Home

Nación

Artículo

medio ambiente

Por el corazón verde

El país vuelve su mirada hacia el Amazonas. La región espera que el Estado llegue antes que la guerra.

18 de agosto de 2003

La semana pasada la Armada y el Ejército desmantelaron el fortín de las Farc en el Amazonas. Después del episodio del fallido rescate de Ingrid Betancur este hecho volvió a alertar al país sobre el peligro de que esa región padezca en un par de años la dramática situación de guerra, desplazamiento y deterioro ambiental que vive hoy el litoral Pacífico, que era la niña de los ojos del país hace 10 años.

La Amazonia es como una bella joven a la que comienzan a cortejar los muchachos. Ella se debate entre unos pretendientes ricos y atractivos que amenazan con arruinarle la vida y otros pobres pero con futuro. Por un lado la acosan los traficantes de coca y recursos naturales y por el otro el Estado y las ONG le coquetean con alternativas de desarrollo sostenible.

Por primera vez en mucho tiempo el país voltea sus ojos hacia esta región, conformada por los departamentos de Amazonas, Guainía, Vaupés, Caquetá, Guaviare y Putumayo, que representan la tercera parte del territorio nacional. En menos de un año el presidente Alvaro Uribe visitó Leticia y definió en un consejo comunitario las perspectivas de la región, que quedaron recogidas con especial relevancia en el Plan de Desarrollo. Unos meses después el vicepresidente, Francisco Santos, lideró un consejo ambiental. Por su parte, la Corte Constitucional obligó al gobierno a consultar a los pueblos indígenas de la Amazonia sobre la fumigación de cultivos ilícitos.

El renovado interés del Estado colombiano tiene razones de fondo. La región amazónica es un ecosistema estratégico de importancia internacional por su indescriptible riqueza cultural y ambiental. El Amazonas tiene la selva húmeda intacta más grande del planeta. En una sola hectárea se encuentran más especies de plantas que en toda Europa. Docenas de éstas, después de siglos de ser utilizadas por los curanderos indígenas, forman las bases de muchos medicamentos modernos. Allí se encuentra la más alta diversidad de peces de agua dulce, pájaros, y mariposas del mundo, de las cuales sólo se han identificado 1.200 especies. El río Amazonas, el más ancho y el segundo más largo del mundo, aporta entre 15 y 20 por ciento del agua dulce del planeta y es imprescindible para regular el clima mundial.

La importancia de la región es tan grande que hace dos semanas el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, escogió la cuenca del Amazonas como una de las tres regiones donde enfocará su ambiciosa iniciativa contra la tala ilegal de bosques, con lo cual ese país aumentaría su influencia en una zona que ya es clave para su industria farmacéutica.

El 10 por ciento de esta región -ubicada principalmente en Putumayo, Caquetá y Guaviare- es área de colonización. El resto está protegida y prácticamente deshabitada, salvo por comunidades indígenas. Pero lo que ocurre en el piedemonte amazónico cada vez es un riesgo mayor para 90 por ciento que está prácticamente virgen. Esas amenazas son, principalmente, la explotación minera, la extracción maderera, el pastoreo y, sobre todo, el avance de la coca y la guerra.

El proceso más reciente comenzó en los años 80 cuando se dio una bonanza aurífera en Vaupés y Guainía. Grupos de mineros brasileños explotaron ilegalmente el oro de aluvión hasta que fueron expulsados del país. En diciembre de 2001, en un recorrido por el río Caquetá, la Defensoría del Pueblo, la Cancillería, Parques Naturales y la Fuerza Pública encontraron 26 balsas mineras y tres dragas, todas brasileñas, que en asocio de mineros colombianos estaban dedicadas a la extracción ilegal de oro en la zona del Caquetá medio entre Puerto Santander-Araracuara y La Pedrera. Al ser expulsados se trasladaron a zonas protegidas, como el Parque Natural de Cahuinari, Chiribiquete y la Reserva Natural Puinawai en los departamentos de Vaupés, Guainía y Vichada.

El impacto de estas actividades ilegales es letal. Contaminan el agua con mercurio y cianuro y corrompen a las comunidades. En uno de los caseríos ribereños del Caquetá la Defensoría encontró que tres de cada cuatro mujeres tenían enfermedades venéreas pues los mineros les ofrecían 200 gramos de oro por una relación.

La extracción ilegal de madera no es menos perjudicial. Si los brasileños han intentado arrebatar el oro, el cedro ha sido el objeto del deseo de los explotadores peruanos. En noviembre los guardabosques de Parques Nacionales, acompañados de varios líderes indígenas, decomisaron 28.000 bloques de madera que al parecer estaban siendo acumulados desde hacía dos años en el parque de Amacayacu. Ahora se utilizarán para construir tres centros de capacitación en los resguardos. Algunos expertos han dicho que la extracción de madera de cedro no es rentable, lo que ha hecho suponer a las autoridades que algunas de estas empresas madereras son sólo una fachada para sacar coca o lavar dinero, como sucedió con el 'exportador de madera' Mike Tsalickis, el greco-norteamericano capturado en alta mar con coca hace unos años.

Según la Policía, el Frente Amazónico de las Farc cobra 2.000 pesos por pieza de madera y mucho más por gramo de oro extraído. Pero esa no es su renta principal. La fumigación de los cultivos ilícitos en el Putumayo y Guaviare ha propiciado una emigración de raspachines hacia el sur de la cuenca amazónica y del Guaviare. "La coca va bajando por los ríos", afirma Rodrigo Botero, coordinador de la Amazonia en la división de Parques Nacionales del Ministerio de Desarrollo y Ambiente.

No hay cálculos precisos de cuánta coca hay en la región. En noviembre de 2001 la Policía calculó que había 532 hectáreas. Un año después estimó que había 784. La guerrilla llegó detrás de la coca y el arribo de los paramilitares es cuestión de tiempo. Por eso la gente del Amazonas se prepara para la guerra. El Ejército ha fortalecido su presencia en la región y es claro su interés de recuperar el territorio para el Estado.

Mientras tanto los indígenas avanzan en su proceso de consolidar su autoridad en los resguardos. Sólo en esta región ejercen propiedad colectiva sobre 22 millones de hectáreas y han desarrollado un sistema de gobierno soberano sobre toda esta extensión. La legitimidad de su autoridad es tal que se han enfrentado en muchas ocasiones a los grupos al margen de la ley.

El gobierno y las ONG están, por su parte, impulsando formas de producción ecológicas que ya comienzan a dar sus primeros frutos. Existen proyectos para incentivar el ecoturismo en la zona con comunidades indígenas como guías y, por ejemplo, el Instituto de Investigaciones Científicas, adscrito a Minambiente (Sinchi), lleva varios años trabajando con familias de la zona en la producción de mermeladas, confites, licores y ajíes con frutos amazónicos. En los próximos días la Asociación de Productores del Amazonas obtendrá la licencia del Invima para mercadear su ají Magiña en la cadena de almacenes Carrefour.

La pregunta permanece, sin embargo, qué tanto estos mercados verdes lograrán seducir a la Amazonia antes de que los otros le rompan definitivamente su verde corazón.