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15 días en la UCI

Uno se entrega. Entra a un estado de tiempo y ánimo del cual no sabe cómo va a salir. Ni cuándo. Es un espacio crucial al que no vale oponer resistencia. Solo admite la plena confianza en medio de la zozobra total.

Poly Martínez, Poly Martínez
13 de diciembre de 2017

Dicen, con razón, que la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) solo tiene dos puertas de salida, una de ellas sin retorno. Llevo 15 días en cuidados intensivos. Yo no directamente, pero cualquiera que tiene un ser muy querido en la UCI está también allí metido, fuera del mundo, sin alcanzar a ver la cotidianidad por la ventana.

Adiós al celular, al horario de oficina; hasta pronto a la prensa diaria, no hay ojos ni oídos para esas noticias de un mundo que luce raro visto desde aquí. Toda la atención está puesta en si cambia el ritmo de la respiración, en el sube y baja de las montañas y olas que aparecen sucesivamente en los monitores, junto a cifras y gráficas que nada tienen que ver con temas de bolsa o encuestas.

Solo hay una rutina: aprenderse las matemáticas de los signos vitales, repaso diario que todos hacemos en silencio para entretener el miedo de no saber, de no entender realmente lo que está sucediendo o lo que no está pasando. La vida se vuelve un timbre de alerta, una luz roja que titila con intensidad, otra verde que habla de temperatura y una amarilla que narra cuánto oxígeno hay, ¿cuánto queda? La realidad suspendida gota a gota, encapsulada en un catéter o fugándose por una sonda. Cables  raíces que amarran al paciente a la vida y, a todos los demás, a la esperanza.

Este mundo habla en otro idioma pero entrega claves tácitas en esa coreografía de enfermeras que entran, salen y dan un paso al lado para que otros procedimientos y especialistas pasen, giren, muevan, alcen y se acomoden al otro lado. Los de-más permanecemos en silencio, rumiando nuestra ansiedad, procurando mantener la conciencia mientras velamos la inconciencia, la lucidez a la hora del delirio. Ahí, todos detenidos, luchando contra nuestros propios temores, haciéndonos los fuertes mientras deshojamos ilusiones.

El trabajo que se hace en una UCI es descomunal. Punto aparte en los cuidados que brinda un hospital. De eso se trata: de un equipo humano calificado especialmente para la labor, con alta capacidad de respuesta, monitoreo, paciencia y resistencia emocional para insistir sin mal-tratar o para saber cuándo soltar. Los médicos y enfermeras atienden no solo al paciente, sino a sus seres queridos más cercanos, con quienes conviven durante horas y horas mientras hacen su trabajo con amable rigurosidad.  

¿Cómo sobrevivir en la UCI?  Además de los gestos de cariño y las confesiones de amor, en estos momentos extremos se sobrevive armando un pequeño paraíso terrenal. Tal vez es lo bonito de estos días: los que estamos en esta isla creamos un espacio de solidaridad, un entorno que genera pertenencia e identidad porque sabemos que si estamos allí es para dar la pelea. Prudentes con la angustia ajena, atentos a la conversación, presentes cuando el desaliento baja a tomarse un respiro en la cafetería; alegres por la feliz ausencia de una vecina que lo logró y la pasaron a una habitación, y discretos ante el silencio y repentina soledad del cubículo de al lado.    

Llevo 15 días con la vida en la UCI. He pasado por todos los estados de ánimo y me ha sobrado tiempo para repasar y celebrar el pasado. He hecho todas las preguntas, he escuchado con cuidado los partes médicos, agradecida por la sinceridad,  obediente ante el pedido de paciencia. He recibido abrazos que sostienen y buenas noticias que dan aliento. He visto y sentido el cariño en la atención profesional que ha recibido mi padre y  los demás pacientes. A nombre de todos, hoy se los agradezco.

Cuando se habla de cuidados intensivos con frecuencia se pasa por alto la palabra  “unidad”.  Creo que más allá de la impresionante tecnología y calidad e intensidad de los cuidados, ese principio y esa palabra hacen toda la diferencia. Lo digo a esta hora, saliendo de la UCI, camino a la habitación 736.

* Esta columna está dedicada a todo el equipo de la UCI de la Clínica del Country –médicos, enfermeras, aseadoras y terapistas- y al “rudazo” doctor Mauricio Basto por su permanente fe en la vida.

@Polymarti