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A gobernar con los partidos

La falta de "mermelada" no puede seguir siendo la excusa del Gobierno para esconder la falta de gobernabilidad en el Congreso. Un año después de su posesión, al Presidente le llegó la hora de acercarse a los partidos políticos.

Lucas Pombo, Lucas Pombo
8 de agosto de 2019

Hace un año, el presidente Iván Duque empezó su mandato con un mensaje claro al Congreso de la República: se acabaron los tiempos de la ‘mermelada‘. 365 días después, esa promesa de campaña se ha cumplido. La independencia de los senadores y representantes se ha respetado y sus votos no han sido capturados con puestos o presupuesto; sin embargo, esta nueva dinámica en la relación entre las ramas Ejecutiva y Legislativa ha sido la excusa perfecta del Gobierno para justificar la falta de norte en su agenda y la crisis de liderazgo de muchos de los ministros del gabinete, que no han podido encontrar la forma de relacionarse con las fuerzas políticas.

Los partidos independientes, la coalición de gobierno e incluso sectores del Centro Democrático han puesto el grito en el cielo: falta interlocución, falta presencia, falta liderazgo. Detrás de ese llamado no sólo hay un elemento de nostalgia burocrática, sería facilista pensar que ese es el caso; en el Congreso hay una sensación generalizada de orfandad que tiene que ser resuelta cuánto antes, so pena de complicar aún más la gobernabilidad de una administración a la que sólo le quedan tres años para materializar sus iniciativas.

Aunque el desprestigio de los partidos políticos es evidente, no se puede pretender gobernar sin ellos, especialmente cuando hay más coincidencias que diferencias en materia programática; en los partidos independientes y de gobierno hay una serie de iniciativas que si el Gobierno  impulsara y asumiera como propias, llevaría a los congresistas a sentirse como parte de un proyecto de país, sin necesidad de ceder a la presión burocrática. La U, los conservadores, liberales y Cambio Radical han reclamado desde el primer momento la atención del Gobierno. Detrás de los cientos de proyectos de iniciativa parlamentaria que se tramitan en las comisiones de Senado y Cámara de Representantes hay un congresista y un partido que buscan que el Gobierno al menos considere sus propuestas. Un guiño de Palacio  y un esfuerzo en impulsar una agenda multipartidista sería una buena salida para copar el vacío de poder derivado del fin de la ‘mermelada’ tradicional.

La participación política en el gabinete tampoco puede ser un tabú. Aunque el Centro Democrático se encargó durante ocho años de calificarla como  una conducta corrupta, tarde o temprano el Gobierno tendrá que flexibilizar su posición para hacer que los partidos políticos se sientan parte del proyecto político del presidente Duque. Esa decisión, condicionada al requisito de representantes preparados y transparentes, no sólo le daría un mayor margen de maniobra al Presidente en el Congreso, oxigenando la relación con las distintas fuerzas políticas, sino que además reduciría la dependencia del Gobierno de la agenda de su partido.

Es válido el esfuerzo del Gobierno de replantear el trato con el Congreso pero es ingenuo pensar que se puede tener una relación de una sola vía en la que los parlamentarios agachen la cabeza y tramiten la agenda del Presidente, sin que haya reciprocidad, no entendida como el regreso de los favores “non sanctos”, sino como el involucramiento de los partidos en las decisiones que se toman en materia de  agenda nacional. En un Gobierno de cuatro años cada día vale oro y el ‘timonazo’ no puede ser tímido; llegó la hora de los acuerdos políticos, de ponerse el overol y empezar a crear canales de comunicación permanentes con el Congreso. Llegó la hora de gobernar con los partidos o atenerse a tres años de más de pantano legislativo.

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