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El pionero

El primer sicario que hubo en Colombia hace un balance de su vida y de la del país, después de 10 años de cárcel.

16 de agosto de 1993

LA PALABRA SICARlO SE ha vuelto parte del vocabulario habitual del país. Pero hace apenas 10 años no existía en el léxico de los colombianos. Su debut en sociedad ocurrió el 30 de abril de 1984, a las siete y media de la noche, cuando dos muchachos uno de 18 y el otro de 22 años perpetraron, desde una moto, el asesinato del entonces ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, en una avenida del norte de Bogotá.
El que disparó contra el Ministro murió esa misma noche unas cuadras adelante del lugar dcl crimen, después de que los escoltas de Lara interceptaran la moto. Se trataba de Iván Darío Guisao, quien viajaba como parrillero. Minutos antes de morir a manos de los escoltas de Lara, Guisao había sacado de debajo de su ruana una ametralladora Ingram y había desocupado su cargador sobre el cuerpo dcl Ministro, en el preciso instante en el que la moto igualó al Mercedes Benz de Lara. El otro joven, quien conducía, sobrevivió a la persecución. Su nombre -Byron de Jesús Velásquez- así como las primeras imágenes de su menuda figura que aparecieron esa misma noche en los noticieros de televisión, estremecieron a los televidentes colombianos. Eran las imágenes de un niño aterrorizado que estalló en lágrimas en los brazos de los escoltas cuando trataban de meterlo entre una camioneta de la Policía.
Si bien Velásquez no disparó contra el Ministro, la historia lo recordará como el padre del sicariato en Colombia. Es el tristemente célebre pionero de una modalidad del crimen que en los últimos 10 años ha cobrado la vida de cientos de colombianos. Sicarios que se movilizaban en una moto asesinaron a Guillermo Cano, al coronel Valdemar Franklin, al senador Federico Estrada Vélez, al magistrado Hernando Baquero Borda, al periodista Jorge Enrique Pulido, al ex ministro de Justicia Low Murtra, y a más de la mitad de los 600 policías muertos en Antioquia en la guerra contra el cartel de Medellín.
Si bien es cierto que Byron de Jesús Velásquez se convirtió en el símbolo del sicariato en Colombia, también es verdad que es uno de los pocos sicarios que hoy se encuentra tras las rejas. Su participación en el asesinato de Lara Bonilla le ha costado, hasta hoy, 10 años de prisión. La semana pasada y por tercera vez, se reabrió el caso y aún no se sabe cuánto tiempo más permanecerá en prisión. Su historia es similar a la de los demás jóvenes de la comuna nororiental reclutados por el cartel como asesinos a sueldo. Hijo de una familia antioqueña muy pobre, su padre lo maltrató durante su infancia y su madre se dedicó a lavar ropa para sostener a sus cuatro hijos. Sus dos hermanas mayores terminaron de prostitutas y su hermano menor está hoy interno en una clínica siquiátrica. A los ocho años, Byron lavaba carros para ayudar a sostener los gastos de su casa, y apenas pudo asistir a unos cuantos años de escuela primaria.
En ese rebusque terminó de aprendiz de mecánica, en un taller de motocicletas. Allí se convirtió en un avezado conductor. "Era uno de los mejores de Antioquia. Un día un señor llegó hasta el barrio y vió la manera como conducía. Luego me dijo que si quería ganarme dos millones de pesos, solo por conducir una moto", relató Byron Velásquez el viernes pasado ante la juez del caso. Era una mañana de abril de 1984. Ese día Velásquez conoció a Iván Darío Guisao. "El siempre me engañó. Me dijo que se llamaba Carlos Mario. Me dijo que tenía que arreglar un problema con un tipo que se había robado cuatro kilos de coca. Yo me dejé deslumbrar por la plata. Tenía 18 años y mi familia estaba en la olla", recuerda Byron Velásquez, y agrega: "lo juro, yo no sabía que iban a asesinar un ministro. Por eso acepté el trabajao. Me adelantaron 20 mil pesos. Con esa plata pagué culebras que tenía y le regalé a la vieja tres mil pesos".
Se vino para Bogotá el 26 de abril, en compañía de Guisao: "El viaje lo hicimos de noche. El quería ponerme a prueba para saber si de verdad era buen conductor. Yo no conocía a Bogotá. Me llevaron a un hotel que quedaba en el centro y Carlos Mario -mejor dicho, Iván Darío- me dijo que había que esperar el momento preciso para hacer el trabajo. Dos días después de llegar a Bogotá, me dijo que íbamos a dar una vuelta por la oficina del tipo con el que tenía la cuenta pendiente. Salimos del hotel y comenzamos a caminar. De pronto él se detuvo y me dijo que ese era el sitio donde teníamos que cumplir la misión".
Era, ni más ni menos, el edificio del Ministerio de Justicia:"Al otro día volvimos al lugar, pero ya el hombre había abandonado la oficina. Entonces Guisao me dijo que le habían informado para dónde iba. Yo no conocía Bogotá, y él era el que me dirigía. Coja para allá, baje por esa cuadra. Suba. Métase por acá. Hasta que apareció adelante de nosotros el Mercedes blanco. Entonces me ordenó que lo alcanzara, y cuando logramos acercarnos, escuché los disparos. Luego él me gritaba: h.p., acelere. Yo me puse nervioso y no sabía qué hacer. Entonces Guisao sacó la metralla y me la colocó en la cabeza y me dijo: si no corre, lo mato. Unos segundos después perdimos el equilibrio y caímos. Quedé aturdido, y cuando recobré la calma, ví que él estaba muerto y muchos hombres se abalnzaban sobre mi cuerpo".
Velásquez no lo supo, pero en esos disparos se cruzó el umbral sin retorno de la guerra contra el narcotráfico que aún hoy, no termina. "Estaba herido -recuerda-. Me dolía la espalda y el estómago. Los policías me llevaron a un hospital y sólo tres días después supe que el Ministro había sido asesinado. Hoy, 10 años después, no sé que decirle a la familia de LAra Bonilla. Es un daño irreparable. A sus hijos sólo les puedo decir que entiendo lo que es sentir el vacío de un padre. Yo tengo una niña de casi nueve años -fue concebida y nació cuando ya su padre se encontraba preso- y sólo la puedo ver muy de vez en cuando. Sé que ella necesita de mí...".
Su testimonio se transforma entonces en petición: "Casi toda mi vida ha transcurrido en prisión. He madurado, y hoy sólo sueño con lograr la libertad. Diez años son más que suficientes para pagar el error que cometí. La sociedad tiene que darme otra oportunidad y me he preprado para ello. Trabajo en artesanía y lo poco que gano se lo mando a mi mamá para que pueda venir a visitarme y traer a mi hija. Lo único que le pido a Dios es que me dé la oportunidad de educarla para que no vaya a sufrir. Yo estoy pagando por ella y por mí esta desgracia".