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La lucha por la paz

Los ganadores del Premio Nacional de Paz se reunieron para compartir sus convulsionadas y estimulantes experiencias. Un ejemplo para Colombia.

6 de junio de 2004

El municipio de El Carmen de Bolívar es la capital no declarada de la subregión del mismo nombre. Un espacio geográfico que comprende 18 municipios de Bolívar y Sucre, atravesado por los Montes de María, que por obra y gracia del conflicto armado terminó etiquetado como un "corredor estratégico". Este es uno los términos de la jerga militar más usados por los medios de comunicación. Es un concepto que se aplica a ciertos espacios y zonas que son utilizadas por los grupos armados ilegales para movilizar armas o pertrechos hacia sus retaguardias y para desplazarse desde estas, sin problemas y con la mayor rapidez, hacia los lugares que van a atacar.

Dominar estos corredores estratégicos es un asunto de vida o muerte, por lo cual no resulta extraño que estas zonas sean un permanente campo de batalla. Los habitantes de El Carmen saben lo que es vivir en un territorio en conflicto y cuando lo olvidan siempre hay una bomba dispuesta a recordárselo con su estruendo. La última andanada explosiva cumplió con su propósito de atemorizar a los habitantes del municipio y los obligó a encerrarse en sus casas por la noche.

El Colectivo de Comunicaciones de los Montes de María no se resignó a esta suerte y, tal como lo ha hecho desde 1994, buscó una forma ingeniosa de enfrentar el miedo y volver a invitar a la gente a que se tomara las calles. Con el cineclub itinerante La Rosa Púrpura del Cairo, bautizado así en recuerdo de la película del mismo nombre de Woody Allen, lograron su objetivo. Al mejor estilo de Cinema Paraíso, la película del director italiano Guiseppe Tornatore, los miembros del Colectivo se lanzaron con una tela y un videobeam a proyectar Estación central en El Carmen y los pueblos de la subregión. "Eso fue una locura alucinante", dice Soraya Bayuelo, directora del Colectivo. Y así recuperaron el espacio público.

Este tipo de demostraciones de coraje, tendientes, en palabras de Bayuelo, "a transformar los imaginarios de los habitantes, a enseñarle a la gente a soñar, a darles esperanza", fueron las que hicieron al Colectivo merecedor del Premio Nacional de Paz 2003. Fue la quinta vez que se entregó este galardón que también busca transformar un imaginario: el de que la guerra es omnipresente e interminable.

El premio ha hecho visibles y ha fortalecido año tras año las experiencias de construcción de ciudadanía y de sociedad que se han desarrollado en medio de 40 años de conflicto. La Asamblea Municipal Constituyente de Mogotes (Santander), el Proyecto Nasa de los cabildos indígenas del norte del Cauca, el Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio y la Asociación de Municipios del Alto Ariari han sido los otros ganadores del premio.

Estas iniciativas han sido destacadas porque no son utopías construidas al margen de lo que pasa (como las comunidades de arrochelados del siglo XIX, sociedades alternativas invisibles que se desarrollaban al margen del sistema social vigente) sino formas creativas de resistencia pacífica de las comunidades organizadas para evitar ser arrasados por el conflicto en territorios considerados corredores estratégicos. "Allí es donde bulle la guerra y por eso allí también es donde han nacido los proyectos de paz que han sido premiados", dice Gonzalo Agudelo, asesor de la Asociación de Municipios del Alto Ariari (Ama), que recibió el premio en 2002 por sus esfuerzos de reconciliación en siete municipios del Meta, en donde sus habitantes se enfrentaron a muerte durante décadas por cuestiones políticas o ideológicas. En estos lugares se cumple lo que vaticinó el filósofo Estanislao Zuleta cuando advirtió que sólo un "pueblo escéptico sobre la fiesta de la guerra, maduro para el conflicto, es un pueblo maduro para la paz".

El Premio Nacional de Paz entrega una mención de honor y 50 millones de pesos. El dinero siempre es bien recibido y tiene destinación inmediata. En el Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio y en el Colectivo de Comunicaciones de Montes de María, por ejemplo, lo invirtieron en educación para los jóvenes de sus zonas de influencia. En el Programa le apostaron todo a la ciudadela educativa de la comuna siete de Barrancabermeja. En esa parte de la ciudad la mayoría de sus habitantes sólo tenían estudios hasta quinto de primaria. Para ellos el bachillerato era un lujo que no podían darse porque todos los días enfrentaban la disyuntiva de gastarse lo poco que conseguían en transporte para ir hasta el colegio o comprar arroz, panela y sal para comer. La ciudadela fue la respuesta a sus necesidades pues hoy tiene en sus aulas más de 3.000 estudiantes que son atendidos por un centenar de profesores. Es un trabajo a futuro para mejorar la calidad de vida de todos y darles oportunidades a los jóvenes.

Para Soraya Bayuelo esto es muy importante porque ellos "no tienen derecho a heredar esta guerra. Esto va a pasar algún día, tiene que pasar". Sin embargo, para casi todos los premiados, más importante que la retribución económica es el reconocimiento. Gonzalo Agudelo, de la Asociación de Municipios del Alto Ariari, piensa que "la plata a veces llega a destruir los procesos ciudadanos, es mejor el acompañamiento internacional y la respetabilidad que ganamos frente al gobierno departamental". Arquímedes Vitonás, alcalde del municipio de Toribío, Cauca, donde el 90 por ciento de la población es indígena, cree que el premio los ayudó a creer más en sí mismos como comunidad y, al mismo tiempo, les trajo nuevos retos: los obligó a autoevaluarse, a ser más responsables de su proceso y a compartirlo con otros. En todos estos casos el trabajo comunitario y el liderazgo colectivo han sido fundamentales para sacar adelante las iniciativas. Vitonás está convencido de que "los grupos armados tienden a aislar procesos y líderes para acabarlos. Por eso ellos son débiles donde las comunidades son fuertes". En últimas esta fortaleza persigue un solo propósito: lograr la paz en vida y con calidad de vida.