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    Así quedó la escena del crimen: la camioneta Toyota Prado se salió de la vía, producto del ataque, y en la zona quedaron más de 40 casquillos de bala.
Así quedó la escena del crimen: la camioneta Toyota Prado se salió de la vía, producto del ataque, y en la zona quedaron más de 40 casquillos de bala. | Foto: Daniel Jaramillo

VIOLENCIA

La tragedia de Briany y Delvys, los dos niños asesinados por el ELN en Arauca

SEMANA reconstruye la historia de Briany y Delvys, dos menores de edad que fueron masacrados en Arauca junto con dos adultos. Lo que ocurrió es aterrador.

23 de abril de 2022

Cuando los investigadores de la Fiscalía llegaron a la escena de la masacre, 14 horas después, se encontraron con una alfombra de cartuchos de bala, todos de fusil y ametralladora. No había por donde caminar sin pisar un casquillo. La imagen era desgarradora: a un costado de la vía, y como si estuviera en reposo, estaba la camioneta Toyota Prado aún con los cuatro cuerpos dentro, dos de ellos pertenecían a los pequeños hermanos Delvys Arbey y Briany Yinela Prada Castro. Tenían apenas 9 y 4 años.

El hecho ocurrió el pasado Domingo de Resurrección a las 11:05 de la noche en zona rural de Tame, Arauca, en la vía que comunica a los corregimientos de Marrero y Puerto Rondón, muy cerca a la vereda Las Nubes. En esa zona, infestada por la presencia de grupos armados que dictan sentencia según su conveniencia, el frente Oriental del ELN disparó de manera indiscriminada contra la camioneta, al considerar que violaba el toque de queda impuesto por ellos mismos días atrás.

Según los peritos de la Fiscalía, el vehículo recibió más de 40 impactos de bala, todos en la parte frontal y el costado derecho. No hubo previo aviso, ni tampoco un pedido de pare, solo ráfagas de fusil que terminaron primero con la vida de Ángel Julián Estrada Godoy, de 49 años y quien estaba frente al volante. Briany Yinela Prada murió segundos después. Estaba sentada entre el copiloto y el piloto. Su cuerpo de 4 años no resistió los más de ocho disparos de fusil que recibió en la cabeza y torso, y quedó recostada, bañada en sangre, sobre el hombro de Ángel.

El tercero en morir producto del ataque fue su hermano Delvys Arbey, quien viajaba justo atrás del asiento del conductor; la misma suerte corrió Elicson Antonio Portela Flórez, de 59 años, que iba a su lado. En total, según el reporte de la Fiscalía, en la camioneta viajaban nueve personas. Cuatro murieron y los cinco restantes salieron con heridas de consideración, pero vivas.

Entre los sobrevivientes están Félix Arbey Prada e Indris Yanecsis Castro, padres de los dos niños asesinados. Él, gravemente herido, quedó inconsciente y no se enteró de la muerte de sus pequeños, pero ella, lesionada, sí presenció cómo la vida de quienes vio nacer se diluía entre una cascada de sangre.

Los otros heridos, dos de ellos menores de edad, no tienen heridas de bala, solo lesiones por el golpe, luego de que la camioneta rodara más de 28 metros sin un conductor vivo al volante.

Un paseo trágico

Los Castro Prada planificaron el paseo de Semana Santa con varios días de anticipación. Félix e Indris decidieron que era buena idea llevar a sus tres hijos a una finca de Pueblo Nuevo para pasar esa temporada en familia.

Delvys Arbey y su hermana mayor, de 10 años, tenían buenas notas en el colegio y, debido a eso, fueron los encargados de escoger el destino. La decisión final no fue difícil, pues la familia de sus mejores amigos iban para Puerto Nuevo y en la camioneta había espacio para cinco personas más. La salida fue el miércoles en la madrugada sin mayores contratiempos, a pesar del anuncio hostil del ELN y de las disidencias del frente Martín Villa, que se pelean a sangre y fuego ese territorio. Ambas familias concluyeron que, en días santos, quizá la violencia daría tregua.

El Domingo de Resurrección era el día previsto para regresar, pero antes pasaron por Tame como un último pedido de los menores. Estuvieron en el parque principal del municipio y disfrutaron como niños inocentes de las maravillas efímeras de un circo callejero; en la noche emprendieron camino para el corregimiento de Marreros. La camioneta, por el peso de los ocupantes, no iba a mayor velocidad.

Minutos antes del ataque, los niños diseñaron un juego de preguntas y respuestas para pasar el tiempo. A Briany Yinela la sentaron al lado del conductor porque, en un capricho de sus 4 años, se le ocurrió que ella podía pilotear el automotor, y ante la ausencia de peligro en una vía terciaria decidieron cumplirle el deseo.

El juego fue interrumpido por el rafagazo inicial. Ángel cayó sobre el volante, no hubo tiempo de nada. Los disparos posteriores no se hicieron esperar. Nadie supo desde dónde les disparaban: solo llovían las balas, mientras la camioneta continuaba su rumbo, un poco más lento, hacia un costado de la carretera.

¿Por qué les dispararon?

Jhon Freddy Encinales, director seccional de la Fiscalía Arauca, dice que los disparos vinieron del costado derecho, según las evidencias que recogieron en terreno. “Por los impactos que tiene el vehículo, podemos concluir que no buscaron detener el automotor, sino que los atacaron en movimiento. No hubo previo aviso (...) Ellos (los atacantes) estaban atrincherados a un costado de la carretera y desde ahí disparan”, le contó el investigador a SEMANA.

Pero la pregunta es: ¿por qué atacar de esa manera un vehículo en el que viajaban niños? La respuesta no es otra que en esa zona, desde hace varios meses, se perdió la piedad y la violencia se ha convertido en el único lenguaje posible. Las disidencias de las Farc y el ELN se enfrascaron en una lucha por el territorio desde el pasado 8 de febrero, cuando la tregua se rompió para siempre. Las muertes en zona rural de Tame se han triplicado, producto de esta confrontación.

    La familia Prada Castro perdió a dos de sus integrantes y uno más, Félix, se debate entre la vida y la muerte en un hospital de Saravena.
La familia Prada Castro perdió a dos de sus integrantes y uno más, Félix, se debate entre la vida y la muerte en un hospital de Saravena. | Foto: Daniel Jaramillo

Ambos grupos prohibieron la circulación de personas luego de las seis de la tarde. Todo el que salga después de ese horario es declarado como un objetivo peligroso que merece la muerte. La camioneta Toyota Prado no fue la excepción. Hombres del frente Oriental del ELN no dudaron en hacer alarde de su poderío bélico para enviar un mensaje contundente. Ni siquiera se molestaron en saber quiénes iban en el interior del vehículo, solo accionaron sus armas y se fueron.

Posteriormente, al enterarse de que habían matado a niños inocentes, sacaron un comunicado igual de descarado que el ataque armado. “Después de adelantar nuestras propias investigaciones, presentamos excusas a los habitantes de la vereda El Sobaco de Tame (Arauca) por la muerte de dos adultos y dos menores de edad, producto de un error de guerra de hombres del frente Domingo Laín Sáenz, quienes atacaron el vehículo que se movilizaba una familia araucana y donde fallecieron Elson y Ángel y los menores Delvis y Yelina (sic)”, dice el documento.

Califican el acto como un error, pero párrafo seguido dicen que el único culpable de lo ocurrido es el Gobierno del presidente Duque, que dejó crecer, según ellos, el fenómeno de las disidencias. Y es que para dimensionar la magnitud del control criminal en esa zona basta con entender que la Fiscalía se demoró 14 horas en llegar porque era imposible entrar sin acompañamiento de la fuerza pública. Los investigadores llegaron en helicóptero, ya que por tierra el riesgo era mayor.

Realizaron las labores de inspección de cadáveres acompañados por un grueso equipo de seguridad compuesto por hombres de la Policía y el Ejército Nacional. La escena, como era de esperarse, tenía un impacto visual muy fuerte, no solo por el festín de casquillos, sino por la disposición de los cuerpos, sobre todo los de los hermanos Prada, que fueron víctimas de una guerra que, quizá, a su corta edad, ni se dieron cuenta de que los acechaba a ellos y a su familia: humildes personas dedicadas a la agricultura y a la ganadería de baja escala.

La violencia en Arauca no distingue nada. Se lleva por delante a quien se atreva a desafiarla, así sea sin saberlo; no importa si son simples niños jugando a ser niños, o adultos que padecen en silencio el viacrucis de permanecer en un territorio minado de maldad.