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DESEO BAJO LOS ROBLES

Veto gubernamental hace fracasar congreso del M-19 pero le permite tener una semana de "pantalla"

ANTONIO CABALLERO
18 de marzo de 1985

El ministro de Gobierno, Jaime Castro, llevaba días dejándole saber a quien quisiera escucharle que no permitiría que se realizara el Congreso por la Paz y la Democracia organizado por el M-19 en su campamento de Los Robles del 13 al 17 de febrero. El Ejército, por su parte, llevaba semanas tendiendo un lento y largo cerco en torno a las verdes y ásperas montañas de la zona de Corinto, Las Dantas, Los Robles, en el límite del Cauca y el Valle con el objeto de impedir el paso de los cientos de invitados al evento. Pero nada era oficial todavía, y los organizadores continuaban los preparativos para uno de los espectáculos--pues se trataba ante todo de un espectáculo- más ínsólitos del insólito proceso de paz gue vive el país desde hace seis meses: un congreso guerrillero abierto a los observadores. Se cruzaban apuestas. "Es una provocación", clamaban unos. "No va a pasar nada": aseguraban otros. "Eso tiene que acabar a tiros", vaticinaban otros más.
El lunes once, por fin, el Ministro rompió oficialmente su silencio diciendo que el gobierno no podía permitir que los guerrilleros hicieran un acto público con armas y uniformes de uso privativo de las Fuerzas Armadas. Pero ya de todo el país habían partido buses cargados de invitados resueltos a asistir, provistos de botas pantaneras, sacos de dormir, platos y cucharones de lata para el rancho.
Los periodistas empezaban a llegar al pueblo de Florida, Valle, copando de a seis por cuarto los hoteles--el Real, el Central--en donde era posible encontrar a los enviados del M-19 encargados de conducir a la gente a la sede del congreso. Porque el punto de cita original--una heladería llamada "El Sitio", perteneciente a unos parientes del general Yusef Arias--había sido clausurado precautelativamente por la Policía. Ya había retenes militares en las carreteras que interceptaban a todos los viajeros extraños a la zona. Buses enteros venidos de Puerto Tejada, o aun de ciudades tan lejanas como Santa Marta, esperaban parados al borde de la cuneta, con sus ocupantes derritiéndose lentamente al sol. Y de Florida iban saliendo en grupos discretos, a pie, guiados por baquianos, grupos de fotógrafos, de periodistas, de camarógrafos de la televisión, resueltos a burlar a campo traviesa los cercos militares. Atravesaban cañaduzales, vadeaban ríos, trepaban cerros, empezaban a caer derrengados al llegar a las primeras y empinadas cuchillas de la cordillera.
Poco a poco, inexorablemente, las cosas empezaban a salirse de madre. En Armenia los ocupantes de los buses interceptados de Medellín se tomaron la Catedral en señal de protesta. En Cali, otros viajeros frustrados se tomaron la Iglesia de San Fernando Rey. En Florida, los de Puerto Tejada ocuparon la iglesia vieja del pueblo. Y desde el Hotel Central, doña Clementina Cayón, madre de Jaime Bateman, fundador del M-19, vomitaba fuego ante los micrófonos de todas las radios del país. Los noticieros de televisión y radio no hablaban de otra cosa que de la prohibición gubernamental del congreso, y la prensa, que en los días precedentes había querido reducir a un mínimo la información al respecto, le dedicaba ahora al asunto anchos titulares de primera página y editoriales preocupados. La tensión crecía. La policía de Florida, desbordada por los acontecimientos, intentó desalojar la iglesia por la fuerza, y ante la protesta de la población disparó al aire salvas de fusil automático. El Ejército, que había dispuesto en el pueblo dos tanques y una tanqueta Cascabel, colaboró con el cañón de la tanqueta. El capitán que comandaba la operación corría sudoroso bajo los árboles del parque, gritando órdenes, agitando un revólver, mientras la gente gritaba vivas y corría ante los policías nerviosos que apuntaban sus armas y se tropezaban con las bicicletas de los niños.
Entre tanto, mañana y tarde, retenido a veces durante horas por los retenes camineros, un jeep amarillo del ministerio de Gobierno iba y venía entre Cali y el punto llamado la mipa de Grisales, donde muere una atroz carretera de volquetas. "Allá va el "zancudo amarillo", advertían por radioteléfono los capitanes de los retenes."Allá viene". Y en el "zancudo amarillo", como ringletes, llevando y trayendo propuestas y contrapropuestas del ministro de Gobierno y de los comandantes guerrilleros, iban el representante del Ministro, Horacio Montes, y los negociadores del M-19, Carlos Alonso Lucio y Alberto Caicedo Borda. "¿ Otra vez por aquí, doctor Montes?", se extrañaban las avanzadas del campamento guerrillero. Y el doctor Montes suspiraba, aferraba con fuerza su grueso bastón herrado de caminante, y echaba montaña arriba por la empinada trocha que conduce a Los Robles.
Arriba, en espera de que el congreso anunciado se celebrara por fin en algún lugar de la región autorizado por el gobierno --si no en Los Robles, en Las Dantas, una hora más abajo, al borde de la carretera, o si no en Corinto, o si no en Florida--el M-19 celebraba su Novena Conferencia, de la cual debían salir, en particular, su nueva dirección, los detalles orgánicos de la ampliación de sus estructuras como movimiento, y una propuesta política al país sobre la profundización de la democracia. (Ver recuadro).
La conferencia guerrillera debería culminar con el Congreso por la paz y la Democracia que había anunciado Antonio Navarro Wolf la tarde de la inauguración del Diálogo Nacional en Bogotá, a mediados de enero. No sólo periodistas, sino sindicalistas de la CTC, un grupo de cristianos por la paz, campesinos del Cauca y del Valle, delegados de un sector del torrijismo panameño, políticos del Magdalena, habían atravesado el cerco militar Para llegar al campamento.
Pero el M-19, ante las dilaciones interminables del gobierno con respecto a la prohibición o el permiso, y en vista del aumento de las tropas desplegadas en las montañas y de su creciente cercanía al campamento --menos de cien metros en algunos puntos de avanzada-se preparaba más bien para resistir el hostigamiento militar que para recibir a sus invitados. Doce mil hombres del Ejército, según sus cálculos, participaban ya en el cerco.
En las alturas circundantes habían sido instaladas piezas de artillería, morteros del 60, 80 y 120, lanzacohetes y ametralladoras punto 30. Los casi cuatrocientos hombres y mujeres de la guerrilla y sus más de docientos visitantes empezaban a temer que se estuviera preparando una operación como la del campamento de Yarumales: la llamada "batalla de Corinto" de fines del año pasado.
El problema, sin embargo, no se plantea tanto en términos militares cuanto en términos políticos. Pues si bien es cierto que la prohibición y el cerco frustraron el deseo del M-19 de darse un nuevo "pantallazo" publicitario con su congreso, también lo es que la publicidad que el gobierno le dio involuntariamente con su prohibición y los militares con su cerco son mucho mayores. "El congreso--decían los jefes guerrilleros--no se hizo aquí en Los Robles, pero se hizo en todo el país". Y efectivamente, durante toda una semana el M-19 estuvo copando radio y prensa como no lo hacía desde la firma de los acuerdos de tregua, y tuvo a la opinión pública pendiente de su existencia, de su conferencia interna, y de sus propuestas.
Y semejante interés, no tratándose de las convenciones internas de alguno de los partidos.

LA PROPUESTA
SEMANA: ¿A pesar de la prohibición del gobierno, se hizo el congreso del M-19?
ALVARO FAYAD: El congreso como tal no se pudo realizar. El gobierno negó toda posibilidad de sentarse a conversar entre todos. Pero a nivel de respuesta democrática, lo que hubo fue un renacer de la indignación frente a la violación de la paz. No fue que cercaran a la guerrilla: tuvieron que cercar un país para que no se acercara a la guerrilla.

S.: ¿ Cómo ve el proceso de paz? ¿Por qué momento cree que está atravesando?
A.F.: Lo que está pasando es que mientras la paz y la democracia se han convertido en bandera de la gran mayoría del país, el gobierno se ha ido alejando de ella hasta abandonarla definitivamente. No se nota una voluntad política del gobierno por desarrollar la paz; al contrario. Entonces es necesario que nosotros asumamos, con toda la seriedad que hay que hacerlo, la paz y la democracia como hecho real y del conjunto del país.

S.: ¿Cuáles son las directrices políticas centrales que el congreso interno del M-19 ha trazado?.

A.F.: Lo central del congreso ha sido la decisión de asumir nosotros mismos el control de la democracia y de la paz, porque está claro que si no lo hacemos nadie más lo va a hacer. Lo que tenemos que hacer, lo que vamos a hacer, lo que hemos decidido hacer, es convocar a la mayoría del país para que seamos gobierno. La oposición mayoritaria, la de los paros, la democrática, la de la desesperanza, debe dejar de ser aquella que siempre realiza protestas y denuncias, y debemos lanzarnos a la conquista del gobierno.

S.: Y¿cómo piensan llegar al gobierno?
A.F.: ¿Qué hace un movimiento político que quiere llegar al gobierno? Hace congresos, pero aquí los prohiben. Inscribe sus adherentes, pero aquí se los persigue. En concreto la que hace el M-19 es llamar a todas las fuerzas del país a que ejerzamos la de mocracia y nuestros derechos sociales y políticos, mediante todas las luchas que sean necesarias.

S.: ¿Cuáles son esas "luchas" mediante las cuales buscan llegar al gobierno?
A.F.: Todo depende de lo que pase en este momento. El Diálogo Nacional se está desarrollando, pero ese desarrollo no puede ser en los salones, sino que tiene que ser en la calle. El proceso de la paz y de la tregua tienen que respetarse. Los congresos de los movimientos político-militares tienen que respetarse. Al no hacerlo están ofendiendo la voluntad de paz del pueblo colombiano. El paro cívico debe realizarse ya, y que ése sea el verdadero Diálogo Nacional. Deben ponerse en marcha los cabildos abiertos, y todas las formas que tiene una nación para ejercer la democracia y ser gobierno. Llegar al gobierno no va a ser un problema de Alvaro Gómez o de Virgilio Barco, ésa no es la disyuntiva de gobierno en este país, por ahí no pasan las angustias de este país. La disyuntiva en Colombia es entre un gobierno de paz y democracia, o la permanencia eterna de una oligarquía en el poder, atemorizada por el desarrollo y la fuerza de la paz.

S.: Los Robles están cercados por el Ejército Nacional por todos lados.
¿Cree usted que esto significa que se puede desencadenar un enfrentamiento similar al de Yarumales?
A.F.: Sí, pensamos que el tiempo militar es cada día más corto, porque la actividad militar de los destacamentos del Ejército tiende a hacer un cerco y a reforzar su capacidad artillera.
Pero esta vez no será lo mismo que Yarumales. Primero porque hoy hay una mayor fuerza por la paz y contra la guerra, y segundo porque por eso mismo hoy somos más fuertes, y estamos más decididos y más respaldados para derrotar a la antidemocracia. Si desde Yarumales se conmovió al país desde Los Robles no sólo conmovemos, sino que movemos al país.
Cuando un gobierno tiene que cercar un país para que las fuerzas democráticas no se reúnan, ese gobierno está autocercado y está perdido.

S.: ¿Cómo se está eligiendo la nueva dirección en la conferencia interna que acaba de realizar el M-19?
A.F.: Como lo hace una fuerza nueva y verdaderamente democrática: pública y abiertamente, a diferencia de los partidos oligárquicos, donde el juego del gamonalismo y del caudillismo es el pan de cada día de las sesiones. Y al mismo tiempo, como hecho excepcional para una organización clandestina politico-militar, los primeros nombres de una dirección han sido comentados en una reunión abierta, lo cual significa que estamos organizando esa parte viva y actuante de la democracia de la calle, y que la renovación del liderazgo proviene de las fuerzas democráticas y no del agotamiento sin salida de los partidos tradicionale.