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| Foto: Fotomontaje SEMANA

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Diego León Osorio, olvidar la gloria

Fue uno de los jugadores más talentosos del Atlético Nacional de los años noventa. Al principio de la década pasada fue capturado por la justicia estadounidense en un caso relacionado con tráfico de cocaína, el caso se repitió este lunes cuando un juez lo condenó a cinco años de prisión. Esta es su historia.

Daniel Rivera Marín
18 de febrero de 2019

¿Saben quién es?

Muchos recuerdan a Alexis García en el centro, ordenando un equipo que funcionaba como una máquina absurda; cómo olvidar a ese defensa impresionante que era Andrés Escobar; adelante una dupla como pocas: Faustino Asprilla y Víctor Hugo Aristizábal haciendo imposibles, el uno corriendo como si huyera del mal, el otro rematando con precisión asesina. En el equipo, en la punta izquierda, estaba Diego León Osorio: derecho, veloz, con una gambeta que parecía un baile, enfermo de una rodilla. Era el Atlético Nacional de 1991.

—Los que hablan del fútbol moderno nunca vieron un verdadero jugador moderno, no se acuerdan de él, de Diego —dice Hernán Gómez, el Bolillo, que lo dirigió en Nacional a principio de los años noventa, el mejor Nacional de la historia dicen algunos, la mayoría.

Están los que saben.

En su cuenta de Twitter, Hernán Peláez, que —se sabe— tiene una memoria prodigiosa y recuerda formaciones enteras de equipos desconocidísimos, escribió: “Diego León Osorio, estupendo  lateral-volante de Nacional y Santa fe, está terminando en Madrid 2 años de curso para director técnico”. Muchos retuitearon, otros lo marcaron como favorito, otros respondieron cosas como: “Su carrera fue meteórica, aunque afectada por su rodilla”, “técnicamente bien dotado, lástima los problemas que tuvo en las rodillas”, “un mostro en la cancha”,  “gran jugador. Era un misil. Su proyección ofensiva me recordaba a Andreas Brehme. Éxitos para Diego León”.

Basta con buscar su nombre en YouTube para encontrarse unas cuantas pruebas. La camisa a rayas de Nacional, en la espalda el número 18. Algunas veces el cabello un poco largo, en otras una calvicie prematura. Dominio, remate, precisión, gambeta, corriendo como un rengo. Aunque era un lateral izquierdo no subía para centrar, se cruzaba en diagonal, dejaba defensas tirados en el camino y remataba.

—Diego León llegó a la Selección Antioquia Prejuvenil un muchachito, era volante de creación, pero no había más puestos y le tocó ser lateral izquierdo, un lateral izquierdo muy irreverente —dice Juan José Peláez.

Alguna vez Diego dijo para El Tiempo: “En mi posición, fui el mejor de todos”.  

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No tenía guayos y era un niño de 12 o 13 años. Vivía cerca al barrio El Pedregal, comuna cinco de Medellín. Un amigo le dijo que en la radio se había anunciado que necesitaban jugadores para la Selección Antioquia Prejuvenil que si quería probar suerte tenía que estar al otro día en el Estadio Cincuentenario. Diego se buscó unos guayos prestados y se fue sin el permiso de sus padres, que no estaban de acuerdo con que se dedicara al fútbol, que parecía ser un deporte de vagos, de gente que no estudiaba. Pero al entrenador Hugo Castaño no le gustó el juego del niñito, quizá porque era bajito y flaquito y quería jugar entre defensas: de volante de creación o de delantero. Los entrenamientos no duraron mucho porque un día cualquiera, Castaño le dijo al muchachito que no servía para el fútbol, que su juego no era bonito.

—Me lo dijo así, tajante, delante de John Jairo Tréllez, de René Higuita, delante de mis excompañeros, de todo el mundo, un niño que tenía 12 o 13 años, y me habló feo y no me gustó, a nadie le gustó. Entonces decidí seguir estudiando, afortunadamente para mí el fútbol en ese momento no era mi sueño.

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Diego León Osorio está en su apartamento de El Poblado, en Medellín. Hace un momento le dijo al fotógrafo: “Así me van a ver cuando esté dirigiendo”, y se acomodó el blazer y la corbata. No es alto pero se conserva en forma. Sigue jugando y entrenando en gimnasio con regularidad. Hace tres años está estudiando en la escuela de entrenadores española, Acadef. Unas semanas atrás, en una cancha sintética de Laureles estaba en pantaloneta y se veían las cicatrices en sus rodillas. Aunque la derecha le duele todos los días, no puede parar de ejercitarse.

—No tengo que levantarme y pensar: “Tengo que hacer alguna actividad física porque me voy a poner gordo”. Además mi esposa es una enferma por el deporte, por la comida sana.

Nació el 21 de julio de 1970, el séptimo hijo de nueve, el único deportista. Y en la memoria poco efectiva de los hinchas nuevos y despistados, atraídos por la novedad del último gran fichaje europeo, Diego León Osorio parece que cayó en un olvido espeso. Los que vieron al Nacional de los años noventa, que es al que se refieren los narradores cuando hablan de la jerarquía del equipo verde, jerarquía que ha palidecido con los años, los que vieron ese juego, saben quién es este que hoy podría ser recordado como uno de los más grandes, no en vano algunos lo han nombrado entre los mejores jugadores que han pasado por la selección. ¿Y por qué tan pocos lo recuerdan?

Se dice que es dueño del Motel Siesta, que patrocinaba el equipo de Showbol que tuvo con el Chicho Serna y Aristizábal. La verdad es que su suegro hace cuarenta años compró un lote en la vía a San Cristóbal, corregimiento de Medellín. Empezó con dos cabañas hasta que terminó construyendo cien. Ya casado, Diego se hizo socio de la empresa que es la que más lo ha sostenido en los últimos años.

—Una vez, cuando estaba empezando con eso, me fui a hacer ronda, y eso por los pasillos se escuchaban unos gritos que uno pensaba que estaban torturando a alguien, le daban ganas a uno de llamar a la Policía, pero ellos estaban era pasando bueno.

Se sabe que, después de su retiro, fue detenido en Estados Unidos por un lío con drogas. El caso es brumoso. Algunos portales web registraron el hecho, hablaron de llamadas telefónicas, de una casi negociación. Diego se fue a vivir a Miami, donde montó un restaurante pero el negocio no funcionó y a los tres meses tuvo que venderlo. Luego se asoció con un amigo y compraron hardware para computadores, unos técnicos los armaban y ellos vendían en Centroamérica, Colombia y Ecuador, pero dos aviones se estrellaron contra las Torres Gemelas, la bolsa de valores se vino al piso y perdieron el 80 por ciento de la inversión. El brillo de las canchas no le llegaba con los negocios.

—En medio de eso, de no saber qué hacer, es que acepto un par de llamadas y tengo los problemas que tuve. Salgo de eso a punta de abogados, porque lo que pasó no fue mayor cosa, pero pasó. Y, claro, aprendí lo que tenía que aprender.

Pero meses después de esta conversación, el 12 octubre de 2016, Diego León fue capturado con un kilo de cocaína adentro de la ropa interior y en 2019 condenado por fabricación y comercialización de estupefacientes.  

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Pasaron algunos meses después de la humillación que le hizo Hugo Castaño en el entrenamiento. Diego seguía estudiando y se repitió la historia: un compañero le contó que estaba entrenando nuevamente con la Selección Antioquia Prejuvenil porque había un nuevo entrenador, Juan José Peláez, y que justo estaban buscando jugadores que hubieran nacido en 1970. En ese equipo había jugadores como el Mísil Restrepo —“que cuando yo lo vi podía pensar que era Maradona, así de sencillo, así suene como este está loco, porque mi nivel comparado con el que él tenía en esa época era como David y Goliat, él era un crack, ya tenía unos movimientos, unos controles, unos desplazamientos que yo jamás había visto en un jugador”—, Carlos Jiménez, al que casi que le pedían autógrafos por su talento y sutileza; Carlos Castro, quien sería goleador con Nacional y Millonarios; un equipo en el que ya había figuras y parecía que no había espacio para un niño chiquito y flaco, equipo que fue la base de la Selección Colombia Juvenil que jugó en Argentina el Suramericano, quedó subcampeona, y clasificó al mundial de Arabia Saudita en 1989.

—Cuando yo llego donde Juan José, ese primer día, estaba organizando un partido amistoso. Y él estaba conformando un equipo y dijo: “Arquero, tal; lateral derecho, Óscar Salazar; central, central izquierdo, lateral izquierdo, no tengo lateral izquierdo”, y yo alcé la mano.

Venía de jugar de central o delantero, pescando algún balón para rematar como fuera, porque —se sabe— fue y sigue siendo bajito y delgado. Estaba acostumbrado a que los defensas le tirarán a las canillas; a que, más grandes, quisieran llevárselo por delante y acabarlo. No sabía marcar ni guardar el balón para que otro más lo transportara. El pequeño Diego se dijo que no podía ser tan difícil, que él sabía jugar y en cualquier punto era lo mismo. No pensó que era derecho y se estaba metiendo al lado izquierdo de la cancha, que así fabricaría uno de los mitos que más ha resistido al tiempo entre los  fanáticos de Nacional, que es zurdo.

—Yo me acomodé por la izquierda, no había nadie más. Hoy en día escasean, pero no es algo nuevo. En ese partido, al estilo película, al minuto tres por fin recibí un balón, que incluso el Mísil me preguntó que yo que hacía ahí. Entonces me entregó el balón Andrés Cadavid y cuando yo lo recibí veía la cancha gigante y unos espacios enormes, y yo jamás en la vida había recibido un balón con tanta libertad, en esa posición, una cosa era recibir de espalda y lleno de rivales, tener que girar. Se vino el primer delantero y lo gambetié, y se vino el segundo y llevé el balón hasta el otro arco e hice gol. Ese día ganamos dos a cero y yo hice los dos goles. Entonces ese puesto me cayó de perlas y Juan José feliz: “Pelao pelao, tráigame los papeles, usted porque no viene a entrenar por las tardes que ahí entrena el grupo principal”, y yo estudiaba por la tarde.

Juan José le enseñó a acomodarse para evitar que los atacantes le pasaran por encima. Le enseñó a hacer dobles marcajes, a mantenerse a atrás. Diego había pasado por entrenadores como Gonzalo Pérez —que entrenó a Leonel Álvarez— que gozaban con el lirismo. Pérez era buenísimo, pero empírico y emocional, siempre quería que Diego corriera, gambeteara como si pintara, y rematara al arco. Juan José, estricto, disciplinado, ordenado, le ayudó a ser ordenado. Esas dos facetas marcarían la carrera de Osorio, que por esa época tenía 14 años y cursaba séptimo grado.  

—En esa época uno empezaba la escuela como a los 7 años, eso no era como ahora que entran a estudiar a los 4 años y estudian como cuarenta.

En la entrega de calificaciones sus padre se dieron cuenta que, aunque ganaba materias, sus faltas a clase habían aumentado. Pensaron en prohibirle los entrenamientos, pero en esos días la selección Antioquia iba a viajar para Riosucio, Caldas, a un campeonato nacional. Diego no había pedido permiso pero sus padres se conmovieron cuando vieron la foto del equipo, en ella su hijo, en el periódico y recibiendo la bandera del Departamento. Lo apoyaron y le atinaron al pronóstico: tuvo que aplazar notas, la graduación del colegio se postergó un poco.  

—Todos mis hermanos me apoyaron, porque a todos les gustaba el deporte, pero yo fui el único futbolista profesional, aunque uno de mis hermanos fue un crack, pero no alcanzaron a salir, a que los vieran por allá en ese barrio, como me pasó a mí, cuando me vio ese señor Gonzalo Pérez. Ya después de que regreso con Juan José Peláez para mí el disfrute fue total, porque hubo mucha aceptación. Nosotros éramos una familia. Por eso en el fútbol se extraña eso, había una cariño muy especial. Eso me llenaba la vida. Mi sueño era jugar profesionalmente, en esa época no se hablaba de ganar millonadas, nosotros crecimos amando el fútbol, los pelados de hoy crecen amando lo que el fútbol da. Para nosotros lo importante era jugar, hacer un taquito, un sombrero, tirar al arco. Eso es una diferencia total de lo que pasa hoy.

De esa época Diego recordaría, según le dijo a la revista Don Juan: “Una vez alguien fue a verme en una selección juvenil porque le dijeron que había un marcador de punta fuera de serie. Ese día jugué horrible y al final él me preguntó que si conocía a Diego Osorio. Yo le dije que sí, pero que no había jugado porque estaba lesionado”.

Sin cumplir 18 años debutó con el Deportivo Independiente Medellín en un partido contra el Bucaramanga, ganaron dos goles a uno. Fue titular hasta que llegó a la dirección técnica Jaime Rodríguez, que lo sentó largó tiempo, hasta que se lesionó.

—Por esa época ya estaba yo creído, no le hacía caso a mis papás, porque me sentía el dueño, y tenía como 19 años, era un niño ignorante, porque no sabía a lo que me enfrentaba, entonces uno se cree bonito, modelo, el rey, y hay que tener en cuenta que cada persona se cree el rey. Para esos días era muy chistoso porque no había que hacer filas en un banco, porque la gente aquí me ha tratado en general muy bien, han reconocido siempre mi fútbol. Hubo muchos que en su momento dijeron que como persona era muy agrandado, pero nunca hubo alguien, a excepción de Hugo Castaño, que dijera que yo no servía para el fútbol. Los elogios han sido muy grandes. Obvio yo ya me he retirado hace quince años y veo hoy algunos videos y me doy cuenta de que no había otro que se asemejara a lo que yo hacía en la cancha, yo no estaba pendiente de la marca, a mí me importaba un pepino lo que pasaba atrás, yo siempre pensaba en adelante. Yo trataba de ir en diagonal al arco rival.

Era 1990 y estaban entrenando a las afueras de Medellín, la idea era correr subiendo una pendiente en la que hoy no entrenarían a nadie, una acaba piernas. Antes de salir, Diego cargó a Óscar Pareja desde atrás, en ese momento giró la rodilla y se rompió el menisco. Pocos creyeron que se había lesionado, la mayoría pensó que quería sacarle el cuerpo a “la subida al morro”. Eran las 8:30, el médico lo revisó, a las 12 del día lo operaron. El grupo médico decidió que lo mejor era sacar el menisco. Tres meses después Diego estaba en las canchas de nuevo.

Cuando Radamel Falcao se lesionó el ligamento cruzado anterior de la pierna izquierda jugando con el Mónaco, Javier Hernández Bonett entrevistó a Osorio, que estaba en España. El exjugador le recomendó al delantero que esperara, que era mejor perderse un mundial y no ocho años de buen fútbol.

—Hoy tratan de remendar eso, de aguantar como sea. Eso es como quitarle amortiguadores al carro, y él camina pero el daño cada vez es más fuerte. Yo me demoré menos de tres meses para recuperarme, pero el daño iba por dentro, y no había fisioterapia especial para la época, eso fue de una forma muy rústica y dos años después volvió y después otra vez hasta que se hizo pedazos la rodilla.

—¿Aún le duele?

—Solo me duele cuando respiro, no más.

Diego León Osorio llegó a formar parte del mejor Atlético Nacional de todos los tiempos, el de 1991 — Andrés Escobar, Giovannis Cassiani, León Villa, Luis Fernando Herrera, Omar Franco, Gabriel Jaime Gómez, Ricardo Pérez, Mauricio Serna, Alexis García, Luis Alfonso Fajardo, John Jairo Tréllez, Rubén Darío Hernández, Faustino Asprilla y Víctor Hugo Aristizábal—. Su carrera en el Medellín duró cuatro años y aunque fructífera, nunca quedó campeón, y al equipo rojo aún le duraría la sequía muchos años más. Llegó en enero, y en febrero ya estaba jugando copa libertadores y ese año levantaron la copa nacional.

Su juego brilló como el de pocos defensas. Sí, estaba Andrés Escobar, que defendía el equipo como si fuera una bestia, pero Diego era otro tipo de jugador, era un kamikaze, arriesgaba la pelota en la banda porque sabía que podía salir vivo de cualquier patadón. Algunos decían que cojeaba porque hacía muchos quiebres de cintura, pero esa fue una predicción, hoy, cuando la rodilla duele más de lo normal, cojea.

—Mi gambeta era muy particular y engañosa porque no era larga, siempre era cortica. El juego de piernas era muy rápido en espacios cortos. Por eso me tenía confianza. Muchas veces Andrés Escobar me dijo “ey, no te vas tanto”. Y alguna vez  me tocó decirle “no, Andrés, yo hago lo que tengo que hacer, haga usted lo suyo, si Bolillo dice que no, pues ya miraré”. Pero al final hicimos un equipo genial, mucha gente recuerda ese equipo como el mejor Nacional de todos los tiempos, aún por encima del que ganó la Libertadores.  

Llegó la Copa América de Chile en 1991 y el Chiqui García convovó a Diego, que jugó todos los partidos como titular. Volvió a la Selección con Francisco Maturana para la Copa América de Ecuador en 1993, pero en el partido con México, que ganaron 2-1, se lesionó de nuevo la rodilla derecha. Volvió a Colombia y le hicieron una limpieza rápida a la rodilla, nunca recuperó su condición, aunque jugaba bien no volvió a sus mejores juegos.  El médico le dijo que la recuperación duraría de 6 a 8 meses y que se perdería las eliminatorias al mundial. Convinieron una terapia de un mes porque, en palabras del médico, no todos los días se juega un mundial. Meses después, en Los Ángeles, cuando faltaban pocas semanas para el Mundial USA 94, el Bolillo le dijo que no estaba en condiciones, que si lo convocaban iba a terminar en la banca, y ese no era el mundial para un lateral de su nivel. Diego sabía que era verdad.

—Cuando tomé esa decisión, ese mal consejo de no recuperarme como se debía, no pensé en que había copas América, copas Libertadores, otras cosas que en el fútbol también son importantes.

En 1995 lo llamaron para la preparación a la Copa América de Uruguay y estando en Washington, luego de un partido contra México, Bolillo le dijo que su condición no había mejorado totalmente, que no estaba a punto. Fue la última vez en la selección. Luego intentaría jugar en Santa Fe y Junior, pero todo salió mal: por los equipos, por él, por el pago. Volvió a Nacional.

***

—Diego era una persona irreverente en el buen sentido de la palabra, adentro y fuera de la cancha. Era extrovertido, compartía mucho con su gente y sus compañeros. Y en la cancha era muy irreverente porque siendo defensa era muy talentoso, intuitivo, aportaba mucho en ataque, era un defensa que cuando atacaba se convertía en un volante de creación, se convertía en un volante muy talentoso. A Diego le tocó una época donde quizá no existía todo ese flujo de jugadores que en este momento hay, si le hubiera tocado en esta época estaría jugando en un gran equipo de Europa, y de no haber sido por la lesión, hubiera jugado muchos años más —dice Juan José Peláez.

—Desequilibrante, talentoso, con carácter, con personalidad, leal. Tuve la fortuna de tenerlo y de disfrutarlo, ahora no hay un jugador como Diego León. Desafortunadamente las lesiones le cortaron la carrera, y sin embargo con todas las lesiones que tuvo mostró gran capacidad. Fue un hombre para jugar mundiales, hubiera jugado en Europa —dice el Bolillo.

***

Cuando está en su casa y no en España, Diego León Osorio se levanta temprano y le hace el desayuno a su hijo Daniel, que tiene 12 años, lo lleva al colegio; con su hija Juliana, de 19 años, mira fotos en el celular, la aconseja; entrena con su esposa Olga, y regaña a su perro, Chéster Euclides. No tiene muchas pretensiones.

—Yo me sueño dirigiendo cualquier equipo, pero a mi manera, eso sí, si no lo logro, estaré feliz porque tengo a esta familia, porque tengo a mis hijos. Hace mucho tiempo yo botaba tiempo y plata con los amigos, ahora lo único que quiero es estar con ellos. En España ha sido muy difícil.

Después de terminar con el Showbol, Diego se fue para España, quería ver las escuelas de fútbol del Ajax. Un amigo le dijo que en pocos días empezaba el curso para entrenador en la Acadef, una de las escuelas más respetadas de Europa. Diego llamó a su esposa y le dijo que se iba a demorar, de eso han pasado tres años y en agosto será la graduación. Coinciden muchos en que Diego sabe como pocos de fútbol, que entiende la disciplina, la técnica y el talento. Podría ser un gran entrenador.

¿Saben quién es o cómo será? Cómo será pensar en un pasado luminoso que pudo ser. Pensar en. Imaginar que.

*Este texto fue publicado originalmente en la desaparecida revista Esquire Colombia.