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LÍDERES SOCIALES

Un estremecedor minuto de silencio por los silenciados

Alrededor de 20.000 personas llegaron a la Plaza de Bolívar de Bogotá para mandar un mensaje a los rincones de Colombia, allí donde están asesinando a los líderes sociales: "No están solos", fue el grito que juntó todas las voces.

6 de julio de 2018

Rodrigo Montoya, de 56 años, se quedó paralizado entre la multitud que a esa hora, sobre las 6:30 de la noche, ya se contaba en miles. Señaló el letreo que, a lo lejos, cubría el pedestal de la estatua de Simón Bolívar: "Sin olvido", decía, en letras negras sobre un fondo naranja. "Ese letrero lo empecé a ver en los 90, en las marchas por los muertos de la Unión Patriótica, y ahora es que me lo vuelvo a encontrar".

En la Plaza de Bolívar, entre los 20.000 manifestantes  congregados, era común la asociación entre el genocidio de la UP, en el que se contaron al menos 2.000 asesinados por móviles políticos, con la oleada de homicidios de líderes sociales que se dispararon desde la firma del acuerdo de paz y que, esta semana, con varios crímenes, entre esos el de Ana María Cortés, coordinadora de la campaña política de la Colombia Humana en  el Bajo Cauca, empujaron la movilización social en decenas de plazas de todo el país. 

La de Bolívar, en el centro de Bogotá, parecía un compendio de manifestaciones. Frente al Catedral Primada tres hombres vestidos con túnicas negras y con picos de carton gigantes, como gallinazos, perseguían y atormentaban a otro, disfrazado con ropas blancas, como una paloma. En el centro de la plaza, decenas de personas ubicaban alrededor de la figura de Bolívar las figura en tamaño real, en cartón, de varios de los asesinados de la UP.

Frente al Palacio de Justicia, mujeres y niños pintaron con tiza las tumbas de los cientos de líderes asesinados en los últimos años. "Vicente Borrego Mejía, La Guajira, 2016", decía en una de las representaciones. La muchedumbre, que en ese sector apenas podía dar  unos cuantos pasos, se apretujaban aún más para no pisar las tumbas. 

Frente a la arquidiócesis, un grupo vestido con túnicas quemaba plantas aromáticas, y la humareda capoteaba el sector. Un grupo de mujres, al menos una docena, tocaban sus tambores con rabia mientras recorrían toda la plaza. Otros agitaban banderas en lo alto: la de Colombia, la del partido de las Farc y el Congreso de los Pueblos eran las más comúnes. Otros cientos no llevaban nada, ninguna bandera, ningún distintivo, apenas una vela blanca encendida que les alumbraba el rostro. 

Por allí también se vieron personajes políticos de distintos talantes: Ángela María Robledo, excandidata vicepresidencial; Antonio Sanguino, senador de los Verdes, también Rodrigo Londoño, de las Farc. 

Según la Oficina de Naciones Unidas de Derechos Humanos, que hace la doble verificación -la de ocurrencia del crimen y la condición de liderazgo de la víctima- asegura que han sido asesinadas 178 personas desde el 2016; otros 35 casos están en estapa de estudio. Como presunto autor, la lista la integraron el Clan Golfo, el ELN, las disidencias de las Farc, organizaciones crimínales tipo C (que prestan sus servicios al mejor postor y tienen incidencia local), y autores particulares. Las víctimas, en su mayoría, fueron miembros de juntas de acción comunal. 

En esta estadística se basa el gobierno y la misma Fiscalía, que tienen a la ONU como aliado. Sin embargo, contrasta con la que emite la Defensoría del Pueblo y que a corte de 30 de junio reporta 311 víctimas en todo el país. Las diferencias en las mediciones es algo que sectores sociales no comprenden teniendo en cuenta que desde hace un año, la Procuraduría estableció las reglas para la protección de los líderes y defensores de derechos humanos y le pidió al Gobierno que cree un "registro único, integrado, consolidado y actualizado" de la población que haya visto vulnerados sus derechos. 

En la Plaza de Bolívar, todos en esa movilización tan diversa, se paralizaron a las 8 de la noche en punto. La Plaza se quedó en silencio durante un minuto. Miles de velas se elevaron  sobre las cabezas de quienes las sostenían y, en conjunto, parecían una sola llamarada gigante. Las banderas se ondearon con más fuerza. Los puños de los manifestantes en lo alto. Parecía que el tiempo estaba detenido, hasta que una sola voz alteró el momento.

Desde un megáfono, un solo  ciudadano gritó: "No más muertos". Y miles de voces más, al unísono, le contestaron: "No están solos, no están solos". Desde el centro de Bogotá, en el centro del país, ese era el mensaje que miles de congregados, de las tendencias políticas más disímiles, querían hacer llegar a Tumaco, al Bajo Cauca, al Catatumbo... a esos rincones del país donde los líderes sociales están siendo asesinados por ser lo que son: líderes.