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J U S T I C I A

La pesadilla

Carlos Arturo Restrepo, un humilde obrero de la construcción, fue condenado a 42 años de prisión por un crimen que no cometió. Esta es su historia.

17 de enero de 2000

El 31 de diciembre del año pasado, a las 2:30 de la tarde, Carlos Arturo Restrepo se enfrentó a una triste y cruda realidad. En su celda de la cárcel de Bellavista, Medellín, recibió la visita de un funcionario del juzgado que le entregó un sobre sellado. Dos lacónicas hojas sentenciaban su vida. Un juez de circuito lo condenaba a pagar 42 años de prisión por el asesinato de Yeison Martín Castaño, un joven de 26 años que había sido acribillado en su propia casa el 21 de febrero de 1994.

Carlos Arturo Restrepo se quedó mudo. Y así estuvo durante tres días. Sentado en el mismo sitio. Sin comer ni dormir. No podía entender que el resto de su vida tendría que pasarlo en una prisión. No entendía cómo su vida había cambiado de la noche a la mañana sin que nadie le diera una sola explicación de lo que estaba ocurriendo.

Su tragedia comenzó la mañana del 15 de agosto de 1997. Ese día Restrepo Hernández, un experimentado maestro de obra, se encontraba en una de sus trabajos en el barrio San José de la Cima, localizado en la comuna nororiental de Medelllín, cuando cuatro agentes del Cuerpo Técnico de la Fiscalía lo requirieron para hacerle algunas preguntas. “Recuerdo que eran más o menos las 11:30 de la mañana. Los fiscales me preguntaron mi nombre y mi número de cédula. Sin mediar palabra me dijeron que tenían una orden de arresto pues las autoridades llevaban cuatro años tratando de localizarme. Yo les pregunté que de qué me acusaban y uno de ellos me dijo que de homicidio agravado”.



Entre rejas

A partir de ese momento su vida se convirtió en un calvario. Restrepo, un hombre de pocas palabras, tímido y muy reservado, se limitó a responderles que le permitieran cambiarse de ropa, bajar a su casa, que se encontraba a una cuadra, y avisar lo que estaba pasando. Dos horas después un juez de circuito penal de Medellín le leyó los cargos y le ordenó a los fiscales su traslado a la cárcel de Bellavista.

“Cuando el juez me dijo de lo que se me acusaba quedé sin habla. Me buscaban por el homicidio de Martín Castaño, concierto para delinquir y por jefe de una de las bandas de las Milicias Bolivarianas. No había terminado de entender la gravedad del asunto cuando ya me encontraba metido en una celda en el patio dos de la cárcel de Bellavista. Allí me encontré en medio de 1.300 presos que vivían completamente hacinados. Las celdas eran un infierno. La gente no cabía en ellas y más de 1.000 personas dormían en los pasillos”.

Mientras Restrepo comenzaba a vivir su propio calvario su esposa, Ruth Miryam Suárez, quien se ganaba la vida como modista en una boutique, no tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo. “Llegué a la casa como a las seis de la tarde y mi mamá me dijo que a Carlos Arturo se lo había llevado la policía. Pensé que algo había ocurrido en una de las obras y que él llegaría unas horas más tarde. Pero el reloj comenzó a correr y no tenía noticias de él. Como a la una de la mañana decidí salir a buscarlo. Me fui para el F-2 y fue allí donde me enteré de que las cosas eran más graves de lo que yo creía”.



Abriendo puertas

Esta mujer, que lleva 12 años casada con Restrepo, madre de cinco niños entre los 4 y 11 años, luchó a brazo partido para demostrar la inocencia de su marido. Durante 28 meses golpeó todas las puertas que encontró en su camino en busca de una ayuda que le permitiera demostrar que la justicia se había equivocado.

“Qué más podía hacer. Mis hijos me sentaron un día en la puerta de la casa y me dijeron: ‘Mamá prométanos que nos vas a regresar a mi papá’. Yo qué les podía decir”. Lo primero que hizo fue buscar la asesoría de un abogado. Después de negociar con el uno y con el otro firmó los papeles de la defensa con Aristóbulo Montoya, un penalista que le creyó su historia. “Me entrevisté como con 10 abogados y todos me dijeron que no había nada que hacer. Que la única salida era negociar con la Fiscalía y que mi marido confesara y buscara una rebaja de penas. Para todos era culpable”.

El único que le creyó fue Montoya. El problema era que el abogado pedía tres millones de pesos por la defensa y Ruth Miryam no tenía de donde sacarlos. “Eso fue lo más difícil de todo este trabajo. Nos tocó hacer un fondo con los vecinos, los familiares, amigos y patrones de Carlos Arturo. Y tuvimos que hacer un préstamo que todavía no hemos pagado”.

Así reunió la plata. El último desembolso lo hizo el 31 de diciembre del año pasado cuando el propio abogado se enteró de la condena de su defendido. “Eso fue terrible. Mi esposo condenado a 42 años de cárcel. Yo sin un peso, sin trabajo y mis hijos muriéndose de hambre”.

Pero pudieron más las ganas de demostrar que su esposo era inocente que el hambre. Ruth se dedicó de tiempo completo a buscar las pruebas que demostraran que se había cometido una equivocación con Carlos Arturo Restrepo y que el homicida que estaban buscando las autoridades era otra persona. Un homónimo. Otro Carlos Arturo Restrepo Hernández.



Las pruebas

Pero, ¿por dónde empezar? Una tarea bien complicada. Se conocía el expediente de palmo a palmo. El abogado defensor había solicitado una serie de pruebas para demostrar que su cliente era inocente. Siete testigos que presenciaron el homicidio de Yeison Martín Castaño se presentaron al juzgado para realizar una prueba de identificación del homicida. Todos coincidieron en afirmar que el esposo de Ruth Miryan no tenía nada que ver en el asunto. Medicina Legal le practicó a Restrepo un minucioso examen para establecer si presentaba alguna herida de bala, pues el día de los hechos el homicida había resultado herido. El concepto de los médicos legistas también fue negativo. Otras cinco pruebas más se practicaron y Restrepo las pasó todas. Por esa razón el juez regional lo absolvió.

Pero el problema se complicó cuando el caso pasó a manos del Tribunal Superior de Cundinamarca. Uno de los problemas que enfrentó la defensa era que el juez no hizo llegar la documentación completa relacionada con las pruebas practicadas. Por esa razón el tribunal lo condenó.

Entonces Ruth Miryam tenía muy pocas puertas para golpear en busca de ayuda. Pero no tenía ninguna otra alternativa. Por eso una mañana de enero pasado llegó a la Procuraduría Regional de Antioquia. Con el expediente debajo del brazo buscó a un funcionario para contarle su drama. Después de hacer antesala por más de medio día dos abogadas la atendieron. Ella contó su historia. En detalle. Y al final les dijo que les juraba que su esposo era inocente. “Ellas me miraban, se miraban entre ellas y yo veía que no me habían creído una sola palabra. Me eché a llorar. Sin parar. Y creo que por compasión una doctora me dijo que le trajera una sola prueba de que mi esposo era inocente y que me ayudarían. Me dieron una semana para conseguir la prueba”.

Ruth Miryam salió deshecha del despacho. Y comenzó a caminar por el centro de Medellín. “¿Dónde iba a conseguir una prueba que convenciera a esas doctoras de que yo estaba diciendo la verdad?”. En medio de su desesperación se le ocurrió que la única salida era buscar a la madre de Yeison Martín Castaño. “Cuando llegué a la casa y le conté eso a mi familia pensaron que me había vuelto loca. Era muy peligroso. Esa señora lo que menos quería en su vida era recibir a la esposa del asesino de su hijo”.

Pero no había nada más que hacer. Al otro día se levantó muy temprano, tomó en sus manos el expediente y una foto de su esposo. Se fue para uno de los barrios más peligrosos de Medellín en busca de la mamá de Yeison. “De casa en casa la busqué. Y por fin di con ella. Una hija me recibió y me preguntó quién la estaba buscando. Cuando le conté quién era me dijo que me fuera de inmediato de su casa. Yo le supliqué que me diera una oportunidad. Y la Virgen Santísima me iluminó y me dio fuerzas para seguir suplicando. Por fin la señora me recibió. Hablamos como media hora. Ella me contó que había visto con sus propios ojos cómo Carlos Arturo Restrepo Hernández había acabado con la vida de su hijo. ‘Le disparó con sevicia. Le pegó como 12 tiros’, decía la señora. ‘Y después que lo vio muerto se fue de nuestra casa. Nunca lo podré olvidar”.

En ese momento, Ruth Miryam sacó la foto que llevaba de su esposo y se la mostró a la mamá de Yeison. “Ella la miró y se quedó callada. Después de unos segundos me dijo: ‘El no es. El no tiene nada que ver. El no puede llamarse Carlos Arturo Restrepo Hernández’. Yo le conteste que sí. Que se llamaba así. Que era mi esposo, pero sabía que no había matado a su hijo. Le pedí que me ayudara para poderlo sacar de la cárcel. Que lo habían condenado a 42 años de cárcel y que yo tenía cinco hijos que me estaban reclamando a su padre”.



El último paso

Así empezó una carrera contra el reloj. El martes siguiente Ruth se presentó de nuevo en la Procuraduría. Las doctoras la atendieron de mala gana y le pidieron que les entregara la prueba para demostrar que su esposo era inocente. “Yo les dije: ‘No les traigo ningún documento que pruebe la inocencia de mi esposo. Les traigo a la mamá del muerto, quien sabe toda la verdad’. Ellas no me creían. Y cuando escucharon la historia, más de cinco funcionarios de la Procuraduría, incluido el Procurador, me dieron la mano”.

Después fue a la Defensoría del Pueblo, más tarde instauró una tutela contra el Tribunal Superior. Se entrevistó con el ministro de Justicia, Parmenio Cuéllar, y con el presidente de la Corte Constitucional, Eduardo Cifuentes. “A todos les canté la tabla. La justicia no podía cometer un error de esos. A todos les provocó echarme de sus oficinas pero yo necesitaba que ellos entendieran que mi esposo era inocente y que todo el caso estaba centrado en un problema de homónimos”.

Hace tres semanas la Corte Constitucional le concedió la tutela a Carlos Arturo Restrepo Hernández y le ordenó al Tribunal Superior de Bogotá que en el lapso de 48 horas tenía que disponer de lo necesario para dejar en libertad al esposo de Ruth Miryam. Les pidió a los organismos de control de la justicia que investigaran a todos los funcionarios que tuvieron que ver con la condena de Restrepo.

Y después de 28 meses de prisión Carlos Arturo Restrepo recobró su libertad. Regresó a su casa. Salió de una pesadilla que había podido prolongarse por 40 años más. Ruth Miryam montó un pequeño taller de modistería en su casa y con lo que gana mantiene a su familia. Carlos Arturo no ha podido encontrar trabajo. A duras penas entiende y cree que volvió a la libertad.