ENCUESTA

Un retrato de la cultura ciudadana de los bogotanos

Conservadores en lo familiar, prejuiciosos en lo social, ignorantes y descreídos en lo político, y con una cultura democrática pobre, son algunas de las características de la mayoría de bogotanos, según la Encuesta Bienal de Culturas.

17 de abril de 2010

Si usted es el bogotano clásico no es porque almuerce ajiaco y diga ala. El gobierno de Bogotá, después de entrevistar a 13.010 capitalinos en la más grande fotografía que se haya hecho en la ciudad, la Encuesta Bienal de Culturas, acaba de descubrir quiénes son los bogotanos prototípicos. Es decir aquellos que forman las mayorías.

Si usted es bogotano de nacimiento (como el 58 por ciento), con mamá y papá venidos de otros municipios (más del 65 por ciento), vive acompañado (97 por ciento), vive en la misma casa desde hace 5 o más años (60 por ciento), no se autodefine de ninguna raza en particular (el 58 por ciento), e hizo parte o terminó la secundaria (53 por ciento), ya pagó su casa propia o la está pagando (51 por ciento), trabaja o estudia o las dos (71 por ciento) y tiene un nivel socioeconómico bajo (51 por ciento), una mayoría de capitalinos se parece mucho a usted.

En general, dice Otty Patiño, uno de los diseñadores de la encuesta director del Observatorio de Culturas del Distrito, "la idea de convivencia ha quedado en la conciencia". Y complementa Mauricio Silva, otro de los autores de este retrato de la cultura bogotana: "Hay una mayor apropiación de los derechos y la tolerancia con perspectivas de mejorar. Los cambios culturales son lentos". La encuesta se hizo para saber más precisamente cómo son los bogotanos, y poder enfocar la acción política, localidad por localidad, según las necesidades de la gente.

En materia de opiniones hay contradicciones fuertes. Pero entre tanta opinión distinta entre viejos y niños, mujeres y muchachos, pobres y ricos, sí se pueden encontrar unas cinco tendencias mayoritarias. A grosso modo se podría decir que los bogotanos comparten valores de convivencia y civilización, aunque algo indiferentes; son conservadores en lo familiar; prejuiciosos en lo social (menos con los enfermos); ignorantes y descreídos en lo político; y, lo más preocupante, su cultura democrática es pobre y hay grupos minoritarios que aún tienen metidas en el alma las soluciones de fuerza como una posibilidad.

Puede que usted no se sienta reflejado en estas cinco tendencias porque son generalizaciones a partir de las respuestas más comunes. Por eso a continuación encontrará un poco más detalle sobre cada una, con sus excepciones.

1. Civilizados:

Las dos terceras partes de los capitalinos dicen que cumplirían una norma absurda porque hay que cumplir las normas, y otra gran mayoría opina que si todos cumpliéramos la ley habría menos violencia. Reconocen que cuando hay basura tirada es sobre todo responsabilidad de los ciudadanos (71 por ciento dice eso).
Y el asunto no parece ser sólo de labios para afuera porque cuando les preguntan cuáles son los problemas del vecindario, nos sentimos de pronto trasladados a Suiza, pues el problema que más mencionan es que las mascotas de otros ensucian, el segundo que la gente no saca la basura, y el tercero que hagan fiestas ruidosas. (Aunque un 40 por ciento dice que las peleas de borrachos son graves, y que los jóvenes son violentos). También es síntoma de civilidad que al 70 por ciento le gustaría que prohibieran las armas de fuego, con o sin salvoconducto. Un dato notable en un país con 300 mil soldados y en guerra.

La solidaridad también se adivina. Apenas un 7 por ciento reconoce que no paga las cuotas de administración de su edificio o conjunto, o mienten o esta es una señal optimista de verdadera civilización. El 70 por ciento dice que se ayuda con los vecinos, y uno de cada cuatro cuenta que suele organizar o participar en las fiestas navideñas del vecindario. Y si lo molestan con música estridente a media noche, 89 por ciento acude a medidas razonables: hablar con el vecino, llamar a la policía o tratar de ser tolerante con quien se está divirtiendo y no hacer nada.

Es que, después de tanto martillar los gobiernos que hemos tenido, sobre el espacio público, la gente lo defiende: un 77 por ciento dice que no aprueba que los negocios ocupen el andén y el 68 que tampoco les gusta que lo ocupen los vendedores ambulantes. Aún cuando se trate de la seguridad propia, la mitad de la gente responde que no justifica que cierren un barrio para protección de los vecinos. Anuncian que consideran espaciosos sus parques y espacios recreativos, el 63 por ciento e igual número dice que le agradan.

Quieren su barrio, pero más a su localidad y más a Bogotá y mucho más a Colombia, como si les quedara más fácil amar de lejos que cuando conocen demasiado. Un poco más de la mitad confía en los vecinos, algo bastante en una gran ciudad cosmopolita y fría como Bogotá.

La gente está agradecida con su ciudad; más de las tres cuartas partes reconoce que esta les ha dado educación, comida, salud, vivienda y cultura.

Civilizados sí, pero nada participativos. Más bien, un poco indiferentes. No les molesta si alguien cambia de partido, religión, nombre, aspecto o nacionalidad (en todas más del 60 por ciento), una señal que puede leerse como liberalidad, pero que en conjunto pareciera más un síntoma de que les tiene sin cuidado. El 62 por ciento no pertenece a grupo alguno, y entre los que pertenecen apenas el 1 por ciento dice que es de un sindicato y el 2,8 a un partido político.

También muestran moderación en materia política, una tercera parte dice que no sabe si es de izquierda o de derecha y otro tanto se define de centro en el espectro político. De todos modos la tendencia de los bogotanos es a ser más de derecha que de izquierda.

2. Conservadores:

si hay algo que aún pesa mucho en la sociedad bogotana son los valores conservadores frente a la familia. Un 77 por ciento se dice católico y otro 14 por ciento, cristiano. Uno de cada cinco que dice pertenecer a cualquier organización, dice que es miembro de una iglesia. Confían sobretodo en su familia (el 94 por ciento en algún grado), son más reacios al aborto de lo que la ley permite (un 48 por ciento dice que debería estar prohibido a toda costa). Una cuarta parte no quiere vivir en la casa de al lado de un gay y uno de cada diez no desearía que su vecino fuera de la farándula.

En el terreno de cómo tratar a las minorías gays la encuesta arroja mucha confusión. Porque una población considerable, el 39 por ciento, dice que defendería a alguien de la población Lgtb si es atacado.

Explica Otty Patiño: "Con respecto a anteriores estudios creo que ha disminuido la intolerancia hacia los homosexuales, pero por las noticias de la pederastia la gente equipara a ser gay con ser corruptor. De todas maneras pensaría que marcamos mejor que otras ciudades".

Sus ideas sobre la educación de las mujeres son también tradicionales: la mitad piensa que las niñas deben ser educadas para ser madres y esposas, y un grupo pequeño de 16 por ciento, pero muy considerable a estas alturas de la historia, opina que si ocupan cargos directivos perderán su feminidad. ¡Y eso también opinan varias mujeres!

Esto se podría ver desde otro lado. Y pensar que a pesar de la urbanización reciente y los escasos años de educación que tienen las mayorías bogotanas, es notable que ya haya grupos grandes de la sociedad que piensen que una educación adecuada para mujeres no debe ser decirles como ser esposa y madre (el 45 por ciento) o con que no tengan problema con que homosexuales sean profesores de sus hijos (39 por ciento).

3. Prejuiciosos:

En esta materia, las noticias que nos trae la encuesta son menos buenas. Aunque no sea la opinión mayoritaria, creencias tan discriminatorias como pensar que muchas religiones dañan los valores, o que "por sus características los negros siempre tendrán limitaciones" son compartidas por grupos considerables. El 48 por ciento en el primer caso, y un escandaloso 28 por ciento en el segundo.

Hay otros prejuicios populares que han llegado a calar en las mayorías como que los homosexuales no deben ser profesores de colegio (57 por ciento), los pobres suelen ser más delincuentes (62 por ciento), y hay barrios de gente peligrosa (71 por ciento). Esos prejuicios sociales causan dolor a los conciudadanos. El 15 por ciento que confiesa haberse sentido discriminado dice que fue por su apariencia física, su edad o sus condiciones económicas.

"Este tema de la discriminación contra los pobres es el más escandaloso, por ser pobre ya se considera a la persona sospechosa –dice Patiño–. La ironía es que mucha gente es pobre porque no es propensa al delito".

Una sorpresa revela el estudio de opinión sobre la sensibilidad bogotana frente a los enfermos de SIDA, un rotundo 81 por ciento dice que no hay que aislarlos. Algo similar sucede con los ex drogadictos, y un 60 por ciento es tan liberal al respecto que dice que no ve lío con que les den cargos directivos. En muchos países con seguridad la cosa sería bien distinta.

4. Democráticos en transición:

a juzgar por algunas de las respuestas, uno podría decir que algunos valores de la Constitución del 91 están firmes entre los bogotanos. Así dos de cada tres no están de acuerdo con que el gobierno suspenda los derechos fundamentales para resolver problemas de seguridad y una leve mayoría dice que un presidente popular no debe cambiar las reglas electorales acudiendo al pueblo. También la mayoría ve con buenos ojos que se subsidien a los más pobres. A la mitad le preocupa el clientelismo, aunque reconocen que el sistema político colombiano es clientelista.
Sin embargo, hay demasiada ignorancia sobre los asuntos públicos. Media ciudad no sabe de qué partido es el actual Alcalde Mayor, y demasiados no aciertan a contestar bien las preguntas sobre quién pone las penas a los atracadores, quién fija las tarifas de los servicios públicos, o quién nombra a los alcaldes menores.

Hay valores democráticos fundamentales que la mayoría desconoce por completo. Dos de cada tres opinan que deberían cerrar los medios de comunicación que mienten, en contravía del principio de la libertad de prensa; y la mayoría dice que deberían prohibir a aquellos grupos que "no dejan gobernar" (un 55 por ciento) pasando así por encima de la libertad de asociación.

En el trasfondo de estas opiniones, hay otras que develan muy poca fe en el Estado. Un 60 por ciento considera que la gente tomaría mejores decisiones que el gobierno, y cuando los ponen a escoger entre varias figuras con poder, quiénes amenazan más sus derechos, un 60 por ciento pone entre los tres primeros a distintos tipos de gobernantes: a los políticos, el 22 por ciento, a los funcionarios públicos, otro tanto y a las fuerzas de seguridad, un 20 por ciento. En cambio, una minoría considera que los que más los violan son maestros, familia, vecinos y jefes. Y la tercera parte de los bogotanos dice que no vota, así a secas, y un grupo grande argumenta para justificarlo que "no le gusta la política" o cree que "no sirve votar". Para rematar, media ciudad opina que Colombia no es democrática.

5. La cultura de la violencia les pesa:

Lo más preocupante de toda la encuesta es que las respuestas que indican intolerancia extrema son más frecuentes de lo que se debiera en un país que ha sufrido tanto con los grupos armados.
Así, aunque una mayoría sí ha asociado la violencia con la falta de educación y de justicia, sus posiciones frente a la justicia dejan mucho que desear en una sociedad democrática. Uno de cada cinco cree que no debe castigarse a quien mate o mande matar a alguien considerado una lacra social. Es una cifra aterradora, que la quinta parte de los bogotanos justifique la eliminación física de personas marginales. En algunas localidades como Suba y San Cristóbal, la cifra de los que aprueban la guerra sucia contra los habitantes de la calle o las pandillas es aún más alta, 28 por ciento.

Y cuando les preguntan cómo creen que se deberían castigar a los autores de los llamados "falsos positivos" o asesinatos de civiles por parte de la fuerza pública para hacerlos pasar como éxitos militares, una mayoría de 41 por ciento dice que es imponerles la pena que la justicia considere, y 26 por ciento les daría cárcel perpetua. Estas respuestas no tendrían nada de particular, salvo porque cuando les hacen la misma pregunta pero refiriéndose a los padres que matan a sus hijos, son mucho más duros, y apenas un 27 por ciento pide la pena legal, mientras que 36 por ciento pide cadena perpetua y 22 por ciento pena de muerte.

"Aunque son dos fenómenos igualmente reprochables en Bogotá condenamos más a los padres homicidas", explica Mauricio Silva. "Somos más radicales frente a los papás, quizá porque es mucho más abstracto el falso positivo y el tema de los hijos suena más cercano".

Para finalizar, otro dato más comprueba que la cultura de la violencia todavía pesa mucho entre los bogotanos. Uno de cada cuatro respondió que considera que la injusticia social justifica la lucha armada, algo que creíamos desterrado ya de las opciones políticas de las personas. En algunos barrios más pobres, como Ciudad Bolívar y Usme, el porcentaje de quienes así lo consideran, sube a 35 por ciento y a 33 por ciento respectivamente. Y entre los más jóvenes, entre 13 y 17 años, esta opción es alta. Es una alarma que prende esta encuesta sobre el futuro que deberá ser escuchada con atención por el gobierno del Distrito.