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El EPL, encabezado por Víctor Ramón Navarro, alias Megateo, tuvo una importante expansión en los últimos años gracias a la coca y el narcotráfico. | Foto: Semana

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En las entrañas del Catatumbo

En la única región del país donde conviven las Farc, el ELN y el EPL, el gobierno se juega no solo el cierre del conflicto armado sino el posconflicto. ¿Cómo ponerle fin a la coca, a la violencia y al abandono del Estado?

28 de mayo de 2016

"Después de la larga noche oscura, donde el silencio cerró las puertas de la alegría, la población lloró con dignidad a sus muertos”. Dicen que se escuchó esa frase en el primer Festival de la Vida realizado en La Gabarra, hace unos diez años, para recordar a las víctimas de la violencia paramilitar que azotó a toda la región del Catatumbo. Y es la misma que los lugareños han tratado de usar, como una especie de mandala, para espantar la muerte y sembrar la paz en la región.

Pero la oscuridad parece seguir en esta rica y conflictiva zona de Norte de Santander. Eso quedó en evidencia en la última semana con la desaparición en El Tarra, el sábado 21, de la combativa periodista Salud Hernández, y el posterior secuestro de Diego D’Pablos y Carlos Melo, del Canal RCN, quienes estaban tratando de seguirle el rastro.

Lo ocurrido hizo que toda la atención del gobierno y de los colombianos se centrara en el Catatumbo y se empezara a entender por qué es, hoy en día, la zona más compleja y peligrosa del país. Una de las pocas en las que conviven las Farc, el ELN y el EPL, en donde la coca está disparada y en la que el Estado prácticamente no existe o no ha sido capaz de imponer su autoridad.

A decir verdad, a sus 288.000 habitantes, en su mayoría campesinos pobres, les es difícil saber cuándo les cayó la oscuridad. Los más ancianos creen que empezó a mediados del siglo XX con las primeras explotaciones petroleras, que llevaron a los empleados de la Colombian Petroleum Company (Colpet) a cazar a los indígenas motilones barí que se oponían con flechas a que invadieran sus tierras ancestrales. El petróleo sería el principal motor para colonizar muchos de estos parajes, pero también el combustible de grandes conflictos. Otras personas creen que comenzó con la violencia entre liberales y conservadores, o con las luchas sindicales de la USO y las asociaciones campesinas que han tratado de atraer la atención del Estado para que les ayude con vías, vivienda, salud, educación, y demás auxilios.

Pero otros, especialmente los más jóvenes, creen que la noche arreció en los años ochenta, con la expansión de las guerrillas y la coca. Tal vez el primero en llegar, o tal vez en regresar, fue el ELN, por dos rutas: una, desde Arauca, siguiendo el camino del petróleo de Caño Limón, detrás de la construcción del oleoducto que va hasta Coveñas. El mismo que le generaría grandes recursos para adelantar su proyecto revolucionario. Y la otra, desde el sur de Bolívar. Un exmilitar, que combatió en la zona varios años, dijo a SEMANA que los elenos tenían en el Catatumbo una especie de centro de aprovisionamiento y de retaguardia, que les permitía moverse fácilmente en varias regiones y obtener pertrechos de la Guardia Nacional de Venezuela. Allí estaba el campamento madre del legendario cura Manuel Pérez y era un importante centro de operaciones, en especial para atentar contra el oleoducto.

Por esos años empezaron a aparecer plantaciones, primero de marihuana y después de coca. El investigador Alfredo Molano dijo, en un reportaje, que sembraron los primeros arbustos en La Gabarra y rápidamente se extendieron por Filogringo, Teorama, Convención, El Carmen, San Calixto, El Tarra y Hacarí. Todos, el comercio, el transporte, la guerrilla, las autoridades civiles y militares y los campesinos se beneficiaron con esa bonanza.

Las condiciones climáticas hacen que en el Catatumbo se registre el más alto rendimiento de hoja de coca en el país: 5,500 kilogramos de hoja por hectárea al año, según el Simic. Es donde mejor se paga la hoja y donde más se produce cocaína, después del Pacífico y del Putumayo. Solo en La Gabarra, que nació como un pequeño puerto petrolero, llegaron más de 15.000 personas a vivir de la coca.

A comienzos de los años noventa, después de la desmovilización del EPL, una disidencia denominada frente Libardo Mora Toro se asentó en la zona, especialmente en Hacarí, La Playa de Belén, El Tarra y San Calixto. Los tres grupos lograron convivir gracias a que se repartieron Catatumbo. Había tanta coca, tanta riqueza del contrabando y tanta plata, que había espacio para todos.

Los años más sombríos

Para la mayoría de los habitantes, la penumbra arreció en 1999 cuando las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) llegaron a la zona, no para confrontar al ELN como dijo en una entrevista Carlos Castaño, sino para quitarle a la guerrilla el millonario negocio del narcotráfico y controlar la frontera con Venezuela. Hoy se sabe, por Justicia y Paz, que 200 paramilitares salieron desde Córdoba, a bordo de varios camiones cruzaron cinco departamentos hasta llegar a Tibú, en donde mataron, lista en mano, a varias personas a una cuadra de la estación de Policía. Se abrieron paso hasta La Gabarra, donde ejecutaron a 34 más y dejaron una estela de muerte, con la complicidad de miembros de las Fuerzas Armadas. Varios oficiales y suboficiales han explicado en detalle esta macabra alianza.

Los grupos guerrilleros y miles de campesinos salieron de la zona. Muchos, como las Farc, se refugiaron en Venezuela o en zonas apartadas. En 2004, el bloque Catatumbo de las AUC se desmovilizó. Se estima que más de 800 personas terminaron asesinadas, hay decenas de desaparecidos y miles de víctimas.

Los grupos armados que habían dominado la zona ocuparon ese vacío de nuevo. El frente 33 de las Farc controló, como antes, los cultivos de coca y la frontera. Un estudio de la Fundación Ideas para la Paz encontró que a medida que las Farc, en alianza con el ELN, el EPL y algunas bacrim como los Rastrojos y las Autodefensas Gaitanistas, controlaron la región, también floreció la coca. Según el Observatorio de Drogas de Colombia, en el Catatumbo había 3.178 hectáreas sembradas en 2011. El año pasado, superaron las 6.200 hectáreas, que pueden producir más de 2 toneladas de cocaína al mes.

Durante la ocupación paramilitar, las Farc, a través del EPL, mantuvieron negocios con los paras. De hecho, Megateo al mando de esta organización se convirtió en el gran capo de la región, gracias a su habilidad para trabajar con los campesinos, negociar con las bacrim y con el cartel de Sinaloa.

Ese poder creció en el último año, con el cese bilateral de las Farc y el repliegue de sus efectivos. El ELN ha ido ocupando ese vacío, pero en especial el del EPL. El año pasado, meses antes de que las autoridades lo dieran de baja, alias Megateo le dijo a SEMANA que “en esta región somos tres organizaciones y nosotros no escondemos lo que hacemos. Nosotros vendemos el producto aquí. Le hacemos el favor al campesino. Lo recogemos aquí, cobramos 400.000 pesos por kilo de coca. Es la manera de financiar la guerra, pero no somos los que recogemos y los dueños de las cocinas de procesamiento. Como organización cobramos el impuesto de guerra”.

El petróleo sigue siendo la otra gran fuente de recursos. El deterioro en la zona es tanto, que las autoridades descubrieron, hace unos meses, que los contratistas que hacían las reparaciones y mantenimientos del oleoducto Caño Limón-Coveñas le pagaban al ELN para que lo volara, lo que les permitía tener más trabajo y aumentar sus ingresos.

Megateo se presentaba en la comunidad como un Robin Hood: repartía útiles escolares, llevaba mercados a ancianas en veredas apartadas, daba regalos de Navidad y hacía fiestas. Su muerte y el retroceso de las Farc, que está haciendo un amplio trabajo político en todos los municipios para explicar los acuerdos en La Habana, han generado desazón en los campesinos. Hay una guerra por el control del territorio, en el que el EPL y una disidencia, que se hace llamar los Pelusos y que actúa más como una bacrim, parecen estarla ganando. Los campesinos han visto cómo el número de guerrilleros ha variado, puesto que muchos prefieren cambiar de bando para seguir en el negocio.

La región del Catatumbo parece no tener control. Así lo admitió el obispo emérito de Tibú, monseñor Omar Alberto Sánchez: lo ocurrido con los periodistas demuestra que ese territorio está bajo el control de tres grupos armados y nadie puede llegar allá solo o moverse libremente como en el resto del país.

Futuro incierto

Para la Defensoría del Pueblo, el ELN y el EPL han ocupado esos territorios “mediante amenazas, desplazamientos individuales, retenciones, instrumentalización de niños, niñas y adolescentes. Así como la activación de artefactos explosivos improvisados, entre otros. Ejercen control social y mantienen el temor entre las comunidades, cuyo índice de necesidades básicas insatisfechas en las áreas rurales supera el 80 por ciento”.

La situación es tan delicada, que desde 2012 la Defensoría ha publicado cuatro alertas, la última en octubre, ratificada esta semana, para poner en evidencia la vulnerabilidad de los derechos humanos en al menos cinco municipios del Catatumbo: El Tarra, Teorama, San Calixto, Hacarí y La Playa de Belén.

Luego de la desmovilización de los paramilitares muchos campesinos retornaron al Catatumbo para recuperar sus tierras. Se agruparon en varias asociaciones para pedir atención del Estado, zonas de reserva campesinas, y proyectos efectivos para erradicar y sustituir los cultivos ilegales. En 2013, dentro del paro nacional campesino, el Catatumbo y buena parte de Norte de Santander estuvieron inmovilizados por más de 50 días.

La Asociación de Campesinos del Catatumbo (Ascamcat) reclama estas zonas, que comprenderían cerca de 175.000 hectáreas. Pero para las autoridades indígenas esta delimitación abarca resguardos históricos de los motilones barí y territorios donde ellos habitan. Sin importar esto, los campesinos insisten en que se creen las zonas de reserva cuanto antes, para aplicar un modelo de redistribución agraria. Algunas familias ya trabajan en conjunto con el gobierno para sustituir cultivos ilegales, pero no es un número significativo. Sin embargo, algunos critican, entre otras cosas, que estas zonas se pueden convertir en espacios para promover la minería ilegal, los cultivos de coca y la violencia. De hecho, el procurador Alejando Ordóñez y parte de los militares se oponen por su cercanía con Venezuela y su importancia.

Un experto que vive en la zona dijo que en el Catatumbo el gobierno tiene el gran reto para cerrar el conflicto y poner en marcha el posconflicto. Se requiere fuerza para erradicar los cultivos ilícitos e imponer su autoridad, y además presencia para desarrollar un gran programa de inversión social cierto y permanente, el mismo que llevan pidiendo los labriegos desde hace más de 20 años. Si eso ocurre, el Estado podría ganar el corazón de los campesinos, permitir que surjan nuevas organizaciones y fortalecer las existentes.

A la par, para desarmar el conflicto no solo las Farc se deben desmovilizar sino el ELN y el EPL. Los diálogos con los elenos, que estaban a punto de empezar, quedaron con la espada de Damocles por el secuestro de Salud Hernández y los periodistas. Y el otro gran escollo es el EPL, que ni siquiera está en la agenda de negociación. El gobierno considera que ese es un grupo armado organizado, pero ellos se ven como un grupo insurgente, opinión que comparten las Farc, el ELN y gran parte del campesinado bajo su zona de influencia. El problema es que si no se les busca una salida política, terminarán capturando el Catatumbo y posiblemente extendiéndose a otras zonas del país.

Lo ocurrido esta semana les ha permitido a los colombianos mirar hacia una región sumida en el olvido del Estado. El gobierno tiene en sus manos el poder de ponerle fin a esa larga noche oscura.