo una pistola en la bandera de Colombia.

Esta vez las cámaras se quedaron a la espera de la imagen para ilustrar los libros de historia. “¿Y por qué no las muestran? ¿Por qué no vemos a los guerrilleros entregando el fusil?”, eran las preguntas que más repetían los periodistas.

El facilitador de paz Henry Acosta Patiño contestó a su manera. “Es como si usted asiste a un matrimonio y reclama por no haber visto la consumación o la luna de miel. Y claro que no, porque eso es un acto íntimo, digno. Que más que la comisión tripartita y las Naciones Unidas están certificando que las armas están en buenas condiciones, no los pedazos de madera que entregaron muchos paramilitares en aquellas épocas de Ralito”.

Las Farc quisieron dejar para la intimidad el momento en el que la ONU le recogió el arma a cada combatiente. En La Elvira dicen, sin embargo, que la guerrilla hizo registros fotográficos y fílmicos para un documental;  también, que el guerrillero Boris Guevara, muy cercano a Tanja Nijmeijer, tomó unas fotos impresionantes que algún día saldrán a la luz.

Este proceso fue, si se quiere, menos espectacular. Pero al mismo tiempo más emocionante. O así se percibió en el polideportivo de La Elvira cuando en directo transmitieron el momento en el que un delegado de la ONU dejó constancia de la entrada de varios fusiles y pistolas a los contenedores. Hubo guerrilleros que se estremecieron en las sillas. Otros lloraron. Pacho Quinto, quien fuera el jefe del Comando Conjunto Occidente de las Farc, no dejó salir ni una expresión. Parecía una piedra.

El momento más ansiado del proceso de paz dejó a los asistentes pasmados. Así terminaban cuatro años de espera si se cuenta solo el periodo de las negociaciones.

Yurley Quintero fue una de las guerrilleras a las que en público le fue entregado el certificado de dejación de armas. Mientras firmaba nerviosamente un acta en la que se comprometía a no volver a rebelarse contra el Estado, pensó en su familia en Medellín, en el día en que decidió enrolarse con la guerrilla del Chocó,  como un modo de encontrarle un sentido a las necesidades que la rodeaban.

Cuando puso el fusil en manos de la ONU sintió que dejaba algo de su propio cuerpo ahí. Pero también experimentó una alegría insospechada. “Me deja contenta solo pensar en que dejamos de ser un ejército armado para convertirnos en civiles, y que no vamos a tener que escondernos de nadie”.

Algo parecido le pasó a Yhuveny Izquierdo, una guerrillera veterana que estuvo 13 años en la cárcel pagando por el delito de rebelión. El Ak47 que cargaba terciado al hombro era como un esposo que la cuidaba de día y de noche.

Y quién dijo que era fácil, dice ella, despojarse de aquel que la defendió. “Sí fue nostálgico, pero también me dio felicidad porque las armas finalmente no eran nuestro símbolo. En un momento de la historia nos vimos casi obligados a tomarlas. Fue una herramienta más. Pero el fin fue siempre la lucha política, que es lo que ahora vamos a hacer”.

No se puede negar el simbolismo que encierran las armas en cualquier conflicto. Es por eso que Jean Arnault, el jefe de la delegación de la ONU en Colombia, dice que fue muy importante haberle mostrado al mundo el mecanismo mediante el cual algunas armas de las Farc quedaban bajo llave. “Lo más importante es ver estos elementos en perspectiva. Estamos en un momento donde se materializa el proyecto de la paz, porque ahora sí hay una esperanza real”.

Nilson será de los últimos en dejar a disposición de la ONU su fusil, ese que ahora está guardado en un armerillo del campamento. Por su cabeza no pasa retroceder, así el futuro de la implementación de los acuerdos no esté del todo resuelto. Para él no se trata de una rendición, sino de un acto de confianza. “Ni el Gobierno pudo con nosotros ni nosotros pudimos con el Gobierno”. Lo que viene, dice, es que el Estado les de todas garantías para emprender un proyecto vida lejos de una pistola. Es necesario -casi de vida o muerte- si se tiene en cuenta que para algunos guerrilleros dejar el fusil será como entregar lo único que aprendieron en la vida.