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¿FUGA SIN RETORNO?

SEMANA revela las razones por las cuales fracasó el operativo del martes 21, y evalúa si Escobar escogerá el camino del terrorismo o una nueva entrega.

24 de agosto de 1992

EL LUNES 20 DE JULIO HACIA LAS 11 DE LA noche y a pesar de la satisfacción que le había dejado el discurso de instalación del Congreso, con los anuncios sobre un inminente revolcón social para la segunda mitad de su mandato, el presidente César Gaviria se fue a dormir preocupado. Para las 10 de la mañana del martes había citado a un Consejo de Seguridad en el cual, según previo anuncio de fiscal general Gustavo de Greiff, se analizarían los muy inquietantes resultados de las investigaciones relacionada con la situación de la cárcel de Envigado.
Al día siguiente, muy puntuales fueron llegando los invitados: el propio Fiscal, el ministro de Defensa Rafael Pardo Rueda, el jefe del DAS Fernando Britto, el comandante encargado de las Fuerzas Militares general Manuel Murillo, el comandante de la Policía General Miguel Gómez Padilla y el procurador Carlos Gustavo Arrieta. Los anfitriones eran el presidente Gaviria y su secretario general Fabio Villegas.
Después del tinto de rigor en la sala de juntas de la Secretaría General, vino el plato fuerte y crudo: las conclusiones obtenidas por la Fiscalía General de las distintas investigaciones de los organismos de inteligencia incluían no solamente la comprobación de numerosas irregularidades en el acceso al penal de La Catedral, sino la evidencia de que el secuestro, la tortura, la muerte y la incineración de algunas personas hace un par de semanas en Medellín, habían sido planeados y ordenados desde la cárcel e incluso de que parte de esas personas habían sido previamente llevadas ante Escobar para una especie de juicio por deslealtad con quien seguía siendo considerado como jefe en funciones del cartel de Medellín.
No hubo mayores detalles ni grandes discusiones. Para el Presidente y sus acompañantes estaba claro que había que proceder a asumir el control militar de la prisión y cortar de un tajo una situación que sólo podía significar que Pablo Escobar Gaviria, el más peligroso narcotraficante del planeta, se había puesto de ruana la política de sometimiento a la justicia diseñada y puesta en práctica por el Gobierno y apoyada por una amplia mayoría de colombianos.
La realidad es que a cambio de la finalización del más sangriento período de terrorismo de la historia de Colombia y uno de los más trágicos que recuerde la humanidad; en tiempos recientes, millones de personas en el país habían decidido aceptar que Escobar permaneciera detenido en medio de ciertas comodidades y privilegios, en una cárcel en cuya construcción, él mismo había tenido una cercana participación. Pero de ahí a que La Catedral se hubiera convertido, bajo la protección de las autoridades, en el cuartel general de la organización de Escobar para ordenar desde allí no sólo actividades de narcotráfico sino de narcoterrorismo, había mucho trecho.
MOMENTO DE DECISION
Gaviria, quien tenía planeado para las seis de esa tarde su viaje a Madrid para asistir a la II Cumbre Iberoamericana, comprendió que más que suministrarle información, la Fiscalía le había notificado de una gravísima situación cuya solución no daba espera, entre otras cosas porque el Fiscal consideraba que era muy posible que Escobar estuviera pensando seriamente en escaparse. El Procurador y todos los funcionarios del Ejecutivo estuvieron de acuerdo. Sin más que hablar, se le vantaron de la mesa apenas pasadas las 11 y se citaron para las tres de la tarde, con el fin de tener claros los procedimientos jurídicos que era necesario seguir para desarrollar la decisión tomada, en un país donde la legislación impide -por regla general- la presencia de militares dentro de las cárceles.
Los Ministerios de Justicia y Defensa, con la ayuda de la Fiscalía y la Procuraduría, pasaron el mediodía analizando dichos procedimientos mientras el Presidente almorzaba con su esposa, expectante pero más tranquilo, pues sentía que si la decisión se cumplía, no sólo se comenzarían a resolver los problemas denunciados por el Fiscal sino que él podría viajar a España al final del día y cumplir con una gira que había venido preparando con gran dedicación y cuidado.
A las tres de la tarde se volvieron a encontrar las mismas caras. Se les sumaron los ministros de Gobierno, Humberto de la Calle, y de Justicia, Andrés González, que habían pasado la mañana ante una comisión del Senado. Con la ayuda de un par de secretarias se transcribieron las cartas que debían cruzarse los titulares de Defensa y Justicia, para formalizar, siguiendo los procedimientos indicados en las normas, la solicitud de González a Pardo Rueda para que las Fuerzas Militares se hicieran cargo de la vigilancia interna, y no sólo externa como hasta entonces, del penal de Envigado. El ministro Pardo, a su vez, remitió la carta de González al general Murillo, quien quedó encargado de hacer cumplir, operativamente hablando, las decisiones.
Pero en medio de la discusión y de los análisis se planteó que la sola militarización de la cárcel podría no bastar, a juzgar por algunos de los informes de la Fiscalía que revelaban que ésta presentaba problemas que facilitaban las irregularidades denunciadas y aumentaban las posibilidades de fuga, y que por encontrarse en obra desde hace varias semanas, era un lugar de alto riesgo por el importante número de obreros que entraba y salía a diario. Por ello se decidió que aparte de la toma militar era necesario trasladar a Escobar a otro lugar de reclusión.
Mientras tanto los primeros informes del general Gustavo Pardo Ariza, comándante de la IV Brigada -a cargo de la vigilancia externa de la cárcel-, comenzaron a llegar. Al terminar la reunión de la mañana, el general Murillo le había ordenado reforzar los efectivos que se encontraban en Envigado y mezclarlos con personal de Policía Militar y de contraguerrilleros, cerrar el acceso a la cárcel por la carretera y detener a todo el que tratara de salir. Y pasadas las tres de la tarde, el general Pardo confirmó que había cumplido con dichas tareas.

ENVIADOS ESPECIALES
Una segunda decisión surge esa tarde del seno del Consejo de Seguridad: para darle al procedimiento toda la transparencia jurídica del caso un síndrome que se ha despertado en las autoridades como resultado de la habilidad de los abogados de Escobar, se resolvió que viajasen a Envigado Eduardo Mendoza, viceministro de Justicia, y su subalterno, el director de Prisiones, coronel Hernando Navas, y que desde Medellín se trasladarse el procurador de Antioquia, Iván Velasco.
Al ser informado de esto, el general Pardo pudo haber pensado que debía esperar a que llegasen los tres funcionarios, antes de proceder a penetrar en la prisión y tomársela militarmente. El primero que lo hizo fue el procurador Velasco, quien fue recibido a las 5:30 en la sede de la IV Brigada en Medellín, por el jefe del Estado Mayor, coronel Palacios, e informado por éste, poco después, de la decisión de tomarse militarmente la cárcel y de las funciones que le correspondían al procurador en la vigilancia os derechos de los detenidos.
Mendoza y el coronel Navas llegaron poco antes de las siete a la puerta de La Catedral, donde ya se encontraba Velasco en compañía del general Pardo, quien poco después se cobmunicó con el general Murillo en la Casa de Nariño, utilizando la red de microondas de las Fuerzas Armadas.
El general Pardo le dijo a Murillo que había encontrado alguna resistencia inicial en la cárcel, reporte del cual no se enteraron entonces ni Mendoza ni Navas, que desconocían el supuesto primer intento del general Pardo de tomarse la prisión y que aprovechando las últimas luces de la tarde, pudieron ver cómo no había saturación de tropa en el cerco que debía, para ese momento, haberse apretado sobre la malla exterior de la cárcel.
Uno de los primeros temas que tocaron el general Pardo y Mendoza fue sugerido por el oficial: "Viceministro, ¿será que nos tomamos esto de noche?". Mendoza le, dijo que no sabía y que además, como viceministro de Justicia, difícilmente podía opinar sobre ello. Alrededor de las 8:30 de la noche, un avión C-47, Gunship sobrevoló la cárcel y poco después, pasadas las nueve, una cadena de radio lanzó un flash informativo diciendo que Escobar iba a ser trasladado de cárcel.
Es presumible que ambos eventos hayan alterado de manera grave a los reclusos. La explicación del sobrevuelo del Gunship parece ser que entre las razones que el general Pardo le presentó al general Murillo para explicarle la demora en el inicio del operativo, estuvo la de un corte de luz en la zona. Pero según se ha podido verificar, dicho corte no duró más de cinco o 10 minutos, y todo indica que el avión fue enviado a comprobar la situación y, en caso dado, a tratar de brindar la iluminación necesaria con bengalas.
Ante la alteración de los reclusos, Navas le dijo a Mendoza: "Esto se está enredando adentro. Esos tipos están asustados. Voy a entrar a explicarles que no les va a pasar nada, que se trata de un traslado por su seguridad y que para garantizarles todo eso, aquí está el Procurador Regional". Y entonces, Navas ingresó al penal.
En el salón de crisis de la Casa de Nariño en Bogotá, adonde se había trasladado buena parte del Consejo de Seguridad, varios funcionarios también se inquietaron por el flash radial, y el Gobierno decidió divulgar un comunicado destinado no tanto a la opinión pública como a los reclusos. Se trataba de informarles que la operación en curso era oficial y buscaba trasladarlos por razones de seguridad -incluida la de ellos-, pues la cárcel estaba en obra y eso planteaba numerosos riesgos. Dicho comunicado habría de resultar muy pronto un elemento bastante insólito para el público común y corriente-, que sintió que en él había una mentira o al menos, una verdad muy a medias.
El comunicado gubernamental termina diciendo: "...el Ejército Nacional, a solicitud del Ministerio de Justicia, ha asumido las funciones de control y vigilancia interna y externa". El Gobierno creyó en esos momentos que el operativo de toma estaba , en curso y no sabía que la IV Brigada sólo había asumido las funciones de control de la cárcel de manera teórica, mas no en la práctica.
El ingreso de Navas, reportado por el general Pardo a Murillo, puso al comandante de las Fuerzas Militares a pensar en nuevos problemas. En un momento dado le dijo al Ministro de Defensa: "Este va a terminar de rehén". Ambos acordaron preparar el envío de las Fuerzas Especiales, cuerpo élite de rescate que había impresionado la víspera al participar en el desfile del 20 de julio y que se creó desde tiempos de la tragedia del Palacio de Justicia, en la que resultó obvio que había faltado un grupo de asalto especializado.
Navas permaneció adentro unos 45 minutos, antes de mandar llamar, con el subdirector de la cárcel, Carlos Rodríguez, encargado de la prisión por cuenta de las vacaciones de su superior Homero Rodríguez, al viceministro. Mendoza ingresó entonces al penal y entró en directo contacto, por primera vez, con Pablo Escobar. Dialogaron por más de media hora, durante la cual Mendoza trató de persuadirlo de que el traslado era necesario, y Escobar centró su argumentación en que lo que había contra él era una campaña de desinformación en el sentido de que continuaba delinquiendo desde la cárcel.
En ese momento el viceminictro decidió retirarse, pues no había nada más que hablar con los detenidos, y lo que procedía era que se cumplieran las órdenes del Presidente y del Ministro de Defensa. Caminó unos 30 metros hacia la salida hasta ser detenido por algunos de los presos, que le dijeron que no se podía ir.
Mendoza les respondió: "No nos enredemos", Y de inmediato intentó seguir caminando hacia la salida.
Con una miniUzi, uno de los presos encañonó en esos momentos al viceministro en una amenaza que respaldaron de inmediato con sus respectivas armas algunos de los guardias que, una vez se supuso, habían sido subalternos de Mendoza. El viceministro fue conducido de nuevo ante Escobar y todos se reunieron en una oficina administrativa, frente a un teléfono.
A las 10:30 de la noche y por el conmutador de la Casa de Nariño, el secretario privado del Presidente, Miguel Silva, amigo muy cercano de Mendoza desde los tiempos de la universidad, recibió una llamada del viceministro, quien había aceptado comunicarse con Palacio a solicitud de Escobar. En medio de la charla casi críptica para Silva, Mendoza le dijo a uno de los que lo tenían encañonado: "Quíteme esa ametralladora, que así no puedo hablar". Para Silva el mensaje fue claro: el viceministro y Navas eran rehenes de Escobar. Ante ello, decidió cortar la charla.
Silva informó entonces al Presidente y a quienes lo acompañaban lo que acababa de suceder. A los 15 minutos se produjo una segunda llamada, en la que Mendoza confirmó que la situación era crítica. Para ese momento, César Gaviria había tomado ya una decisión: continuar las operaciones independientemente de los rehenes. Se trataba de una determinación especialmente dolorosa para el primer mandatario, puesto que Mendoza no sólo fue: el jefe de seguridad de su campaña presidencial sino su secretario privado y general en los Ministerios de Hacienda y de Gobierno, durante la administración de Virgilio Barco, y, sin duda alguna, más que un funcionario subalterno, un amigo.
Para ese momento, Murillo informó que los preparativos para el envío de las Fuerzas Especiales iban en marcha, y que el contingente de rurales de esas fuerzas, que debía fortalecer el cerco externo, estaba ya en Catam a punto de embarcarse para Medellín. Se esperaba, agregó, tener listo el contingente de urbanos que debía encargarse del asalto en unos minutos más.
Poco antes de la medianoche despegó el avión carguero con los rurales. Pero el que debía transportar a los urbanos, claves para culminar con éxito toda la operación, habría de demorarse, de modo inverosímil, más de cuatro horas, por una serie de episodios que revelaron profundas ineficiencias en el comando de la FAC y que produjeron la salida el jueves del general Hernando Monsalve, que estaba encargado de esa fuerza.
En la Casa de Nariño, estas demoras exasperaron al primer mandatario. La idea predominante era que actuase la IV Brigada sin esperar a las Fuerzas Especiales. Pero en La Catedral, el general Pardo y sus hombres siguieron inmóviles, alegando que era mejor esperar las luces del amanecer. A las 5:30 el general Murillo le ordenó a Navas tomarse la cárcel sin más dilaciones, e incluso le fijó un plazo: las seis menos 10 minutos.
El general Pardo aseguró que todo estaba listo, y que faltaba sólo acomodar a las Fuerzas Especiales en sus puestos. Las rurales habían comenzado a rodear la cárcel desde las tres de la madrugada, poco después de llegar. Pero las urbanas enfrentaban un nuevo percance: el general Pardo les aconsejó no subir la última loma de la carretera en camiones, pues él creía que las luces podían alertar a Escobar. Es así como les sugirió que lo hicieran a pie, lo que demoró el inicio de las operaciones entre 20 minutos y media hora más.
A todas éstas, los contactos telefónicos entre la cárcel y la Casa de Nariño habían seguido de manera intermitente. Para evitar que el vínculo de amistad entre Silva y Mendoza pudiera afectar las cosas, los interlocutores habían cambiado: ahora eran Tomás Concha, asesor de la Consejería de Paz y especialista en este tipo de situaciones, y el coronel Navas desde la prisión.
A las siete de la mañana, y mientras en la Casa de Nariño todos estaban convencidos de que el operativo por fin estaba realizándose, se produjo una nueva llamada de Navas, quien le dijo a Concha que Escobar quería negociar, lo que evidenciaba que el operativo no había empezado. Desde poco después de las tres de la madrugada, ni Navas ni Mendoza volvieron a ver a Escobar, pero hasta pasadas las siete siguieron escuchando lo que parecía ser su voz por un radioteléfono.
La llamada de Navas produjo en la Casa de Nariño aún mayor sorpresa: desde el final de la tarde del martes, la orden a la IV Brigada de tomarse la cárcel había recorrido varias veces la línea de mando Presidente-Ministro de Defensa-general Murillo-general Pardo, sin que éste último la hubiera cumplido al amanecer del día siguiente. No hubo entonces más remedio que saltarse al general Pardo y transmitirla de manera directa al comandante de las Fuerzas Especiales, para que hiciera en 15 minutos lo que la IV Brigada no había hecho en 15 horas.
El resto es historia conocida: la liberación sanos y salvos de Mendoza y Navas, la detención de cinco de los presos y más de 20 guardias, y la desaparición primero, y fuga después, de Escobar y nueve de sus más leales hombres.
LO QUE VIENE
La noticia definitiva de que Pablo Escobar estaba otra vez libre sólo se produjo al caer la noche del miérooles. Esto se debió, en primer lugar, a la hábil maniobra de la organización de Escobar, que inundó los medios de comunicación de falsas informaciones en el sentido de que él y sus compañeros estaban resguardados en un sótano con comida y munición para vario días. Pero la segunda razón es quizá más emocional. Los colombianos, del Presidente de la República para abajo, simplemente se negaban acreer que la pesadilla había empezado de nuevo. Pero al final de la semana ya lo habían aceptado, y la inmensa mayoría no temía otra cosa que el regreso de los secuestros, los asesinatos, los carros-bombas y todas las formas imaginables del terror como el pan de cada día de ahí en adelante.
Sin embargo esta aparentemente lógica conclusión puede no ser tan obvia. Para entenderlo hay que darse cuenta de que es muy posible que la razón de la fuga de Escobar haya sido que él pensó que el operativo de la noche del martes no buscaba trasladarlo de cárcel sino eliminarlo. De ser cierta esta premisa, como también lo es que parecía estar muy cómodo en esa prisión, lo que podría estar buscando, antes que poner bombas, sería salvar su vida. Otro elemento importante es que las condiciones del país en 1992 no son las mismas que las de 1989, el año más sangriento de la narcoguerra. El móvil que mayor actividad terrorista desató entonces por parte del cartel fue la lucha contra la extradición, hoy totalmente innecesaria, pues ese mecanismo ha sido prohibido constitucionalmente.
Por otra parte, tras la purga desatada dentro de la organización en Medellín, es obvio que Pablo Escobar tiene que sumar a las autoridades y a sus tradicionales enemigos del cartel de Cali, nuevos adversarios en su propia ciudad. Todo esto hace que no se pueda descartar que la propuesta enviada a través de sus abogados al Gobierno para un nuevo proceso de entrega, tenga alguna base seria.
El mayor obstáculo para que un proceso como éste resucite, está del lado del Gobierno. No tanto por problemas de opinión pública interna como de presión exterior. La manera casi estoica con que la Casa Blanca recibió la noticia de la fuga de Escobar no puede verse como un indicio de su comportamiento futuro. Torear a un presidente que, como George Bush, está buscando la reelección con 20 puntos por debajo de su contendor en las encuestas, es en el mundo unipolar de este fin de siglo casi una locura.
Lo único que se puede esperar es que el presidente Gaviria, que en medio de su desprestigio demostró la semana pasada que sigue teniendo la cabeza sobre los hombros, se vuelva a crecer, como ha sido su tradición en las crisis, en ésta que es la mayor y la más dramática de cuantas ha tenido que enfrentar en su vida. Para ello cuenta con un instrumento legítimo y flexible en el artículo 37 del nuevo Código de Procedimiento Penal, que le otorga a la Fiscalía y a los jueces la posibilidad de negociar rebajas de penas con detenidos que colaboren con las autoridades. Al depender este mecanismo del poder Judicial y no del Ejecutivo, el primer mandatario tendría un mayor margen de maniobra y el país no estaría necesariamente condenado a sumirse nuevamente en el terror.