Luis Alberto Calvo sostiene la foto de su hijo Josué Daniel, un soldado profesional secuestrado por las Farc el pasado 20 de abril en el corregimiento El Encanto en el municipio de Vista Hermosa, Meta. (Foto: Luis Ángel Murcia- SEMANA)

CRÓNICA

Los verdugos de la familia Calvo

El soldado Josué Daniel, a quien las Farc prometió liberar junto al cabo Moncayo, nació en una familia que no ha podido escapar de los embates de la guerra.

4 de julio de 2009

Luis Alberto Calvo es un humilde campesino con una sonrisa pintada en su rostro. Él no entiende de guerras, pero detalla sus huellas macabras.

Este labriego de 50 años de edad nacido en el Viejo Caldas, crió a dos hijos sin la ayuda de una madre. Durante décadas arañó la tierra fértil del solar de su rancho ubicado en zona rural de El Tambo, un pequeño municipio al occidente de Cauca. Hace seis meses huyó con su hija Nubia hacia Popayán, tras las amenazas de las que fue objeto por parte de grupos armados ilegales. Aunque no lo reconoce, las autoridades creen que la presión se debió a que su hijo es soldado profesional del ejército.

Pero desde el pasado 28 de junio la familia Calvo dejó de ser una cifra más de las víctimas de la violencia. Paradójicamente esa visibilidad corrió por cuenta de sus verdugos: Las Farc. Ese día y a través de una carta publicada en la página web de Anncol, el secretariado del grupo guerrillero insistió en la liberación unilateral del cabo Pablo Emilio Moncayo y agregó al soldado Josué Daniel Calvo Sánchez, hijo de don Luis Alberto.

El anuncio sorprendió porque el país desconocía del secuestro del uniformado Calvo Sánchez y menos aún que su plagio había ocurrido hace apenas 68 días durante un enfrentamiento en la vereda El Encanto, en Vista Hermosa, Meta. Allí, soldados del Batallón de Contraguerrilla 119 fueron atacados por subversivos. “Como no habían pruebas de que estuviera en poder de las Farc, legalmente no se podía declarar como secuestrado, sino como desaparecido”, explicó el coronel Fernando Ávila, coordinador de la oficina de comunicaciones del ejército. Muchos creen que la intención de liberarlo busca mostrar que las Farc aún están en capacidad de secuestrar militares.

Esas pruebas llegaron a finales de mayo cuando esa guerrilla en una primera carta aseguró a través de Anncol que tenían al soldado Calvo Sánchez, “(…) fue capturado por las Farc y atendido por unidades médicas nuestras, luego de que fuera herido en combate (…)”, dice la carta en uno de sus apartes. Ese mismo día el ejército le avisó a la familia del soldado. “Antes sólo sabíamos que había desaparecido en un combate en el que resultaron heridos dos de sus compañeros”, recordó el padre del uniformado.

El soldado Calvo Sánchez es un joven de 22 años que ingresó al ejército hace cuatro, en busca de la libreta militar. Ante las escasas posibilidades laborales en su pueblo, decidió quedarse. Cursó hasta quinto de primaria, es hincha del Nacional y le gusta toda clase de música. En la vereda Fonda de El Tambo, donde trabajó como minero, lo recuerdan porque se guardó hasta los 17 años para asistir a su primera rumba. “Es un hijo ejemplar; nunca me causó problemas”, relató don Luis, mientras repasaba las fotos de un album desencuadernado.

Aunque el labriego acepta con franqueza que no entiende de política y mucho menos de intereses en las altas esferas del poder, guarda la esperanza que la liberación de su hijo no entré en limbo en el que se encuentra la entrega unilateral del cabo Moncayo, anunciada desde el pasado16 de abril. Hasta ahora el proceso es un nudo ciego, donde las Farc exigen la presencia de la senadora Piedad Córdoba y el Gobierno insiste en que se haga sólo a través de la Comité Internacional de la Cruz Roja.

Por su parte, Nubia, su otra hija de 23 años, deja todo en manos de lo divino y no ahorra oraciones para pedir por el regreso de su hermano, “Él sueña comprar una casa en el Eje Cafetero, adora esa tierra”, confesó a Semana.com.

La única riqueza con la que cuentan los Calvo Sánchez, es su familia: once tías y por lo menos 50 primos. Una de ellas los acogió en una diminuta casa levantada al occidente de Popayán.

No hay duda que las atrocidades de la guerrilla están diseminadas a lo largo y ancho del país, pero en este caso el esplendor de su barbarie se ensañó justo con una humilde familia. Más absurdo resulta que en una de sus cartas aclaran “No es nuestra política retener soldados (…)”