OPINIÓN ONLINE

El otro Ku Klux Klan

Un grupo de estudiantes matoneados de la U. de los Andes, que hace parte del programa “Ser pilo paga”, duda de que se tomen medidas excepcionales como la expulsión definitiva de algunos de los desadaptados.

Semana.Com
15 de noviembre de 2016

La historia se repite porque simplemente la olvidamos. Y la olvidamos porque creemos que no es necesaria para saber hacia dónde vamos. Hace más de medio siglo, William Faulkner retrató con maestría en sus novelas esa lucha histórica entre blancos y negros en ese sur profundo y desigual de los Estados Unidos que siguió a la guerra civil. La señora Harriet Beecher Stowe nos mostró, 50 años antes que Faulkner, un fresco de la esclavitud en su clásica novela “La cabaña del Tío Tom”. Y en 1988  Alan Parker nos recordó las raíces de esa violencia monstruosa en su relato “Arde Mississippi”, o “Mississippi en llamas”, título con el que se conoció en Hispanoamérica el aclamado filme del cineasta británico.

El Ku Klux Klan, una organización de ultraderecha, defensora de los valores de la supremacía blanca estadounidense, acaba de anunciar en Twitter y Facebook que realizará un  desfile el 3 de diciembre por la victoria del magnate Donald Trump. Algunos de sus líderes, como lo ha registrado la prensa, han reivindicado su contribución al triunfo del presidente electo y han anunciado su interés por ocupar en las próximas elecciones algunos escaños en el senado.

El asunto, por supuesto, no deja de ser preocupante para las autoridades, mucho más cuando en varias universidades de Texas y otros estados han anunciado la creación de escuadrones que tendrán como objetivo la persecución y tortura de líderes universitarios defensores de la diversidad sexual y de las minorías étnicas. En el Wellesley College de Massachusetts, un día después del triunfo de Trump, un grupo de jóvenes, agitando la bandera del magnate, entró al campus en una camioneta y sin medir palabras golpeó a varios estudiantes negros y otros de origen árabe. En la universidad de San José de California, una chica musulmana estuvo a punto de ser estrangulada con su hiyab por un grupo de estudiantes desadaptados cuando subía una de las escaleras que llevaba al aula donde recibía las clases.

Según un artículo de The New York Times del viernes 11 de noviembre, la victoria alcanzada por el multimillonario de las inmobiliarias ha levantado una oleada de intimidaciones y amenazas de grupos radicales de ultraderecha “con trasfondo racista, religioso y sexual” en universidades y escuelas del país que se ha viralizado a través de las redes sociales. Esto le ha dado un nuevo impulso a la xenofobia, al racismo y la discriminación, pues ha empezado a sentirse con fuerza en las grandes y pequeñas ciudades de la unión americana con un numeroso saldo de lesionados con armas contundentes.

Lo verdaderamente triste de este asunto no es que “esos hijos de puta”, como los llamó el novelista español Arturo Pérez-Reverte en uno de sus últimos artículos, sean unos desadaptados que les importe un carajo hacerle daño a otro grupo de jóvenes cuyo único “delito”, si pudiéramos calificarlo de esa manera, es ser negros, árabes, latinos, pobres u homosexuales. Lo verdaderamente tristes es que estos “hijos de puta” sean estudiantes universitarios que crean que Donald Trump es una especie de mesías “capaz de defender los derechos de los descendientes europeos en los Estados Unidos”, como lo trinó David Duke, un líder del temible grupo de supremacía blanca Ku Klus Klan.

A esto, claro, se suma la vista gorda de las directivas escolares y universitarias y esa actitud cobarde y despreciable de Trump al lavarse las manos al considerar que él no tiene nada que ver con ese asunto, pues su lenguaje misógino, xenófobo, machista, racista  y antigay no ha influido ni un milímetro en el comportamiento de sus seguidores que luchan por ver a los Estados Unidos libre de extranjeros, especialmente de latinos y árabes.

Lo anterior hace recordar lo que viene pasando, de un tiempo para acá, en la Universidad de los Andes, donde un grupo de estudiantes que, según algunas notas de prensa, supera los 20.000 miembros, se ha constituido en el Ku Klux Klan criollo. Hace poco, un chico que hacía parte del programa del Ministerio de Educación “Ser pilo paga” fue acosado por unos estudiantes en una de las cafeterías, lo matonearon mientras buscaba libros en la biblioteca y le lanzaban bolitas de papel cuando transitaba por los pasillos. Con expresiones soeces, lo maltrataron todas las veces que quisieron, le atravesaban el pie para que cayera y le gritaban “calidoso” cuando iba por los patios. Le hicieron la vida imposible hasta cuando el joven tomó la decisión irrevocable de retirarse sin importar que su promedio superara con creces el de muchos de los que conformaban el grupo de matoneadores.

A una chica, del mismo programa de los “pilos”, la matonearon por ser negra, por tener el cabello trenzado y ser costeña. A otra la acosaron por gay. Este tipo de hechos se ha multiplicado en lo que va del año en esta prestigiosa universidad colombiana, y son innumerables los casos de jóvenes que han sufrido el acoso sin que las directivas del alma máter le metan mano a un problema que ha ensanchado sus cauces y se ha extendido a algunos profesores. El caso la docente Carolina Sanín es probable que sea el primero en salir a la luz de los medios, pero así como van las cosas seguramente no será el último. Las directivas de la universidad, en cabeza de su rector, han intentado paliar el escandaloso tema con comunicados fríos que hasta el momento no han tocado el problema segregacionista de fondo.

Para los estudiantes matoneados, que hacen parte del mismo programa, hay dudas de que se tomen medidas excepcionales como la expulsión definitiva de algunos de los matoneadores. “Primero acaban con el convenio que firmaron con el Ministerio de Educación que expulsar a uno de los desadaptados”, ha expresado uno de los chicos afectados en una nota de correo.

Las razones podrían ser económicas, por un lado, y políticas, por otras. El hecho de que la universidad reciba abiertamente aportes de entidades privadas, que podrían ser dirigidas por algunos de los padres de estos chicos, lleva a sus directivos a mirar el problema --gravísimo por cierto-- de ladito para no molestar a sus aportantes. Para Arturo Pérez-Reverte, esta posición acomodadiza de algunas universidades amplía la ruindad  de quienes tienen la obligación de impartir justicia o poner a funcionar la normatividad de la convivencia. No se puede argumentar que lo hacen bajo la premisa de la libertad de expresión, ni mucho menos agarrarse de la puerilidad de que son jóvenes en proceso de crecimiento. El asunto es grave y, por lo tanto, requiere de soluciones inmediatas. El silencio cobarde de las directivas universitarias profundiza el problema que alcanza su punto álgido cuando se lleva a la redes sociales, ese campo de impunidad y vileza donde las caras no las vemos y es fácil crucificar a alguien con mentiras y calumnias.

Twitter: @joaquinroblesza

E-mail: robleszabala@gmail.com

*Docente universitario.